Derritiéndome por ti

24

ANDRÉS

La fastidiosa luz del sol entraba por las cortinas, al parecer alguien las había dejado semiabiertas con el fin de martirizar mi deplorable existencia. El dolor de cabeza se hizo presente en cuanto mi cerebro empezó a despertar, trayéndome de vuelta al mundo real de un solo planazo directo al rostro. Si esto es lo que llaman resaca, me haré juramento eterno de sobriedad.

Las imágenes de la noche anterior llegaron poco después, aumentando la agonía de mi dolor de cabeza. ¿Qué mierdas hice? Las imágenes aún eran un poco borrosas, y lo agradecía. Si lo que lograba recordar era así, no me imaginaba el nivel de estupidez que podría revelarme al tener el panorama completo. No quería, me negué a terminar de recordar más allá de sus labios recorriendo la piel desnuda de mi abdomen.

Aun así, pude respirar un poco más tranquilo al no sentir… sensaciones extrañas en lugares altamente preocupantes. En ese estado de ebriedad, con la calentura que me embargó por culpa de ese idiota, pude haber cometido el peor error de la vida. Pero no, y respire profundo lleno de alivio.

—Muy bonito, el niño, ¿no? —expresó mi mamá, emputada—. ¿Alguna explicación que quieras darme?

—No volveré a tomar, eso tenlo por seguro, me quiere estallar la cabeza —me quejé entre lloriqueos, tratando de tapar mi rostro de la luz—. Ten piedad, madre, por favor.

—Piedad mis huevos, Andrés, no esperes que me quede de brazos cruzados cuando te tuvieron que traer porque no podías ni mantenerte de pie de la borrachera —replicó indignada—. ¿Qué te sucede? ¿Algún problema que tengas del que quieras hablar o te llevo a terapia? El alcohol no sirve para eso.

—¿Quién me trajo? —indagué con el corazón en la garganta, levantándome casi de un salto.

Arrepentimiento total, el dolor aumentó de forma tan asesina que el resto de mis órganos se atoraron en mi garganta a punto de ser vomitados.

—¿Ni eso recuerdas? Estás jodido, pa’ que tomas si te pones así. —Una mezcla entre burla e indignación se mezclaron en su voz.

—Madre mía, ya quiero vomitar todos mis órganos, porfa no quieras matarme más. —Acaricié mis sienes con la esperanza de tener una respuesta positiva, rezándole a todos los dioses y al universo por ello—. ¿Quién me trajo?

—No lo sé, tú dime —replicó, viendo mi desesperación pintada en el rostro—. Se presentó como Marcos, está simpático el muchacho y es muy amable, ¿sabes? Y algo me dice que también lo conozco, no de forma directa. ¿De casualidad es el vecino de Marisol?

Los lloriqueos nada masculinos empezaron a salir de mi boca, acaparados por la almohada que esperaba terminara con mi sufrimiento por fin. Pero no, la vida no es tan buena conmigo últimamente como para acaba conmigo así de fácil. Si mis recuerdos y su testimonio coinciden, el regaño de mi mamá será el de menos. Emma estará hecha una furia, eso estaba seguro.

Dejó las reprimendas para después, dejando que me sumiera en la miseria de mi malestar por el resto del día. Todo por ser un «mala copa», que chiste. Me la pasé metido en el baño, vaciando lo poco que entraba a mi cuerpo y escuchando las quejas de mi madre por ser tan irresponsable. Lo sé, lo tenía merecido, pero como dice una gran poeta: «No voy a llorar y decir que no merezco esto, porque es probable que lo merezco, pero no lo quiero».

Al día siguiente, la pesadilla se desató. Por obvias y obligatorias razones regresé a clases, el fin de semana se había hecho tan corto que ni parecía que hubiese sucedido.

—¡Espero tengas una muy buena explicación! —expresó Emma con solo verme.

Al parecer se habían confabulado en mi contra, habiéndome esperado en la entrada de la universidad como si nos hubiésemos puesto de acuerdo.

—No empiecen —repliqué, aun sintiendo un leve dolor de cabeza—, tengo jaqueca.

—No, sí empezaremos, ¿qué pasó? —insistió.

—Estabas con Marcos, eso no tiene dudas —añadió Fernando.

Permanecía cruzado de brazos, mirando la lejanía con expresión de pocos ánimos. Estaba más que molesto, decepcionado. Una punzada de culpa atravesó mi pecho.

—No estaba con…

—Entonces que casualidad que él desapareció cuando tú lo hiciste, ¿verdad? —me interrumpió Emma con ironía.

—Andrés, en serio, antes que ella estalle, mejor di la verdad —agregó Gustavo, completando así el trio de reproche—, hasta a mí me tienes con la piedra afuera.

—Bien… —suspiré con desgana—. No recuerdo mucho, tomé demasiado.

Las miradas de todos se pegaron a mi con incredulidad, ¿de verdad era tan increíble eso?

—No me vengas con…

—A ver, ya —le interrumpí esta vez yo—, no recuerdo mucho, pero sí sé que me llevó a casa, mi mamá lo conoció y todo así no que no paso nada fuera de lo normal.

—¿Solo eso? —indagó Fernando—. Escúpelo.

—Cuando todo se volvió un caos no sé cómo terminé en un salón con Marcos, es confuso y esto lo digo en serio, después discutimos un poco. —Hice una pequeña pausa observando sus reacciones, no me creían—. Tuvo el descaro de reclamarme porque me besaste, porque me dejé besar, porque todos vieron que me besaste, por el beso.




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