Derritiéndome por ti

8

—¿Por qué el repentino interés? —pregunté con seriedad, cruzándome de brazos—. ¿Acaso estás buscando novio?

Esta vez las risas fueron más fuertes, pero de los demás compañeros que, hasta ese momento, solo habían sido incomodos espectadores de todo el show. Mientras que ellos, con sus expresiones incrédulas y serias, se quedaban en completo silencio.

—Lo siento, campeón, pero no eres mi tipo —concluí, sintiendo el efecto dejar caer el micrófono con estilo.

Di media vuelta dirigiéndome a los laterales de la cancha escuchando tras de mí sus cuchicheos, seguir la línea mientras trotaba era todo lo que nos habían encargado hacer. ¿Y en cambio? Estábamos discutiendo como niñitos de primaria, increíble.

—Date por muerto…

Murmuró Marcos con rabia, acercándose tan peligrosamente que casi pude ver su puño en mi cara.

—Quietico ahí, Telan —advirtió el entrenador—. ¿Qué ibas a hacer, joder?

—Nada, señor —contestó con una amplia sonrisa, pasando su brazo por detrás de mis hombros en un intento de abrazo, uno demasiado apretado para ser amigable—. Solo quería disculparme por lo de la última vez, se me pasó un poco la mano.

—Y yo me chupo el dedo, ¿verdad? —gritó—. ¿Es que nadie escuchó mi puto discurso? Fuera de aquí, estás suspendido, que no se convierta en una expulsión.

—Nos vemos luego, pulguita —dijo Marcos, pellizcando con demasiada fuerza mis mejillas sin dejar de sonreír como un psicópata—, muy pronto.

Así lo vi yo, así lo sentí y así fue.

Se marchó caminando con tanta tranquilidad, como quien no mata ni una mosca en toda su vida, mientras que, por desgracia y pese al regaño del entrenador, otros cuatro pares de ojos me acribillaban hasta el tuétano de los huesos.

Llegó el momento, sálvese quien pueda, porque yo no creo poder.

El entrenador regresó con un par de balones, un portapapeles y un marcador en sus manos. Con la mirada puesta en todos y el silbato entre los labios, analizaba con demasiada atención a cada uno de nosotros. Al parecer había esperado encontrar algún tipo de batalla campal en medio de la cancha, y por un segundo compartí con él la idea; sin embargo, los cuatro demostraron cierto grado de madurez al comportarse, aun con hartas ganas de asesinarme.

Solo de momento y solo por ese día estaba a salvo. Pero, ¿y el resto?

—Hoy quiero que jueguen como si su vida dependiera de ello, y para algunos lo será, así que pilas —gritó amenazante el entrenador.

En ausencia del macho alfa, el beta toma su lugar en busca de limpiar el honor de su líder. Su iracunda mirada se posa sobre el beta enemigo, con gruñidos silenciosos y resoplidos de frustración, dejaba en claro su posición dominante y sed de venganza.

Si suena estúpido, imagínense como se ve. Un mastodonte de metro noventa, corpulento y ojos llenos de rabia, mirándote fijamente mientras se coloca en posición de ataque. Lindo, ¿no?

—Esta la pagarás y bien caro, mariquita —murmuró justo frente a mí.

—¿Es el peor insulto que se te ocurre? —contesté, pero el silbato sonó.

A pesar de su gran tamaño y corpulencia, fue muy lento para reaccionar. Mientras el balón estaba en el aire, su cerebro se bugeó dándome la ventaja de saltar y poder enviar el balón a uno de mis compañeros. De inmediato salí corriendo, no esperar más insultos o el primer golpe era lo primordial. Lo segundo, anotar todas las canastas que pueda, aunque me ponga el cuchillo al cuello.

Cinco canastas y varias de mis jugarretas tenían al entrenador saltando de una pierna, casi que literal, y por ello todos me tenían en la mira. ¿Qué podía hacer? Tengo talento para el deporte al igual que ellos, con la única diferencia en que me concentro en cosas más importantes que estar jodiendo como un adolescente malcriado. Lo peor para ellos fue que nada pudieron hacer, el reciente regaño del entrenador los tenía con las manos y pies atados. Y para mi mayor ventaja, con las bocas cerradas.

Ningún traspiés, ni empujones, golpes o cualquier otro medio de ataque. Fue hermoso, una práctica de verdad limpia. Y, aun así, preferí esperar a que todos se largaran para poder bañarme. Era lo último, el final del entrenamiento, pero sin ningún tipo de supervisión y por ello mismo podrían aprovecharse.

Al salir, pasé un rato por la enfermería solo a saludar. Se me había hecho casi rutinario salir de práctica y tener que ir por alguna herida provocada por ellos, pero esta vez no sería así, un completo alivio. Sin embargo, de la oficina del entrenador salía no solo él, sino Marcos y todo su séquito.

—Hoy se portaron bien, mis niños, al parecer la letra con sangre entra —decía en entrenador—, solo falta que tú también aprendas, Telan.

—Sí, señor, no se preocupe.

Se marchó dejándolos solos en la semioscuridad del pasillo, pasando justo frente a la puerta donde me escondí.

—¡Arg! Voy a matar a ese hijo de…

—No, nadie va matar a nadie —Marcos interrumpió el posible berrinche de Edgar—, mucho menos tú.

—Pero… —replicaron todos.

—Por ahora es mejor que se anden con cuidado, están amonestados todos, en especial tú, Edgar, ¿o se te olvidó? —insistió Marcos con extraña calma.




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