Derritiéndome por ti

19

Marcos estaba molesto, pero, ¿adivinen a quien le importaba una reverenda mierda? A mí.

Ese mismo día no pude evitar faltar a la práctica, por más que quisiera huir y enterrar mi cabeza en un pozo de arena cual avestruz, le tenía más miedo a los castigos del entrenador hacia quienes faltaban a sus sagradas sesiones de tortura. En esos casos tomaba todo el peso de la palabra «militar», lo que me hacía desear rezarles a todos los dioses por no ser algo obligatorio en mi país.

Seguía sin poder acercarse a mí, esa vez no por el hecho de ser yo quien lo evite, sino porque estaban los animales de sus amigotes rodeándolo y festejándolo como si fuese el puto amo de toda la universidad. Desde mi posición, justo frente a él, pero del otro lado de la cancha, ignoraba sus miradas llenas de reproche y rabia.

Odió que hubiese preferido estar con Fernando en vez de él, que no quisiera escucharlo y más todavía, que llegué a la práctica entre conversaciones y sonrisas con él. Por desgracia tuvo que irse, no sin antes despedirse con un beso en la mejilla justo cuando un par de ojos azul oscuros estaban fijos en nosotros. Esa era su venganza, y no iba a ser yo quien le quitara esa satisfacción.

Para que describir lo que sucedió durante la hora y media que duró el entrenamiento, si toda esa historia ya la saben y la he vivido por más de cuatro meses, todo lo que iba de semestre. Mis compañeros, como siempre, me dejaban solo y a la deriva con el balón para que hiciera las canastas. Dos cosas, o les tenían miedo a todos ellos o de verdad dependían de mi rendimiento en cancha para ganar, aunque optaba más por la primera y como siempre, era la suculenta carne de cañón.

La salida no fue muy diferente, salvo que esa vez no estuve tan mal herido por mi aparente resurrección de reflejos. Pude esquivar con mayor destreza sus golpes, sus zancadas y demás, no todos, pero por algo se empieza. Claro está, sus insultos y miradas de odio me las aguanté, pero ya me valían mierda. Al salir de las duchas, siendo el último de todos en hacerlo, en mi celular brillaba un nuevo mensaje de Marcos.

(M) Ok, ya fue suficiente, espero que tú y ese idiota de Fernando se hayan divertido, pero ya basta, no puedes ignorarme el resto de tu vida mucho menos estar con él. ¿Podemos hablar mañana?

Y una vez más, el chulito azul marcó mi total indiferencia hacia él. ¿Cuánto le durara el capricho? Porque claro, yo no fui más que eso para él y según mis cálculos, ya le estaba durando demasiado.

(M) Lo siento, mi amor, sé que debo hacer algo, pero créeme que no es tan sencillo como parece. No lo entiendes, solo déjame explicarte.

Llegué a casa esperando que el nuevo día fuese menos agobiante, apenas era mitad de semana y ese mismo sábado teníamos actividad en la universidad. Lo que hubiese sido una excelente noche para pasarla juntos, muy probablemente se convertiría en la única donde pueda cambiar mi disfraz, porque mi cara de idiota la había llevado los últimos cuatro meses de forma permanente.

—No pueden solo dejarlo pasar, ¿cuántas veces se han podido dar el lujo de estar en una fiesta de disfraces? —insistió Emma por quinta vez—. Sea para reunir fondos o lo que sea, pero es fiesta y será divertido.

Y sí, la señorita en cuestión quería obligarnos a todos a asistir con ella, porque según sus ideales no había nada mejor que pasar guayabos amorosos que divirtiéndose entre amigos. Faltaban dos días todavía, pero insistía como si fuese solo al día siguiente.

No estaba para nada de eso, mi entusiasmo y ganas de vivir estaban ni siquiera a nivel del suelo, eso sería mucho pedir, podía estar seguro que se encontraban en el último y más profundo circulo del infierno junto a la credibilidad de Marcos.

—Cariño, ¿de verdad crees que este pechito quiere hacer algo un sábado aparte de abrazarte, besarte y darte mimos? —se quejó Gustavo, apoyando su rostro en su regazo con pereza.

—No seas así, amorcito de mi corazón, será el momento perfecto para hacer cosplay —celebró, creyendo que así se lo convencería.

—Sigue intentando, mi amor —se burló.

—Bien, me obligas a usar mi arma secreta —expresó con falsa seriedad—, yo misma haré cosplay de tu waifu favorita, ¿qué tal?

—¡Júralo! —exigió, levantándose como un resorte.

—Lo juro, pero vas, ¿estamos? —exigió.

—¡Dalo por hecho!

Fernando y yo solo podíamos mirarnos a las caras con expresión de, como decirlo, vergüenza ajena. Desde que eso dos empezaron a salir de forma más oficial, se comportaban tan cursi y desesperante que prefería golpearlos antes que seguir escuchándolos.

—Pido turno —exigió Fernando—, tú les pegaste la vez pasada, vengo yo.

—Solo uno y ya, después les pegas todo lo que quieras, dame uno —repliqué mientras ellos nos miraban con reproche e indignación.

—Uno solo —recalcó—, después son todo míos.

Me parparé para darles el golpe, pero ambos estaban alertas y a la defensiva; sin embargo, nuestro plan de despiste funcionó a la perfección. Ambos recibieron el tope mejor dado de la historia por parte de Fernando, celebrando nuestra victoria con un legendaria chocada de manos.

—No hagan eso en mi presencia, ¿quieren? —me quejé—. Alto cringe que dan.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.