Derritiéndome por ti

4

Antes habría dicho que el tiempo pasa demasiado rápido, mucho para mi gusto. Pero ahora, viendo la situación real en la que me encontraba, pensaba todo lo contrario. Este semestre, este año, esta carrera, esta vida pasaba con tal lentitud que parece manejado por osos perezosos. Como si yo solo fuese un npc y ellos el jugador tras la pantalla, cada movimiento le tomaba horas en procesar.

Sí, así me sentía y quería que pasara rápido.

—¡Ey, ya basta! En serio, me tienes harta con esa actitud tan...

—¿Sumisa, pendeja… ahuevada? —intervino Gustavo.

Tanto Emma como él me daban la reprimenda del día, acción que se había repetido por todo el último mes. Sí, solo un mes de iniciada las clases y las cosas más que cambiar, solo empeoraban. No era únicamente durante las practicas, momentos que aprovechaban para golpearme causándome varios moratones. Sino fuera de estas, incluso estando ellos dos presentes.

En tan solo este tiempo, no solo se han aprovechado de los muy cuestionables privilegios que aquel tedioso grupo tenía en la universidad. La excusa perfecta para ello eran los trofeos, torneos ganados en los últimos tres años que han dado a la universidad reconocimiento deportivo y dinero, obviamente. Además, puedo considerar como un segundo hogar la enfermería. No me quejo, es cómodo y la enfermera Clara me agrada mucho.

—Andrés, pendejo, te están haciendo bullying, idiota —replicaba Emma al notar mi silencio—. Si esto es por el descuento, te ayudo a pagar el puto semestre, pero salte de esa vaina, nojoda.

—¿Bullying en la universidad? No creo que sea...

—¿De qué otra forma llamas que te golpeen, insulten y fastidien cada vez que te ven? O haces algo, o te sales de ese equipo de orangutanes, es por eso que lo hacen, ¿no? —volvió a intervenir Gustavo, y ambos tenían razón.

No era solo por el descuento, simplemente no podía dejar el baloncesto a un lado y no sabía dónde más jugarlo que se me hiciera igual de fácil. En la universidad tenía la ventaja de ser allí mismo, sin tener que trasportarme a otra parte, con uniforme y equipo financiado por ellos, y no debía pagar matricula de nada. Y sí, podía decirse que el baloncesto era mi obsesión.

—Tal vez solo deba decirle al entrenador y ya, ellos están amonestados, ¿no? Dudo que...

—Dudo que seas tan idiota para hacer eso, solo te los ganarías más —interrumpió nuevamente Gustavo con mirada acusadora.

—A ver, tampoco es como si...

—Pero a quién vemos por aquí, la princesa del equipo, mi querido Andresito —se burló Edgar llegando de improviso con todo su grupo.

Solo estábamos en la cafetería tomando un refresco y teniendo la primera terapia de grupo del día, hasta que estampida de patanes aparece salvajemente. ¿No se puede tener paz en esta universidad?

—Edgar, cariño, ¿podrías meterte tus comentarios por donde no te da el sol? —refunfuñó Emma.

—¿Por qué lo defiendes, mi angelito? —hizo un falso puchero—. Mejor júntate con hombres de verdad, y deja de proteger a este pequeñín. ¿Qué dices? Te invito a tomar algo.

—¿De veras? —indagó con fingida emoción—. Sigue esperando o bájate de esa nube, y por favor, deja de joder.

—La niña saca las garras, increíble —se burló Marcos—, deberías aprender de ella, pulguita, tiene más pantalones que tú.

Y con ello, las carcajadas del resto me ensordecieron los oídos, prefería escuchar los gritos y el silbato del entrenador que esto. ¿Cómo se pone el mute a la vida?

—Qué madurez, me sorprenden, en serio —replicó Gustavo con cierta valentía—. Están en la universidad, no en el prekínder. ¿En serio hacen bullying, no están muy grandecitos para eso?

—¿Te agregamos a la lista? —indagó Marcos, acercándose peligrosamente a él para intimidarlo—. Puedes hacerle compañía a la pulguita, bastante que le hace falta un amiguito de juegos.

—Ustedes hartan de verdad, ya lárguense —exigió Emma exasperada.

—Está bien, solo porque lo pides con esa expresión tan sexy que me encanta —dijo Edgar con coquetería—. Nos vemos después, primor.

Se fueron cagados de la risa, el ver mi expresión y mudez les dio mucho de qué hablar. La cosa era, ¿por qué demonios sucedió? El mute era para ellos, no para mí.

Y por esa razón, las miradas acusadoras de Gustavo y Emma se clavaron en mí con ganas de asesinarme sin tregua alguna. Tenían razón, había permitido que se metieran con ellos también, cuando el problema es conmigo, o, dicho de otra manera, soy yo.

—Si quieres te doy mis pantalones a ver si te los pones, tú dirás —expresó Emma enojada.

—Deja de hacerte el pendejo, y haz algo —me recriminó Gustavo—, no esperes a que se salga de control.

Emma siempre fue de esas chicas rudas que no se dejan fastidiar, aunque tenga rostro tierno y aparente no romper un plato. Y Gustavo, él los enfrentó porque el Edgar empezaba a meterse con ella, de cierto modo parecía interesado sentimentalmente resultando en un conflicto interno con sus emociones y blablablá. Pero yo tenía más razones de peso, debía hacerme respetar y para ello tenía que empezar a defenderme como sea.




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