El demonio que me acecha - Tercera parte
Tal como estaba programado, el despertador sonó a las 6:00 de la mañana, pero ella estaba despierta desde antes. Desde las tres, en específico. Se había levantado de la cama transpirando y jadeando, con dolor de cabeza. Primero fue al baño, se lavó la cara y miró el reflejo de una niña asustada y cansada. Una hora más tarde, después de intentar dormirse de vuelta, se rindió, y empezó a hacer ejercicio y prepararse para el colegio. Su hermana, en cambio, se despertó a la hora de siempre, las seis en punto. Usualmente esta situación ocurría al revés.
Algo muy extraño estaba pasando.
Nara le explicó todo a su hermana mientras desayunaban, y Suria se alarmó de la misma forma. Los padres de ambas estaban también en la mesa del comedor, desayunando junto a ellas, pero nunca les prestaban atención cuando hablaban entre sí.
—¿Crees que debamos preocuparnos? —le preguntó Nara—. Puede que no sea nada.
—O puede que sí, siempre hay que estar atentas —respondió Suria con los ojos cerrados—. Ahora mismo no veo nada, pero estoy muy segura de que hay alguien cerca de nosotras, y que esa persona te despertó para advertirnos.
Hicieron unas cuantas suposiciones más en el corto tiempo que tenían antes de la escuela. Pero allí, pasadas ya dos horas curriculares de matemática, Nara volvió a presenciar una situación extraña. Se encontraba sentada junto a la ventana, cuando escuchó unos toquecitos sobre el vidrio. Al girarse, no había nada, solamente se veía el patio del colegio y a algunas personas caminando por allí. Volvió a prestar atención a sus aburridas clases y, cuando se disponía a hacer sus apuntes, vio que ya había algo escrito en el papel, debajo de los números:
Necesito tu ayuda, por favor, cosas muy malas van a pasar.
Nara comenzó a transpirar igual que en la madrugada, y trató de pensar que ahí no había nada escrito, que por tener sueño se imaginaba cosas, pero sabía que eso no era cierto. Con mucha dificultad y las manos temblorosas, escribió una respuesta:
Yo no puedo ayudarte, en serio, lo siento.
Volvió a mirar por la ventana, esta vez a propósito, y luego a su cuaderno otra vez. Efectivamente, el ente que la perseguía volvió a escribir algo:
¡Por favor, te lo suplico!
La chica empezó a asustarse; ella no era la que ayudaba a los del más allá, esa era Suria. Nara lo único que hacía era acompañar a su hermana. Planeando contárselo más tarde, sacó de su mochila el collar especial elaborado a mano y, después de recitar un conjuro sencillo en voz baja, se lo colgó al cuello. Miró a su alrededor para comprobar que nadie la había visto, y luego observó una vez más su cuaderno. Las letras de ese extraño ente habían desaparecido.
*
En el recreo, Nara buscó a su hermana. Estaba sentada bajo un árbol, haciendo la tarea o quizá escribiendo hechizos. Se la veía muy concentrada, y su mano se movía rápidamente por el cuaderno.
—Alguien me está persiguiendo, y no es una persona viva —captó enseguida la atención de Suria. Sus ojos le pedían a Nara que siguiera hablando: —. Escribió en mi cuaderno que necesitaba mi ayuda, parecía desesperado.
—Extraño —dijo Suria, volviendo a centrarse en su cuaderno, esta vez escribiendo aún más rápido.
—¿Es lo único que vas a decir?
—Espera un momento —la chica escribió un par de cosas más—. Definitivamente no está tratando de hacerte daño, estoy muy segura de que quiere advertirte de un peligro.
—Pero, ¿por qué a mí?
—Porque piensa que tú eres la indicada para solucionar su problema. Y yo no pienso cuestionar a los muertos.
Acto seguido, se levantó del piso, guardando su cuaderno en la mochila (de la cual nunca se separaba) y le dio unas palmaditas en el hombro a su hermana. Esto no hizo que Nara se sintiera mejor, porque todo indicaba que debía enfrentarse a un nuevo peligro completamente sola. Vio en Suria los mismos ojos, las mismas pestañas, la misma sonrisa. Si todo aquello era igual ¿por qué su valentía no? Era injusto. Suria se fue, dejando a Nara con más preguntas que respuestas.
Se fijó en lo que su madre le había preparado para almorzar, y le dieron náuseas. Definitivamente estaba siendo un mal día. Nara tenía ganas de tirarse al piso y llorar hasta desmayarse, pero sabía que el fantasma la estaba viendo, así que debía comportarse lo mejor posible. Guardó todo su miedo en el rincón más oscuro y alejado de su mente, creando una fachada de fortaleza.
Se dirigió a la biblioteca, donde nunca había gente (a la vez, intentó convencerse a sí misma que la persona no-viva era un ser inofensivo, como un desesperado intento de tranquilizarse), para investigar un poco. No esperaba encontrar nada relevante además de textos de estudio, pero lo podía intentar. Suria siempre llegaba a casa con los libros más extraños y menos adecuados para una biblioteca escolar.
Aunque claro, estaba el detalle de que su hermana era vidente.
Nara recorrió las estanterías intentando verse lo más tranquila posible. El lugar no era muy grande, y por lo tanto la bibliotecaria podía verla desde casi cualquier parte. Recordó que Suria siempre cerraba los ojos y pasaba la mano sobre cada tomo, hasta que agarraba uno de forma automática. Como no tenía otra idea mejor que esa para espantar al fantasma, lo intentó.