Del Revés Sin Merecerlo

18. Tetris

—Talia, por décima vez, pon el intermitente cuando vayas a girar a la izquierda o a la derecha. No es tan difícil... —Hizo una pausa para calmarse y respirar antes de seguir con su monólogo—. Y no le digas a mamá que te estoy enseñando a conducir en una autopista y en hora punta. Si se enteran ella o la policía, la llevaremos clara. Ahora, dale caña... ¡Pero no así!

Lo disfrutaba. No te voy q mentir. Adoraba los momentos como ese: dos hermanos contra la ley. Ah, espera, mejor me salto mi humilde comentario y lo cambio por el de «éramos dos fugitivos...». Vale, sigue siendo igual de peligroso. Ya va siendo hora de decir eso de «Niños, no repliqueis mi comportamiento en casa. Está mal. Muy mal».

—¿Y si toco este botoncito rojo de tu precioso Jeep? —Hago el amago de tocar la tuerca de encendido de... ¿inicio de la radio?

Eso lo irritó. Mucho. De hecho, me cogió el volante y dio varios giros bruscos por la carretera.

«¿Y ahora quién es el peligroso?»

Y así, sin más, su hipocresía de niño popular volvió a él como si le hubiesen regañado por coger un caramelo del mostrador de una peluquería para caniches.

Harta de tanto pedal, aparqué en una salida de descanso, en el arcén, e intercambié el asiento con él. No me bajé. Ninguno de los dos lo vimos necesario si éramos totalmente capaces de esquivar el centro de control para evitar chocar con el cubo de basura que teníamos enfrente. He de decir que nos llevó unos diez minutos de maniobras corporales. ¡Los asientos eran enanos! Y Spencer me dio la razón a regañadientes y sin haberlo mencionado yo primero.

El resto del caminito al Everest Club estuvimos sin dirigirnos la palabra. Verano maldito retumbaba en cada trozo de esa caja de chatarra. No era de mis favoritas, pero era escucharla o rezar para que el suelo se agrietarse y me tragara consigo para volver a cerrarse después de haberme dejado sin existencia.

Aproveché para mirarle las manos a Spencer: había preocupación en la forma en la que agarraba el volante. Inquieto. Frotaba una mano sobre la otra.

«Secretos —me decía mi mente—, esconde secretos. Muchos.»

No podía seguir pensando en aquello. Iba a tener que pasarme por la ferretería a comprar un destornillador y unas cuentas tuercas para volver a poner en su sitio mi impulsividad devorada por el miedo. ¿De dónde venía? Todavía no tenía idea de nada.

Tras parar en un semáforo y continuar unos quince metros más antes de girar a la izquierda por una carretera de pueblo medio abandonado, dejamos el coche atrás. Escondido y bien resguardado de la humedad que rodeaba el ambiente y nos hacía brillar como un foco nuestra piel rojiza.

Juro que hasta esa vez, no sabía que mi hermano estaba siendo un pilar para mí. Lo descubrí cuando, con la concentración de un gorila de lomo plateado, dejó deslizar sus botas rollo militar (color incluido por primera vez desde que Napoleón quiso compararselas) por el negro asfalto en dirección a la parte trasera del bar de copas para camioneros caníbales. Vale, estoy siendo un poco exagerado, pero ¿a qué persona en su sano malintencionado juicio se lo ocurriría en su juventud pisar un local sin ambiente casi mohoso y lleno de chicles bajo las mesas?

Vale, sí, es cierto, esa vez el sol nos saludaba recién levantado de su merecida siesta tras el after que se pega cada noche.

Pietro Barnes miraba a todos lados antes de vernos pasar el contenedor de basura de residuos orgánicos que dejamos a nuestra izquierda. Enseguida noté que no íbamos a ser tres. Había otra persona junto a él, desaparece en el interior del local cuando él nos recibe y nos lleva a una especie de porche —que yo no llamaría así ahora, pero que no sé qué otro nombre ponerle— para «hablar con más tranquilidad», sin tanta chicharra haciéndose la invencible.

—¿Os va bien en el colegio?— preguntó cuando, a causa de mis estornudos, entremos y nos sentamos en los taburetes de cuero rojo de la barra.

Una camarera servía cerveza y se la bebía de un trago. Miré a otro lado, a mi hermano, atenta a su respuesta. No quería ver a aquella mujer emborracharse en un lugar público. Me avergonzaba estar ya en ese sitio. Me quería ir.

—Instituto. Estamos en el instituto, y, sí, nos va bien. A los dos. —Era verdad si no mencionabamos que yo tenía que repetir cinco exámenes en un día.

Para ser de día, el Everest Club estaba cerrado. No había tenedores ni cuchillos rebañando platos, tampoco vasos golpeando las robustas mesas de madera con pinta de haber aguantado decenas de peleas sobre ellas. ¿Por qué me parecía tan raro? Era viernes. Por la tarde, pero un viernes al fin y al cabo.

La única muestra de vida en aquel lugar era esa mujer. Esa desconocida a la que Pietro, harto y tras servirnos algo de picoteo (patatas de bolsa y aceitunas con algo de agua), le arrebató la jarra de cerveza, la misma que ella ya había rellenado varias veces.

—Para Barnes... —le chilló ella. Se conocían era obvio. Aquello me incomodaba y me intrigaba a partes iguales.

Ella me daba la espalda por lo que no la reconocí hasta que no se giró, hasta que mi hermano no impidió que se tropezase conmigo, rompiendo nuestros cubiertos de paso. Era ni más ni menos que ¡mí ídola favorita! ¡La mayor mujer bombero de mi niñez, y la única también! Era Brianna Barnes, nacida en Francia y criada en España. Cuando le eché otro vistazo a la cara de Pietro, lo vi: ¡eran hermanos!

A ver, sabía que ella tenía un hermano pero ¡no que lo tenía delante!

En ese momento, me olvidé de porqué estábamos ahí, se me olvidó que odiaba ese bar, que quería irme a casa a estudiar o a jugar al Minecraft. Sólo tenía claro que tenía preguntas y que todas las quería respondidas antes de volver. No me di cuenta de cómo ni cuándo me levanté ni de cómo Pietro y Spencer acabaron cogiéndome por los hombros para que no me acercarse a Brianna.

—Talia, no deberías... —Comenzó a decir Bastón de Caramelo Agrio cuando me solté de su agarre y volví a la carga.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.