Demonios, magia y androides

6- Cada quién con su problema

La magia no resuelve todo - Tercera parte

Diario del príncipe Einar de Ayl Norte, año 18, primer día:

Hacía ya varias semanas que sospechaba de mi padre, a quien nunca le importó lo más mínimo mi opinión. Lo veía caminar con rapidez por los pasillos rodeado de multitudes estridentes, tantas caras ví aquellos días que ninguna logré recordar. Por supuesto, al preguntar acerca de las actividades de mi padre, nadie me dio respuesta alguna, ni siquiera mi otra progenitora, quien era exactamente igual a él. Nunca comprendí por qué me despreciaban, si al fin y al cabo yo soy el único hijo del matrimonio regente. Algún día tendré que tomar el mando y dirigir a miles de personas inocentes a la guerra interminable. 

Lo sucedido esta mañana tiene menos explicación, si es posible. Desperté más temprano que de costumbre, aunque no por voluntad propia. Un sirviente del Rey me sacudió el hombro con cierta violencia, gesticulando cosas que me parecieron una tontería absoluta. No tuve más remedio que levantarme de la cama y, ante la ausencia del resto de sirvientes, debí vestirme solo. Apenas puse un pie afuera de la habitación, quedé atrapado en un grupo de guardias enormes, quienes me escoltaron hacia la sala de trono. 

Me pareció muy extraño que mi padre solicitara hablar conmigo allí, como con cualquier otro habitante del reino. Por lo general, sus charlas y reprimendas usuales ocurrían en las habitaciones para reuniones privadas. 

Los dos humanos que me dieron esta vida que tanto odio estaban sentados muy cómodos en sus bellos tronos. El que me corresponde a mí, que no es ni por asomo tan lujoso, sufría de mi ausencia. Las pocas veces que tuve el honor de sentarme en él fueron de los pocos recuerdos buenos que tengo. Con nostalgia pensé en los consejos que les podía dar al pueblo en aquellas ocasiones, puesto que presentía que algo malo estaba por suceder. 

Por supuesto, cuando el gran Rey de Ayl Norte habló, no me sentí para nada sorprendido:

—Hijo mío, sabes que te quiero mucho —mentira—, y es por eso mismo que decidí hacer lo mejor para el reino que tú y yo tanto amamos.

Pensé que, si tanto amaba al reino, por qué continuaba con aquella guerra sin sentido.

—Hace varios días me llegó la noticia de que la princesa de Lya Sur fue secuestrada —continuó, y creo que las palabras que entonces salieron de mi boca fueron producto de un hechizo:

—Supongo que eso te puso de buen humor. 

Me callé al instante, toda la sala de trono me miraba con sorpresa y conmoción. Ah, cómo detesto a los legisladores que solo saben hacer todo lo que el Rey dice. Y, hablando de reyes, mi padre contrajo la cara como si fuera un cerdo haciendo sus necesidades, hervía de furia. En ese momento supe que yo era el príncipe más idiota de la historia de ambos reinos. 

—¡Suficiente! ¡No volverás a hablar en todo el día! —bufó el rey—. Y por esa falta de respeto, no recibirás ninguna ayuda para tu misión.

—¿Qué misión? —pregunté, olvidándome que tenía prohibido abrir la boca. Por suerte, mi padre se limitó a sonreír con una malicia inigualable, y me respondió con fingida cortesía:

—Tu misión, hijo mío, es rescatar a la princesa Emma de Lya Sur. Tu aventura, de ser exitosa, significará la unión de ambos reinos gracias a vuestro posterior matrimonio, y yo seré el gobernante máximo por haberte mandado a ti a rescatarla.

Me quedé callado, y todo el reino pareció imitarme. Esto iba más allá de lo que pensé que sería capaz mi padre. Mi madre, por su parte, miraba al piso del salón como si necesitara ser lustrado de inmediato, y no me dirigió palabra. 

Si la princesa Emma había sido secuestrada, era un asunto completamente político, y Lya Sur debía estar accionando en aquel momento. Un detalle más que me perturbaba era que la princesa no se podía hallar en ninguno de los reinos, puesto que el mío estaba amurallado, y el de ella ya debió realizar exhaustivas búsquedas. Entonces solo quedaba un lugar.

El bosque. 

—¿Dónde está la princesa? —pregunté de todas formas, otra vez rompiendo la prohibición de hablar. Mi padre respondió, quizá demasiado rápido:

—No se sabe.

—¿Quién la secuestró?

—Tampoco se sabe.

—¿Las criaturas mágicas la están buscando?

—No.

—¿Y Lya Sur?

—Menos, están ocupados planeando su próximo ataque.

Querido diario, te juraré hasta el cansancio e incluso la muerte, que yo sé cuando mi padre miente. Su expresión se torna relajada, distraída y hasta con un toque de felicidad. Él disfruta mentirme porque demuestra su superioridad ante mí, adora con locura saber más que yo. 

Me dejaron, al menos, preparar mi bolsa de viaje con todo lo que necesitaré. Debo confesar con suma vergüenza que no soy como el resto de los hombres. Escondo un secreto que no me atrevo a contarte todavía, querido diario, pero a lo que me refiero es a que soy un príncipe. He vivido toda mi vida encerrado en esta lujosa fortaleza, repleta de humanos útiles que se ganan la vida haciendo que la mía sea más fácil. Nunca he desarrollado más habilidad que la de administrar y aconsejar. Allá afuera soy inútil, además de imbécil. 



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En el texto hay: distopia, brujas magia, reinos guerras

Editado: 28.12.2021

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