—Gracias por preferirnos, feliz viaje.
—Gracias señorita —responden la pareja de señores dirigiéndose a su puerta de embarque correspondiente.
Observo la fila delante de mí y suspiro cansada, llevo horas parada y siento que en vez de disminuir con cada segundo que pasa va en aumento, la tormenta a retrasado varios vuelos y entre cambios de vuelos, escuchar al cliente reclamar y tratar de hacerlo entrar en razón ya que la situación se sale de nuestras manos, me encuentro en el punto de no poder dar una milla más.
—¿Viste la actualización en las asignaciones?
—Por favor, dime que Leszek se a olvidado de mí y me dejará regresar a casa en paz —ruego en voz alta aún sabiendo que eso no depende de ninguna de las dos.
—¿Estás de bromas? Enviar a casa a nuestra empleada estrella es sinónimo de un suicidio operacional en una situación como esta belleza mía.
Responde mi querida amiga consiguiendo que la mire con aburrimiento.
En ocasiones como estas es donde odio y maldigo el hecho de seguir amando tanto este trabajo como para no tener el valor de renunciar de una buena vez.
—Ilumíname por favor.
—Te tocan los preferenciales, así que yo en tú lugar empezaría moviendo el culo.
La miro procesando la información para suspirar hastiada. De haber imaginado todo lo que sucedería después de ese día nunca habría aceptado la voluntad de Leszek, habría renunciado allí mismo para evitar todo lo que ocurrió después.
El nunca haberlo conocido hubiera ayudado.
¿Conocerlo y evitarlo? No, no funcionaba.
Su magnetismo era insoportable, su modo decisivo sorprendente y su amabilidad atrapante.