—Claro, estoy de acuerdo contigo pero tú... —pausó cómo si estuviera dudando de sus palabras.
Desvió su rostro hacia abajo pensativo. Por unos segundos dudé pero proseguí.
—Pero nada, silencio —ordené —. No hagas que se despierte el demonio que posee en mi hermana en mí —sonreí —. Y seguramente no querrás que yo te ponga las cosas difíciles. Hazme caso. Porque si eres testaruro te haré entender cómo sea mi actitud.
Me recosté encima de él lentamente, sentía su calor y los latidos de su corazón. Continuamos el resto del camino silenciados. Algo que era cierto es que escapaba de algo y no quería que sucediera tan rápido.
El taxi se estacionó hacia el destino fijado. Yo tenía los ojos cerrados Alvaro se había dado cuenta.
—Mi amor despierta, ya llegamos —pronunció meneándome.
Abrí los ojos lentamente sintiendo los párpados cerrados y me compuse pesadamente.
Me había dormido sin darme cuenta y profundamente.
Salí del auto a esperar a Alvaro en el pavimento, él se encontraba hablando un poco con el taxista. Cuando finalizó, llegó hacia a mí y me abrazó. Luego me tomó de la mano y caminamos hasta un banco de cemento, nos sentamos con vista al mar. Yo amaba apreciar ver el mar, Alvaro también. Él rodó sus manos sobre mi cuerpo y yo lo seguí. Éramos dos enamorados frente al mar. Amaba aquel momento especial, olvidé que tenía un pasado con Max. Entre veces nos besábamos.
—Amor, ya son las 6, tengo hambre, quiero comer sushi —comenté —. Pero si deseas comer otra cosa, sólo dímelo —sonreí —. No, vamos a comer sushi y ya no se diga más.
Alvaro mostró una leve sonrisa en su rostro.
—Pues vamos mi amor —me contestó.
Me aparté de él, haciéndole a hacer lo mismo. El estómago me crujía, verdaderamente yo tenía hambre. Sólo pensaba en comer sushi con una rica ensalada.
—La próxima vez traeré el carro de papá —pronuncié levantándome del banco —. Ya quiero tener mi propio auto para así yo poder andar por toda la ciudad. Espero pronto poder conseguir trabajo y así dejar de depender de mis padres. Quiero comprarme lo que quisiera sin tener que pedírselo a nadie.
—No, la próxima vez traeré yo mi auto —advirtió y me miró de reojo —. No puedo permitir que tú traigas el auto de tu papá si yo tengo el mío. Soy un caballero —pausó por unos segundos—. Y pensándolo bien... Recordé que tengo un auto. A veces suelo no usarlo, podría ser raro pero cierto.
—Ah... ¿Es competencia? —inquirí —. ¿Piensas quitarme la opción de decidir? No soy sumisa que quede claro.
Reí.
—No, mi amor. Yo soy quien tiene que pasearte en un auto, no tú a mí —comentó—. Pero mirando tu carácter creo que sería mejor escucharte, no vaya ser que le vayas a dar una paliza.
—Machista —le di una palmada en la espalda —. Vivimos en un mundo nuevo, no en la antigüedad cariño, actualízate, así que; prepárate para cuando yo te salga a buscar. Además; algo te puedo asegurar... Si me provocas me encuentras. No dudaré un segundo en darte una paliza si algún día te lo llegas a buscar. Si es posible tener que buscar una pandilla para que entiendas; por supuesto.
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Editado: 29.05.2024