Derritiéndome por ti

2

Dimos por terminado el paseo cuando, cansados de tanta caminata, decidimos quedarnos en una de las cafeterías a tomar algo y esperar la siguiente clase. No faltaba demasiado, solo media hora que aprovecharíamos para seguir hablando.

—¿Ustedes son novios? —preguntó Gustavo de sopetón.

—¿Por qué la pregunta? —dije entre risas.

—Ah, bueno, no siempre se ve a alguien tan cariñoso con una chica que no sea su novia o hermana —explicó con algo de tartamudeo—, y ustedes no se parecen en nada.

—Nah, no lo somos porque él no quiso —se quejó Emma con dramatismo—. Solo somos mejores amigos, desde hace... uff. ¿Cuánto?

—Tiempos inmemorables, y no digo que desde kínder porque no lo recuerdo —añadí entre risas.

Y aunque no lo decía, me pude dar cuenta que Gustavo es de los que no sabe ocultar sus sentimientos. El alivio fue más que notorio en su expresión, remplazada después por una enorme duda y esperaba equivocarme en ello, porque no dejaba de mirarme mientras se hacía cientos de preguntas internas.

—Todos felizmente solteros, a menos que tú no lo estés, ¿Gus? —continuó Emma.

—También, o por lo menos por ahora —contestó con una nueva sonrisa.

—¡Ah, vaya, don Juan! —expresé con burla.

—Ay no vengas otra vez con tus vainas de abuelo amargado —se quejó Emma.

Solo la miré con reproche, sabiendo que detestaba que me llamara de esa manera. No era amargura, solo un punto de vista muy poco común en jóvenes. ¿Qué tenía de malo?

—Me perdí, ¿me dan un mapa?

—Explica, señor —me retó.

La adoraba, mi mejor amiga y desquiciada favorita, pero eso no significaba que no dieran ganas de asesinarla de vez en cuando. Y este, es uno de esos cuando.

—Simplemente no creo en esas estupideces del amor, y motivos para eso tengo de sobra —dije con un suspiro.

—A ver, dime una —exigió Gustavo con extraño interés.

—Primero, crea etiquetas que dividen a la gente solo por decidir con quién pasar su vida, y eso lleva a muchos problemas sociales que no han cambiado por más que pase el tiempo —repliqué sin titubear y con gran seguridad.

—¡Válgame Dios! —exclamó con asombro, mientras ella se burlaba de su expresión.

—Y es un veneno, te daña las neuronas convirtiéndote en un idiota que dice y hace cosas absurdas por «amor», casi como un títere —continué, terminando con un encogimiento de hombros.

—¿Quién te hizo tanto daño? —interrogó con asombro, sacando una buena carcajada de Emma—. No todas las mujeres son así, ¿sabes? Algunas sí valen la pena.

Por mi parte, la seriedad cubrió todo mi rostro empeñándome en lanzar amenazas solo con ello, pero ella no entendía mi mensaje homicida. Se reía a carcajadas cada vez más fuertes, y pese a mi expresión, la boba seguía y seguía.

—¿Quieres el chiste completo? —dijo a duras penas—. Jamás en su vida se ha enamorado, nunca ha tenido interés por estar con nadie o confesarse con alguien, ni hombre, mujer, perro, gato, árbol, pan. Nada.

Gustavo arrugó la cara sin entender, regresando a mirarme de nuevo cada vez con más intensidad, como quien ve un perro caminado con sus patas traseras y tomando el té a las tres de la tarde. Y por ello, me empezaba a preocupar de verdad por su estabilidad mental. Somos mal ejemplo.

—Adelante, pregúntalo —suspiré.

—¿Cómo puedes asegurar todo eso, si no sabes lo que es estar enamorado?

—No es necesario sentirlo para saber los efectos que tiene —refuté por millonésima vez—, soy observador y analítico.

—Y amargado, demasiado para ser tan lindo —replicó esta vez Emma.

—Simplemente no puedes hacerlo, por más que observes no es algo que puedas analizar como un computador, incluso yo entiendo eso —comentó Gustavo—. El que no lo siente, no lo entiende. ¿Sabes?

—Gracias, Gus, ya me caes bien —expresó Emma, y este solo sonrió como un adolescente.

Terminada la reprimenda, porque lo sentí de esa manera, cada quien retomó su camino a clases, quedando en reunirnos ahí mismo a la salida.

Ese primer día fue una pasada, refrescante y muy nutritiva a mi parecer. Por mi parte, tenía la suerte de coincidir en casi todas las clases con Gustavo, era divertido pese a su expresión de fastidio y seriedad. Solo por nuestros enfoques diferíamos en dos clases a la semana.

Lo mejor de todo, o por lo menos lo veía de esa manera hasta ese momento, aquel muchacho iba a absolutamente todas mis clases. ¿Coincidencia? No lo creo. ¿Contradictorio? Solo un poco, pero no hay nada de malo en alimentar la vista, ¿cierto?

Al día siguiente, las ansias por pisar esa cancha me estaban acribillando la cabeza. Hace un tiempo que no jugaba, desde que pisamos el último periodo escolar los partidos y demás se suspendieron para los de último año. ¿Motivo? Estudiar para el examen de estado.

—¿Quieres dejar de hacer eso? Agotas mi energía con solo verte —se quejó Gustavo.

—¿Qué cosa? —indagué sin prestarle mucha atención, en ese momento cierto chico de ojos grises cruzaba miradas conmigo y sonreía.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.