Derritiéndome por ti

13

ESPECIAL EMMA

Largos y muchos, muy duraderos y dulces, ¿por qué no lo hice antes? Claro, estaba cegada por un idilio hormonal que no iba a llegar a nada.

Estar con Gustavo siempre fue divertido, pero ese día había superado todas mis expectativas. Y el final de la noche, sin contar el altercado con el idiota, fue el mejor de todos. El sabor de sus labios se quedó impregnado en los míos por un buen rato, tan delicioso que quise repetir una y otra vez. Sin embargo, debía irse antes de ganarse un regaño en casa, así que me tocó verlo marchar y buscar a Andrés.

—¿Nos vemos mañana? —me había preguntado Gustavo—. Es viernes y se viene un fin de semana largo, podemos hacer algo los dos, si quieres.

—Me encantaría, en serio —contesté con pesar—, pero ya se vienen los parciales de segundo corte, son los que más pesan.

—¡Ay, cierto! —se quejó—. Lo había olvidado, entonces nos vemos el lunes, ¿sí?

—Claro, allá nos vemos —y con un dulce beso más nos despedimos.

Por más feliz que me hubiese dejado la sensación de sus besos, nada pudo evitar volver a llenarme de coraje al verlos. El muy desgraciado de Marcos besaba a Andrés, y este como el cobarde que es se dejaba tan sumiso, moldeable y manipulable. Sé que no es fácil salir de ese ciclo, pero no imposible. ¿Qué pasaba en su caso? Que no quería.

¿Acaso le gustaba Marcos de verdad?

Sé que me excedí en mi rabia, pero verlos me recordó a Edgar y con ello todo lo que sucedió justo antes. Así que no me contuve, si podía hacer algo esa era la oportunidad. Y después el desastre.

—¿Edgar? —indagué casi en un susurro.

—Sí, pero…

Ya no era solo un par de raspones, ni tropezones esporádicos o insultos, ese ya era un hematoma demasiado grande con posibles secuelas. Edgar tiene la fuerza suficiente como para romperle una costilla, y con un golpe de ese calibre pudo hacerlo con mucha facilidad. Ese era otro asunto, uno más grave que un simple bullying y no me iba a quedar de brazos cruzados.

Con eso la rabia sobrepasó límites, no solo con el idiota, también con el mismo Andrés por permitirlo. ¿Para qué carajos está el entrenador si no es para eso? Hablar no cuesta nada, evidencias y antecedentes hay demasiados, no sería tan difícil creerle. Era como sumar dos más dos.

Traté de pasar la noche pensando en Gustavo, en esa linda sonrisa que quería atesorar y esos besitos cariñosos que repartió por mis mejillas, pero nada. La rabia seguía muy dentro de mí, envenenándome y manchando todos los pocos buenos recuerdos que tenia de Edgar. De cierta forma sirvió, era lo último que necesitaba para sacar ese paracito de dentro de mí y dejar lo que de verdad es bueno, a Gustavo.

Aun así, sabía que no estaría del todo bien con ello, no hasta hacer algo para sacarme el veneno del cuerpo. De momento me limité a alistarme para ir a clases por mi cuenta, ignorar a Andrés para evitar golpearlo yo misma fue todo un desafío, solo porque era inevitable que estuviese con Gustavo. Quería unirme a ellos, pero solo él, porque quería volver a besarlo y abrazarlo.

Y como enviado por el destino, al salir de una clase rumbo a la siguiente me topé con el indeseable. Estaba como siempre, coqueteando con un grupo de chicas demasiado jóvenes para ser de semestres avanzados. Pobres ingenuas, primíparas manipulables como le gustaban a él.

Así que me decidí, era en ese momento o nunca.

Me vio, se sonrió malicia y de la misma manera le devolví el gesto acercándome a él. Las chicas desviaron la mirada en mi dirección con fastidio, y no pude más que disfrutar la escena en su máximo esplendor. Les haría un favor, uno bastante grande, a decir verdad.

—Hola primor, ¿ya se te pasó la rabieta y el mal gusto? —se burló Edgar, dejando de lado a las chicas.

—Claro, esas cosas no duran mucho —contesté a solo dos pasos de él.

Y cuando se quiso acercar más, dejé salir toda mi rabia venenosa hacia él. No con palabras, claro está, sino como a él mismo le gustaba. Así como hizo con Andrés, le propiné un golpe en el abdomen sacando todo el aire de sus pulmones. Se dobló de dolor, tosiendo y tratando de respirar mientras las chicas lo miraban preocupada y sorprendidas.

—Eso, mi querido Edgar, es un regalito de mi parte no por lo de ayer, eso quedó atrás —expliqué—, sino por ese lindo moratón que tiene Andrés justo donde te acabo de golpear. Ya están a mano, genial.

—¿Haces esto por ese… —tosía— pendejo mariquita?

—Ese pendejo mariquita es más hombre que tú, no es un troglodita violento e inmaduro que hace bullying estando en la maldita universidad —ironicé.

—¿Me estás jodiendo? —replicó respirando con normalidad, sin dejar de apretarse el abdomen.

Di dos pasos hacia él, viendo con satisfacción como retrocedía al mismo tiempo. ¡Bingo!

—Atrévete a volver a golpearlo y yo misma te rompo la cara —amenacé—, y créeme que después de eso no me temblará la voz para denunciarte con el consejo, a ver si te seguirán quedando más ganas de seguir molestando a la gente. ¿Entendiste o te lo dibujo?

—No te atreverías —vociferó con rabia.




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