La magia no resuelve todo - Segunda parte
Había una vez, una pequeña bruja que vivía con sus madres, sus abuelas y sus tías. Dormían todas en una casa a lo alto de una colina, en medio de un campo desierto que había dejado la guerra. Aquel campo era amarillento, siempre con nubes oscuras y sin rastro de animales. Sus tías debían ir con frecuencia hacia el pueblo más cercano, para conseguir reservas y ropas, pues las suyas se desgastaban muy rápido.
La pequeña bruja apenas tenía siete años cuando abrió los ojos por primera vez. Ante ella vio a otras siete mujeres, muy distintas entre sí.
La más vieja era su abuela, mediana y robusta, con el cabello gris y blanco, las ropas negras y rojas. Ella regía en el hogar, era justa pero severa, y nunca la habían visto sonreír. Al ser la mayor, era quien poseía el poder más fuerte. Ningún hechizo ni poción eran imposibles para ella.
La mayor de sus hijas era la madre de la pequeña bruja. Muy alta y delgada, de cabello castaño entrecano, usaba siempre vestidos marrones, sucios por la ceniza de la chimenea. Se dedicaba a tejer, cuidar de su hija y preparar la comida.
Sus cinco tías, un poco más altas y robustas que la pequeña bruja, eran jóvenes inquietas. Estando ellas, el silencio en la casa no era una opción. Hablaban, gritaban y reían mientras ejercían sus labores. Las que mejor volaban, iban al pueblo en momentos de necesidad. Las otras limpiaban la casa y ayudaban a la abuela con las pociones.
Tenía siete años, sí, pero era una recién nacida. Aprendió poco a poco a vivir con las demás, que no tenían tiempo para cuidarla. Se dedicaban a fabricar pociones mágicas para humanos desesperados, y vivían de ello. La pequeña bruja se las tenía que arreglar para comer y dormir.
Cuándo fue creciendo, las demás brujas la integraron de a poco en su pequeño aquelarre. Primero, sus tías le enseñaron lo básico de las vestimentas y el comportamiento con los humanos. Después, tanto su madre como su abuela la instruyeron en lo más básico de la fábrica de pociones. Muy despacio, y con paciencia, todas aquellas mujeres moldeaban a su gusto a una nueva integrante.
Uno de los inviernos más feos de la vida de la pequeña bruja comenzó en el mes de su cumpleaños número 13, y a pesar de que las demás sabían que esto ocurriría, no pudieron medir las consecuencias. Tuvieron que encerrarse durante semanas en aquella alejada casa, sin poder salir a buscar comida a los pueblos más cercanos. Sobrevivieron con dificultad, e incluso casi perdieron a la abuela, quien ya era muy anciana y por lo tanto sus poderes se iban debilitando con los años.
Uno de los últimos días de invierno fue justamente el primero de la semana más horrible para la pequeña bruja. Las dos tías más jóvenes se aventuraron a salir al exterior para conseguir provisiones. Eran la esperanza de toda la familia, y esta se hundió hasta lo más profundo en el momento en que un hombre tocó la puerta.
Los humanos que fueron a cazar encontraron en el bosque los cuerpos mutilados de dos jóvenes brujas, y de inmediato fueron hacia el líder de su pueblo para que contactara al aquelarre. La bruja mayor estuvo a punto de desmayarse cuando escuchó la noticia, que llegó también a oídos de la madre y el resto de las hermanas, pero no fue escuchado por la pequeña bruja. Ella todavía pensaba que sus tías estaban de viaje. En cambio, el resto de las brujas, con excepción de la abuela, sufrieron una enorme tristeza y conmoción por la muerte de sus hermanas.
Al segundo día, la pequeña bruja se despertó por un enorme estruendo en el sótano de la casa. Parecía ser que nadie más lo había escuchado, así que bajó las escaleras para averiguar qué era lo que estaba pasando.
Allí se encontró con otra de sus tías. La escena dejó traumatizada a la pequeña bruja.
Su tía estaba desparramada por el piso. Un brazo acá y el otro allá, sus piernas se hallaban en diferentes rincones y la cabeza, desperdigada por toda la pared. La pequeña bruja desconocía el hechizo que provocó aquella catástrofe, pero sabía con certeza que había sido invocado de manera intencional. Salió del sótano gritando y corriendo, llamando a sus compañeras, pero ninguna le hizo caso.
La pequeña bruja se desmayó, pues era tan joven que no podía lidiar con emociones así de fuertes, agotaban su energía vital. No midió bien el tiempo de su descanso, y al despertar sintió que habían pasado dos días. Llamó a su madre, a su abuela y a sus tías, pero ninguna de ellas le contestó. La pequeña bruja dormía en la sala de estar, porque sentía mareos en los pisos superiores de la casa, y de todas formas, ignorando las náuseas, subió las escaleras para buscar a su familia.
La primera habitación en el pasillo del primer piso era de la abuela. La puerta estaba abierta, así que la pequeña bruja se atrevió a entrar sin llamar primero. Su abuela no estaba allí, pero sí su ropa. Esta descansaba sobre la cama con naturalidad, pero la pequeña bruja notó que un cuchillo atravesaba la camisa de su abuela, y entendió de inmediato lo que eso significaba.
Había sido asesinada por otra bruja.
La niña, al ser todavía tan pequeña, sólo supo gritar como había hecho antes, cuando descubrió a su tía muerta. Pero parecía ser que allí no se encontraba nadie más, o quizá era que estaban todas muertas. En cualquier caso, la pequeña bruja decidió mirar las habitaciones del resto, pero todas se encontraban vacías, sólo con la ropa de las brujas atravesada por un cuchillo.