Del Revés Sin Merecerlo

15. Ataque de corazones

Me enfadé tanto con Spencer cuando Brooklyn salió volando de mi casa, tras dedicarme unos minutitos y suspendiendo a la vez la tristeza que emanaban sus dos ojos marrones encharcados... Parecía tan dolorida como lo estuve yo misma cuando la vi en el hospital, allí tendida, herida y chamuscada envuelta en el olor rancio típico de las salas y los pasillos de un hospital.
A lo que me refiero es que mi hermano entró en mi habitación tras irse mi mejor amiga. El problema es que yo tenía su móvil entre mis manos y una notificación emergente del banco ocupó toda la pantalla. Como hermana pequeña cotilla que soy, abrí la aplicación y me quedé atónita al ver que le acababan de ingresar trescientos mil euros de una sola tanda.
Revisé por si era la primera vez y me lo estaba tomando muy a pecho. Y no, no lo era. Cada mes la misma cantidad. El muy condenado reunía el dinero para pagar toda su carrera universitaria. «Su merecida beca», así la llamaba. ¡Y una mierda!

—Talia, ¿puedo...? —Se quedó mudo al verme. Pronto su cara pasó de la confusión a la indignación—. ¿Se puede saber qué cojones estás haciendo con ese aparato? —gritó sin necesidad de alzar la voz— Ah, qué casualidad que sea mío. ¿No te parece, payasa ladrona?

Me lo quitó de las manos de un solo manotazo. Lo agarraba con fuerza. Lo guardó lejos de la vista de su nariz, en el bolsillo trasero del pantalón, para concretar.

No me quedé al margen. Utilicé mi mejor arma: el sarcasmo irónico.

—Te podría hacer una pregunta bastante similar, Spencer Caramelo agrio de limón.

No aguanté mucho rato siendo mi peor versión. No sé a quién quería engañar cuando mi talento es huir entre apodos cargados de ironía.

Estaba enfadada con él, sí, pero lo estaba porque se suponía que ya no iban a haber más secretos entre nosotros. Y ver a Brooke como la vi... había sido un detonante para saltar por los aires y no parar para razonar y calmar mi mente. De igual manera, me importó una mierda también después del desayuno y el resto de comidas diarias importantes, según los médicos encargados de que nuestros cuerpos crezcan y se desarrollen con la altura de un jugador de baloncesto aunque la genética esté en tu contra.

No se puede tener todo, ¿no crees? No se puede ser un bellezón y medir más que la estatua de la libertad en un día laboral. Eso sería todo un espécimen humano en pleno desperdicio, ¿cierto?

Él dio el primer paso, se sentó a mi lado en la cama.

Esperé que dijera algo pero al final desistí y llegué a la conclusión de que su ego le pasaba más que su salario. Y nunca mejor dicho.

Eso sí, el muy capullo no dejaba a mi pobre manta de Los Looney en paz. La pobre se iba a cansar de tanto redondear sus dibujos de Piolín y el Pato Lucas.

—¿Has visto las noticias? ¿Crees que ese laboratorio que anuncian por publicidad está involucrado?

Negó. Luego, mi manta suspiró de alegría y él me miró como si ya no supiera qué más decir.

—Talia, déjalo. Es posible porque es el único que hay a kilómetros a la rotonda, quitando las centrales eléctricas, pero sería raro que el padre de Brooke esté implicado.

Ahí me percaté de que había estado escuchando nuestra conversación. ¿Se puede ser más cotilla que una gallina contando del tres al uno hacia atrás?

No lo he visto pero tampoco tengo dudas.

—A ver si lo pillo, Spencer, ¿entonces es un sí o un no?

Se retuerce el pelo, con nerviosismo de si debe seguir metiéndome en el ajo o alejarme ahora que ya es tarde y mi impulsividad se apodera de todo mi ser como el espíritu malvado de la niña de la película de El Exorcista.

Asiente y añade:

—Es posible, no estoy seguro del todo, sí.

No sé qué clase de respuesta fue esa y, de todas maneras, sólo me quedé con el principio de la afirmación.

Sin nada más que decir, le hago compañía al borde de la cama. Al estar justo pegada a la mesilla nocturna me es muy simple extrañarme al ver que en la pantalla de mi móvil pone «DESCONOCIDO».

Spencer se extrañó y preocupó a partes iguales cuando con cara de «soy más tonta que una lagartija y no sé qué cojones estoy haciendo» descuelgo la llamada. Al otro lado de la misma la persona se presenta como Roxanne y mi mente comienza a cortocircuitar por la confusión y el estrés.

En lo único que podía pensar era en poner el manos libres (cosa que hice) y dejar que mi hermano escuchase en silencio. Le advertí, haciendo una cremallera con la mano libre, de ello primero, antes de hacer nada, antes de darle al dichoso altavoz. Después de todo, si cojo y me salgo del cuarto, ¿lo haría enojar si me imponía a su derecho de protección entre hermanos?

Ella ignoraba ese hecho, así que cuando me pidió que la conversación se quedase entre las dos y me dijo que mi hermano es un mentiroso con secretos me aguanto la risa. Tampoco se cortó un pelo al cabrear a Caramelo Agrio.

—Y eso no es todo, monada. Todo el sueldo que gana y que se gasta es por influencia directa con un magnate de la ciencia y la investigación egipcio.

Él se levanta y me arrebata el móvil de las manos.

Me callé el insulto monumental por no delatar que lo había escuchado todo porque yo lo estaba dejando.




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