Derritiéndome por ti

12

—Pero que mier… ¡Andrés!

Una pequeña furia rubia se acercaba a nosotros a pasos agigantados, con toda la rabia que sus expresiones asesinas podían demostrar Emma dejaba algo en claro: iba a correr sangre. La mía o la de Marcos era opcional, pero esa era su intención.

—A ver, idiota con cabello de princesa —replicó ella—, ¿cuántas veces más hay que decirte que nos dejes en paz? Eres un hombre hecho y derecho, no estás en el puto colegio, madura maldita sea.

Ambos nos habíamos quedado petrificados, su rabieta era más desmesurada de lo que se esperaba o debía. No estaba así por lo que vio, había pasado algo más. ¿Pero qué?

A regañadientes, y más por la perplejidad que le causó la situación, Marcos se alejó de mí solo por pocos centímetros. Sin embargo, su furia extrapoló más allá de eso, interponiéndose entre nosotros dándole un fuerte empujón.

—¡Auch! Te pesa la mano para ser tan pequeña —se quejó.

—No me vengas con tus chistecitos pendejos, ponte los pantalones de una vez por todas y habla claro —exigió Emma con rabia—. ¿Qué mierdas quieren ustedes?

—A ver, niña, primero cálmate antes que…

—Me calmo un culo —le interrumpió, mientras yo observaba anonadado su semblante—, ¿qué mierdas quieren?

—Cualquier problema que hayas tenido con Edgar no tiene que ver conmigo, soy diferente a él en todos los sentidos, así que no te desquites conmigo por su culpa —logró decir Marcos.

—¡Esto no tiene que ver con él, joder! —expresó casi a gritos.

—¡Emma! —le llamé.

—¡¿Qué? —gritó mirándome con reproche.

Respiraba agitada, con los ojos un poco rojos casi a punto de llorar. La conocía demasiado para saber que no estaba del todo bien, estaba frustrada y molesta, algo había sucedido.

—Tranquila, ¿qué pasó? —indagué preocupado.

—Mira, Andrés, ahora mismo no importa si tengo o no algo, lo que importa es que aún no eres capaz de hacer algo por tu vida —me reclamó—. ¿Cómo es posible que dejes que este idiota te bese, así como así sin hacer nada?

—Porque le…

—Cállate, mierda —le interrumpió una vez más—. Tú y ese idiota que tienes de mejor amigo tendrán que buscar a alguien más que joder, esta guachafita no la toleraré más. ¿Entendido?

—Me gusta Andrés, no lo hago por molestar ni tengo nada que ver con…

—Y yo nací ayer —volvió a interrumpirle—. A otro con ese cuento, nada de lo que digas después de todas sus mierdas tiene credibilidad.

—No tengo la culpa que te guste el ser más misógino, machista y homofóbico de la universidad, lo siento, pero no puedes desquitarte conmigo —replicó Marcos fastidiado.

No pudo haber peor cosa para decir que eso, no en el estado tan alterado en el que se encontraba Emma. La tercera guerra mundial hubiese estallado con menos furia, porque ese pequeño duende solo quería arrancar cabezas, mejor si era la de Marcos. Si no es por mi rápida reacción, lo habría tumbado al suelo de un empujón o golpeado quien sabe cuántas veces.

No fue por defenderlo, pero tampoco creí prudente armar todo un espectáculo a esas horas. Estábamos en la universidad aún, podíamos meternos en problemas más grandes.

—¡Suéltame, ¿por qué lo defiendes?! —gritaba—. Déjame y le parto su puta madre.

—¡Vete! —le dije.

—Pero…

—Que te vayas, mierda, no busques más problemas —insistí.

—Bien —gruñó con fastidio.

Dio media vuelta y se alejó un par de pasos, esperando solo poder perderlo de vista y calmar a mi amiga quien seguía forcejeando en mis brazos. Sin embargo, Marcos se detuvo y giró sobre sus talones fijando su mirada en nosotros una vez más.

—Solo escucha esto, Emma, por el bien de Andrés y el tuyo mismo, te recomiendo que consideres alejarte de verdad de Edgar —expresó con cierto pesar—, yo no tengo muchas opciones al respecto, pero tú puedes hacer algo por evitar enredarte demás con ese idiota. En serio, es de todo menos una buena persona.

Me miró una vez más con tristeza y una suave sonrisa, dio media vuelta y esa vez sí se perdió entre la oscuridad de los pasillos. Mi atención se perdió desde el momento en que sus ojos se clavaron en mí, aquel efecto hipnótico que sentí una vez con Fernando, no podía evitar sentirlo ahora, pero con él. Nunca negué que fuesen hermosos, un color bastante peculiar para ser normal, pero no esperaba sentirme de esa manera con solo observarlos por un par de segundo, mucho menos después de todo nuestro historial.

No dejaba de ser preocupante, no tanto por los demás, sino por él mismo, la veracidad de sus palabras y acciones. No podía decir que lo conocía lo suficiente para saber si decía la verdad, o si por el contrario solo era un juego. Ese era mi verdadero temor.

Un suave golpe en mi abdomen me sacó de mis ensoñaciones, nada fuerte para lo que estaba acostumbrado con Emma, pero dado que me dio justo en el moratón el dolor lo sentí insoportable, llegando a gruñir y doblarme por el dolor.

—¿Qué mierdas te pasa con ese idiota, Andrés? —me reclamó alejándose de mí y caminando con desespero de un lado a otro—. No me vengas con estupideces, tú también puedes hacer algo por ponerle el freno, pero es como si no quisieras. ¿De verdad? Dime de una vez…




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.