Estaciono el Honda City Hatchback color negro en el aparcamiento de mi condominio. Despego las llaves de la ranura cuando las giro para que el motor se apague junto a las luces. Saludo a la persona que siempre está en la recepción con una seña de mi mano y una sonrisa cerrada que, si me pudiera ver en un espejo, seguro me llega hasta las orejas, un gesto que solo denota la felicidad y la alegría que siento. Y estoy seguro de que nadie sonríe tanto mientras espera por el ascensor. Cuando las puertas de este se abren, espero paciente a un lado entretanto una mujer con su pequeño perro desciende de él, ella me saluda y yo le devuelvo el gesto para después entrar y apretar el botón que me llevara a mi piso.
Me echo un vistazo en el espejo que decora el interior del ascensor, una sonrisa que deja ver mis dientes se dibuja en mis escasos labios y suelto un resoplido, al mismo tiempo que me peino la barba con los dedos de la mano izquierda.
He de decir que las ansias por ver a Defne y besarla, me están comiendo vivo. El din que anuncia que las puertas se abrirán llega hasta mis oídos y segundos después se esconden hacia los lados dejándome ver el pasillo. He llegado al piso diez. No demoro en salir para caminar por el largo corredor que me lleva hasta la puerta de mi departamento. Sacó la llave del bolsillo del pantalón y la giro en la cerradura para luego abrir la puerta, lo primero que me recibe es el enorme ventanal por donde se puede observar la despejada tarde y casi toda la ciudad. Luego ella aparece con sus manos cruzadas al frente.
Viste un vestido negro que se ciñe a su perfecta silueta, se ve hermosa y elegante de pies a cabeza como siempre. Con su cabello castaño claro, liso y peinado hacia un lado. Con esos tacones tan altos y delgados como un lápiz, que siempre me hacen preguntarme cómo es que puede caminar con eso tan perfectamente y sin tropezarse.
—Hey, reina —digo con una sonrisa enorme en los labios.
Con la punta de mi pie cierro la puerta detrás de mí y camino hacia ella con los brazos abiertos para besarla.
—Hola, Adem —su tono es serio y nada cálido.
Definitivamente algo está pasando.
Me da la espalda y se encamina hacia los sofás de cuero negro que decoran la sala de estar. Yo la sigo mientras me deshago del saco y me aflojo la corbata negra de la camisa blanca.
—¿Desde cuándo soy solo Adem? —pregunto detrás de ella—. ¿Y por qué me acabas de dejar con los labios estirados? —paso saliva, mientras mi ceño fruncido no demora en aparecer.
Dejo el saco sobre el respaldo de uno de los sofás. Ella está mirando por el ventanal la ciudad, entretanto me da la espalda, dejándome apreciar su estupenda figura, pero privándome de cualquier gesto en su rostro que me pueda decir qué es lo que pasa.
Tiro las llaves a un lado junto al saco.
—Def… —digo y me acerco a ella para abrazarla por la espalda, pero antes de que mis brazos rodeen su cintura, se aparta de mí como si tuviera algo contagioso.
Mi ceño se vuelve a fruncir y me llevo la mano derecha a la nuca, por más que hago memoria tratando de recordar algo, no hay nada por lo que ella se haya podido molestar conmigo; nada que yo haya dicho para hacer que se encuentre en este estado de incertidumbre para mí. Chasqueo la lengua y suelto un suspiro para hacerle saber que me encuentro confundido. Ella se gira, sus brazos están cruzados sobre su estómago, como si se estuviera abrazando así misma para protegerse de algo o alguien.
—Tú solo te quedas callada y seria cuando algo te está molestando —vuelvo a hablar.
—De ahora en adelante solamente serás, Adem. —Suelta de repente.
Me cuesta algo de trabajo poder comprender sus palabras, porque me he quedado como suspendido en el aire. Mis labios se fruncen junto a mis cejas por un par de segundos y me llevo las manos a las caderas. Luego mi rostro se relaja y una pequeña risa brota desde mi garganta.
—¿De qué estás hablando, cariño? —Interrogo.
—De eso, Adem.
—¿Y qué es eso exactamente, Defne? —Acompaño mi interrogante con un bramido confundido que escapa junto al aire de mi boca.
Ella suspira y eleva su cabeza de modo que sus ojos miran el techo del departamento, como si estuviera cansada e irritada de tener que explicarle a alguien algo que ya ha hecho una y otra vez. Entonces sus ojos vuelven a mí, me contempla como si fuera un niño pequeño al que hay que tenerle mucha paciencia.
—Que ya no habrá más de eso —vuelve a decir—. Nada de reina, nada más de cariño. No más besos.
—¿Y entonces cómo voy a demostrarte mi ferviente amor hacia ti? —Pregunto en un tono cargado de broma, aunque ella parece no estar haciéndolo.
Desenreda sus brazos y lleva una de sus manos hacia su frente, para sobarla con las yemas de sus dedos lentamente.
—Esto se acabó, Adem. Ya no quiero casarme contigo.
Me quedo callado ante esa oración que sale de su boca sin preocupación alguna y paso mi lengua por mis labios que de repente se han secado, mientras no dejo de observarla confundido. Contemplo su rostro con toda la seriedad posible, pero tiene que ser una broma, claro que sí, tiene que ser algún tipo de juego por mi cumpleaños. No caeré fácilmente.