Derritiéndome por ti

20

—¡Karma, dulce y delicioso karma! —dije entre risas disimuladas, dando la espalda a ese tumulto de ira llamado Edgar.

Por fin había entendido su rabia hacia mí, las nuevas y renovadas ganas de asesinarme la última semana. Ese fue un golpe duro, conciso y directo a su orgullo de macho alfa. Aunque claro, su intensión había sido que fuese yo quien se vistiera de esa manera, por algo fue sugerido por él mismo. Pero no, el entrenador no falló cuando dijo que había caído en su propia trampa.

A diferencia de él, los demás se habían tomado la penitencia como una simple broma y jugueteaban con ello. Se reían, modelaban y payaseaban con eso, pero no él. Casi podía sentir el calor de su rabia hasta donde estaba, pero no podía tentar mi suerte y reírme en su cara, seguía siendo blanco fácil y Marcos no servía ni como pañuelo.

—¡Pero que tenemos por aquí! —se burló el entrenador y me vi obligado a voltear, observar y disfrutar—. ¡Edgarina y sus princesas, se ven hermosas!

—¡Tan gentil, caballero! —expresó Antonio burlón.

—¡No abuse, profe! —se quejó Edgar entre gruñidos mal disimulados.

Las carcajadas a su alrededor no fueron más que leña para el fuego de Edgar, quien fruncía cada vez más el ceño hasta que para mí mala suerte, notó mi presencia y sonrió, ladeado y malicioso. ¡Mi fin, por milésima vez!

En entrenador por su parte, iba con un elegante uniforme de coronel del ejército, con medallas y cuanta decoración podía presumir un militar de tan alto rango. Y junto a él, una hermosa enfermera colgada de su fuerte brazo. Era su esposa, la enfermera clara.

—Los veré más adelante en los eventos, de lo contrario ya saben que pasará, no me hagan darle verdadero uso a este uniforme, mis niñas —les advirtió, dirigiéndose esta vez a mí—. Cruz, interesante atuendo, ¿qué se supone que es?

—Mafioso, señor —contesté, tratando de ignorar las amenazas de Edgarina… digo, Edgar.

—Qué curioso, puedo arrestarte aquí mismo, ¿sabes? —se burló con malicia.

—¡Ay cielo! —le riño la enfermera Clara.

—Lo suyo si es un disfraz, ¿cierto? —indagué, casi suplicando con la mirada.

Las carcajadas del entrenador fueron la respuesta, nada más que risa pura y escandalosa. Señaló, haciendo énfasis en ello, la placa con su apellido pegada al saco del uniforme. Estaba claro, no era un disfraz, ese era su verdadero ser.

—¡Ahora todo tiene sentido! —suspiré.

—¿Cómo siguen esos moratones, cielo? —indagó la enfermera clara con inocencia, una que me costó las miradas ceñudas de todos.

—¿Cuáles? —inquirieron Emma y Sol al unísono mirándome con reproche.

—Los viejos, están bien, muy bien, más que bien —contesté apresurado, haciendo señas desesperadas a la enfermera.

—Los de ayer, Andrés, no te hagas —insistió, mirándome con ojos entornados.

—¡¿Ayer?! —exclamaron todos.

—Territorio peligroso, ¿eh? —se burló el entrenador—. Nos vemos, Cruz, si sobrevives.

—Lo siento —dijo la enfermera.

—¿Era necesario? —me quejé indignado.

—Verás que sí.

Se marcharon sonrientes y dejando el avispero alborotado, donde solo yo podría ser la víctima y presa perfecta para el veneno.

—¡¿Ayer?! —insistió Emma, revisando lo que estaba visible de mi cuerpo.

—Ya falta poco para el karaoke, nos fuimos —dije con falso entusiasmo, buscando la forma de salir de allí.

—¡No saldrás de esta, cariñito! —expresó Fernando interponiéndose entre yo y la salida—. ¿Qué pasó ayer?

—Nada, lo mismo de siempre, nada fuera de lo normal —reiteré con cansancio mientras Emma seguía revisándome—. No piensas desnudarme aquí, ¿verdad?

—No es una mala idea, quiero ver solo para asegurarme —sugirió con esa misma sonrisa coqueta y ladeada.

Sin embargo, sus intenciones iban más encaminadas a otro lado, dado que estaba muy sospechosamente de frente a Marcos, quien nos observaba con ganas de asesinar a alguien y no a mí. Me miraba con esa expresión sugerente, para luego mirar en su dirección y sonreír con mayor diversión.

—¡Fer! —le reproché—. Eres el colmo.

—Ese hijo de perra va a escucharme…

Con su rabia al tope, Emma estaba dispuesta a ir directo a ellos y convertir la noche en una masacre. Ese pequeño torbellino era muy, pero muy capaz de hacerlo con tanta facilidad que a veces me daba envidia y miedo. Sin embargo, por más que me hubiese gustado ver correr sangre, tuve que evitar tal cosa.

—¡Una noche de paz es todo lo que quiero, joder! —exclamó Sol exasperada, siendo apoyada por Gustavo el perezoso.

—Emma, por favor, créeme que ya las está pagando caro, ese disfraz qué tiene no es por elección, ¿sabes? —dije, distrayendo con éxito su atención.

A duras penas y con lo que pude intuir, les expliqué lo ocurrido y la posible razón de su rabia asesina sobre mí. Todos menos ella, estallaron en risas escandalosas porque claro, podía bajar su rabieta, pero no era suficiente como para que lo olvidara. Ella ni perdona ni olvida, por eso no creció.




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