Derritiéndome por ti

5

Después de ducharme a solas, habiendo esperado más de una hora y salido sumamente tarde del campus, había llegado a casa para encerrarme y no saber nada más de la vida en general. Me tiré en la cama y respiré con cierta tranquilidad, aparentar todo estar bien era mi principal tarea de momento.

(F) ¿Todo bien por allá? No te has suicidado, ¿verdad?

Por un segundo pensé en ignorar la alerta de mensaje de mi teléfono, pero al ver quien era me alegré por no haberlo hecho. Aun así, antes de contestar me calmé internamente. Autocontrol, vital para no hacerse ideas equivocadas.

(A) Sigo vivo, gracias por preocuparte. Creo.

(F) Te vi tan preocupado que se me contagió, solo eso.

(A) No es preocupación, solo estaba distraído pensando en cosas sin importancia, como el cambio climático.

(F) ¿Eso no tiene importancia? XD

Y así mismo me lo imaginaba, riendo a cargadas al leer las mil barbaridades que podía decir. ¿Qué más podía hacer? Siendo sincero, me daba vergüenza que alguien más aparte de los que ya saben, se enteraran que no tenía la valentía suficiente para darme a respetar.

—Empaca para unos, no sé, cuatro días —anunció mi padre con una gran sonrisa, llegando a sobresaltarme.

—¿Cómo para qué o qué? —indagué con escepticismo y tecleando casi a escondidas.

(A) O sea sí tiene, pero no tanta como para que te preocupes por preocuparme… o lo que sea.

—Tu tía Marisol te echa de menos, ¿no quieres visitarla? —insistió sospechosamente.

—¡Ama! —grité en señal de auxilio.

Por lo general, los dramas en casa son cortesía de mi padre, pero esta vez sería yo el actor principal de esta obra de teatro. ¿Por qué querían quitarme mi encierro? Paz mental, solo eso pedía.

(F) Está bien, no me preocuparé por verte preocupado, ¿pero me dirás?

(A) Tal vez, cuando pase algo.

(F) ¡Ya rugiste, no te puedes echar para atrás!

—¿Cuál es el drama? —suspiró ella, llegando junto a mi padre y examinado la sonrisa tonta en mi cara.

—¡Eh!... ¿Se quieren deshacer de mi para algo en especial? —pregunté con seriedad, evitando las posibles preguntas.

—Bueno… —dijo con aires inocente— Nos iremos a carnavalear como una segunda luna de miel, pero como estas en clases y debes hacer tus deberes, no podremos llevarte. Regresamos el jueves, así que estarás hasta el martes por la noche con tu tía.

—Creo que podrás sobrevivir un día sin supervisión, eso sí, nada de fiestas clandestinas —se burló papá.

—¿Me abandonarán por irse de fiesta? —me quejé con indignación.

Y sin contestar como se debe, en contada media hora estábamos camino a casa de la tía Marisol con una mochila llena de mis cosas. De cierta forma agradecía eso, había estado tenso y aquella situación solo me alteraba más. No podía permitir que se dieran cuenta de ello, jamás tuve ese tipo de problemas en el colegio, sería absurdo que pasara en la universidad. Y, aun así, ahí estaba yo tratando de justificar mi cojera con un mal paso en el partido.

—¡Ande! —gritó Sebastián al verme llegar.

De un solo salto, logró encaramarse en mi espalda hasta casi tumbarme al suelo. Sí, estoy pegado a él más de lo necesario. Pero esta vez era más pasable, se trataba de mi primito de cinco años, no de un mastodonte que no había madurado más allá de los quince años mentales.

—Sebas, no hagas eso, lo vas a lastimar —se quejó Marisol, quien en realidad es mejor amiga de mi mamá, casi como su hermana y, por ende, mi tía.

—No se preocupe, tía, ya me estoy acostumbrando a esto —contesté—. ¿Y Sol?

—En su habitación, no más deja que te escuche la voz y saldrá más rápido que un rayo —se burló ella.

—¿Todavía anda con eso? —preguntó mi mamá entre risas.

—El primer amor nunca se olvida, ¿no, picaron? —dijo dirigiéndose a mí.

—Iré a saludarla, vamos, Sebas.

Sí, por raro que parezca y queriendo a estos dos como mis primos reales, Sol tuvo un flechazo conmigo hace un par de años. Lamentable por ella, pero al fin superado por el bien de todos.

—Hola, guapo —susurró Sol detrás de mí—, ¿me extrañaste?

—Pa que veas que sí…

—Al cabo que ni… ¿dijiste que sí? —indagó extrañada—. ¿Te pasó algo, estas enfermo, vas a morir?

—¿She va molil? —preguntó Sebastián asustado.

—No la escuches, ella está loca —le dije, regañando a Sol con la mirada—. Cuando entres a la universidad, si no pierdes este año, sabrás de que te hablo.

—No me hagas querer perderlo, ¿quieres? —replicó, pero se lanzó a mis brazos ocultando su pequeño rostro en mi pecho.

Tanto ella como Emma eran todo lo que quería y necesitaba en la vida, personas con las cuales sabía que podía contar en cualquier momento. Y dado el peligro inminente, esa misma noche en una improvisada pijamada le conté todos mis pesares y magulladuras del último mes. Ojalá los exámenes fuesen mi único temor, como para cualquier otro estudiante normal.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.