Demasiado diferentes

1. Solicitud de admisión.

La solicitud reposa en mis manos, un testigo silencioso de mis sueños y temores. El papel parece pesar más que el mundo en mis dedos temblorosos. Es difícil creer que este momento haya llegado, que mi destino se encuentra dentro de ese sobre. Luchando por la valentía que me abandona, intento abrirlo sin éxito. La ansiedad me lleva a buscar ayuda, y al divisar a mi hermana en el pasillo, avanzo hacia ella con premura, sintiendo cómo mi corazón late descontrolado.

— ¿Podrías abrirlo por mí? — mi voz revela una mezcla de esperanza y ansiedad.

Stefani asiente con una sonrisa, dispuesta a compartir este momento conmigo.

— Por supuesto, hermanita. Veamos qué dice.

La pausa que sigue parece interminable, y mi impaciencia crece a medida que sus ojos recorren las líneas.

— Uh-mmm — murmura Stefani, prolongando el suspenso.

— ¿Qué? ¡¿Qué dice? — mi impaciencia es palpable.

— ¡Entraste a Stanford y a Yeil! — su voz estalla en orgullo, y su sonrisa contagiosa se ilumina.

— ¡No puede ser! ¡Qué felicidad! — exclamo emocionada.

— Esto hay que celebrarlo — mi madre, siempre al acecho, emerge de su escondite y se une al abrazo grupal. Su entusiasmo es innegable, y aunque intento no ser cínica, no puedo evitar sentir que esta celebración no es realmente por mí.

— No es necesario organizar una celebración — intento rechazar su entusiasmo, pero cae en oídos sordos.

— Claro que sí. Te lo mereces — su tono maternal resuena, aunque siento que su apoyo es más una fachada que una genuina muestra de afecto.

Aunque sus palabras podrían haberme reconfortado si no supiera lo superficial que son, me encuentro en una encrucijada. No pedí esta fiesta, ni siquiera la deseaba.

— Está bien, tú ganas. Habrá celebración — cedo, aceptando a regañadientes. Mi sarcasmo apenas disimulado no pasa desapercibido, aunque lo pasan por alto.

Sin nada más que hacer allí, me dirijo hacia mi habitación, con el sonido de la planificación de la fiesta persiguiéndome por el pasillo. Caigo rendida en mi cama, dejando escapar un suspiro de cansancio. Sin embargo, el vibrar de mi teléfono rompe mi momentáneo abatimiento. Un nombre destaca en la pantalla: Rosa, mi mejor amiga de la infancia.

— ¡OMG, qué emoción! — su entusiasmo reverbera a través de la llamada, revelando que ha escuchado la noticia. Me pregunto si todas en mi vida tienen poderes extrasensoriales, ¿o es solo un truco de la paranoia?

— ¿Por qué no suenas tan emocionada como yo? — Rosa me saca de mis pensamientos y me enfrenta a mi propia falta de entusiasmo.

— Bueno, mi madre… — intento explicar, pero ella me corta.

— ¿Qué hizo ahora? — su enojo es palpable y me siento comprendida.

— Planea una fiesta que no quiero — respondo con tristeza.

— Debes hablar con ella, amiga. Sabes que es lo correcto, ¿verdad?

— Sí, lo sé, pero es que...

— "Pero" nada. Habla con ella. Escucha el consejo de tu amiga — su voz, llena de sabiduría, me hace enfrentar una realidad inevitable.

— Está bien, gracias. Lo haré.

— Genial, debo irme. Mi hermano me llama.

— Okay, adiós.

— Adiós — responde, orgullosa, antes de colgar.

Rosa tiene razón, es hora de enfrentar lo que he estado evadiendo. Tengo que ponerme de pie ante mi familia y expresar mis deseos. Al menos una vez, debo priorizarme a mí misma.




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