Derritiéndome por ti

15

El tiempo pasó sin darme cuenta, solo me importaba su boca devorando la mía, sus manos acariciándome y las mías jugando con su cabello, la dureza de su cuerpo pegado al mío y todo el calor que aquello nos estaba provocando. Beso tras beso, no quería que parara. Pero debía, en especial al sentir demasiado cosquilleo en aquellas zonas. Ya eso era ir demasiado rápido y lejos, por más que las hormonas lo quieran así incluso él sabía que no estábamos en condiciones.

—Creo que… —jadeé— deberíamos…

—Parar… —terminó Marcos por mí entre risas—. Lo sé, pero no quiero.

Mordió mi cuello, dejando casi con completa seguridad una marca que costará ocultar. Subió por toda la sensible piel hasta llegar a mi boca, una vez más besándome, pero con más dulzura.

—Sí, debemos parar —reía—, pero dame un segundo, ¿sí? Me emocioné de más.

—O sea, ¿cómo? —indagué confundido.

—Eres tan adorable —se burló, envolviéndome entre sus brazos.

No había entendido, pero al sentirlo pude comprender más que bien a qué se refería. Qué «emoción» tan firme, tanto que no me atreví a mirarlo a los ojos por los siguientes minutos. Me había dado cierta vergüenza, porque si era sincero conmigo mismo, me había emocionado igual que él y lo notó, incluso antes que yo.

—Ahora sí, salgamos antes que sea tarde —anunció entre risas después de varios minutos en silencio, solo abrazados.

—Pero no son ni las ocho aún, es… —hice una pausa entendiendo— ¡Ah!

—Mi tontuelo —se burló, dándome un último beso.

Salimos tal como entramos, en medio de un aparente abrazo de amigos. Sonaba aún ilógico esa palabra acompañada de nuestros nombres, pero así se estaban dando las cosas y de momento, solo hasta ese justo instante, estaban resultando bien. Respiré profundo y me dejé guiar de regreso a la luz.

Empezamos con un par de juegos sencillos, lanzar una moneda a una serie de imágenes enmarcadas en un rectángulo de vidrio agrupados en el suelo, todos con un pequeño rectángulo en el centro donde debería caer la moneda para poder ganar. El premio mayor, una imagen tamaño poster de Aitana en uno de sus últimos álbumes y lo quería.

—¿Qué miras, pulguita? —preguntó Marcos con divertida curiosidad.

—La cantante más hermosa y genial que puede existir en esta época, si no la conoces puedes darte de baja en la vida.

—¿Estás hablando en serio? ¿Quién es?

—Aitana, el amor de mi vida —contesté cada vez más emocionado.

—A ver, no me quieres ver celoso —replicó—, ¿quién es? ¿El cuadro enorme?

Su broma se me hizo más tierna que graciosa, ¿celoso? No podía creerlo, jamás me lo hubiese imaginado de él, pero era más que obvio, en realidad no lo conocía de verdad.

—Esa misma y puedes morite de celos si quieres, pero no la bajaré de ser el amor de mi vida y la madre de mis hijos imaginarios —le seguí la corriente—. Necesito ese cuadro, casi que desesperadamente.

—¿Ah sí? —expresó sarcástico—. Bien, veamos quien la gana.

—¿Me estás retando? —indagué sorprendido.

—Cariño, puedes ser todo lo bueno y perfecto en la cancha, pero en puntería nadie me gana.

Sus aires de grandeza no habían bajado casi que nada, seguía siendo un presumido narcisista con respecto al baloncesto. ¿Qué más se podía hacer? A diferencia de antes, ahora se me hacía una ternura.

—Bien, señor presumido, ya veremos —le reté de vuelta—. ¿Cuánto quieres apostar?

—Una cita y unos trecientos besos más —dijo y sus ojos brillaron más que nunca.

—¿Nada más? —ironicé, pero me ruboricé.

—Quisiera mucho más —susurró muy cerca de mí, pellizcando mis mejillas—, pero por ahora está bien.

—Bien.

Me centré en el juego frente a mí, más por salirme del encanto de sus oscuros ojos y poder concentrarme en mi objetivo. Era necesario, no dejar ver que tan débil me había convertido delante de él ni mucho menos perder mi preciado poster. Era en ese momento o nunca.

Sacamos varias monedas, solo las de mayor denominación, por lo que teníamos dos oportunidades cada uno. Yo tenía más, pero debíamos ser justos y parejos.

—Adelante, pulguita, tú primero —dijo entre tiernas risas.

—Se te hace imposible no llamarme así, ¿verdad? —expresé con fingido sarcasmo.

—Me gusta llámate así, ¿pero sabes cómo me encantaría llamarte?

—¡Sorpréndeme!

—Mi amor —dijo sonriendo—, mi vida, mi cielo, como prefieras, pero mío.

Por un segundo mi cuerpo olvidó muchas cosas, como respirar, por ejemplo, el parpadear e incluso el cómo pensar. Mi cerebro hizo corto circuito, calentando todos los sistemas y mi rostro a partes iguales. Él lo notó, casi todos a mi alrededor notaron mi expresión de sorpresa y sonrojo, así que solo se rió a carcajadas y pude volver a funcionar.

—¡Juguemos! —logré decir.

Me posicioné, respiré profundo y traté de ignorar el hecho de que seguía a mi lado, mirándome con sus enormes y preciosos ojos con demasiada atención. No quitaba esa sonrisa de sus labios, y tampoco quería que lo hiciera, pero me desconcentraba.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.