Derritiéndome por ti

27

ESPECIAL MARCOS

Hubo un momento en que, igual que ese día acostado en mi cama mirando el techo con pesar, me pregunté si había tomado la decisión correcta. En ese entonces me pareció bien, sin más alternativas de donde elegir con tal de no repetir ese mismo infierno, igual no tenía nada que perder. Entre ser o no ser, elegí ser peor que mi pesadilla y con ello, ser amigo de Edgar. A los enemigos había que tenerlos cerca, o eso decían.

Pero ahora, el fenómeno de sentimientos y emociones llamado Andrés había llenado mi pecho de una manera tan abrumadora que, por más que hubiese luchado con ello, no pude deshacerme de todo eso. Tampoco quise, si era sincero conmigo mismo, no quise combatirlo cuando esa fiereza escapaba de sus lindos ojos de niño bueno, porque simple y llanamente no había droga que me hiciese sentir más pleno que el querer seguir haciéndolo enojar, el verlo sonrojarse y defenderse incluso de mí.

Aun así, tarde me vine a dar cuenta del problema que implicaba el gustarme alguien como Andrés, que hiciese parte del equipo y de mi género. ¿Razón? Toda mi fachada se caía a pedazos frente a las narices de mis «amigos» y con ello, podía volver a caer en lo que tanto había evitado. La pregunta ahora era, ¿valía la pena? Ese día en las duchas, con aquel primer beso, la respuesta se clavó en mi corazón de forma automática.

Pero nada de eso bastó, no cuando pude hacer algo a tiempo para solucionar las cosas y no lo hice. ¿Resultado de eso? Llegué a casa hecho un mar de lágrimas y el corazón destrozado, sintiéndome el ser más idiota del planeta. No sabía si sería capaz de alejarme como lo había dicho, pero estaba seguro que esta vez cumpliría mi promesa, una que debí cumplir hace mucho. Si las cosas no fuesen tan complicadas…

—Mar… —me llamó mi madre, entrando a la habitación sin siquiera tocar—. La cena está lista, ven a comer.

—No tengo hambre —dije, la voz un poco ronca y nariz congestionada.

La habitación se encontraba en penumbras, por lo que no había visto el deplorable estado emocional en el que me encontraba, pero con solo escucharme la voz ronca sabía que algo iba mal. Al encender las luces, solo vio mi cuerpo tirado en la cama con sabanas tapando mi rostro confirmaron su sospecha.

—¿Algo que quieras comentar con tu madre? —indagó curiosa.

—Nada, estoy bien —logré contestar, aclarando mi garganta—. Estoy un poco estresado por los parciales finales, eso es todo, ya casi salimos de esta pesadilla.

—¿Seguro? Te he visto estresado y no lloras como magdalena por eso. —Terminó de entrar sentándose a mi lado, retirando de mi cara aquellas sábanas—. ¿Qué pasó, Mar?

—¡Soy un idiota, mamá! —sollocé con amargura.

Poco a poco me fui calmando, hasta que por fin pude entablar una conversación con mi madre en la que confesé, por primera vez en voz alta y a alguien más, lo que de verdad se ocultaba en mi corazón. Nunca se lo había mencionado de forma directa, pero sabía que las palabras no eran necesarias cuando mi madre lo sospechaba desde los múltiples incidentes en el colegio. Aun así, me sentí un poco más liberado y más tonto aún. ¿Por qué ocultarlo cuando la persona más importante en mi vida ya lo sabía y lo aceptaba?

—Vaya, ese chico de verdad que logró algo —chasqueó la lengua—. Jamás pensé ver al señor seguridad tan hecho mierda, pero algo has de aprender, ¿no?

—Sí, que toda esa seguridad era tan frágil como un cristal —suspiré con pesar—. Nada quedó desde que apareció él, me ha hecho dudar de tantas cosas, mamá, hasta de mi propia existencia.

—Eso es bueno, ¿sabes? A ver si también influye en eso y te alejas por fin de esos chicos, que para nada me gustan y te lo he dicho.

—Lo sé y por eso es que digo que he sido un reverendo idiota —gruñí con frustración—, el problema es que creo que me di cuenta de eso un poco tarde.

Mi madre se me quedó mirando por largos segundos con incredulidad, principalmente porque nunca fui de los que decía rendirse así de fácil y menos si había tanto en juego.

—No estás hablando en serio, ¿verdad? Si tanto le afectó a ese chico es porque de verdad le gustas —me reprochó—, ¿te rendirás cuando por fin lo lograste?

—Sí, bueno no… —titubeé—. No sé, le dije que me alejaría, pero que regresaría de la forma correcta.

—Bien, me parece perfecto. —Se levantó de la cama cruzándose de brazos—. ¿Y sabes cual es la forma correcta?

—Tengo una vaga idea de eso.

Suspiré con pesadez, limpié mi rostro y me quedé sentado en la cama mirando a la nada, pensando en quien sabe qué. Aunque claro, de algo estaba seguro era que el nombre y sonrisa de Andrés estaban presentes en mis pensamientos.

—Te la aclaro por si aún tienes dudas, cambia de amigos, si es que a eso se le puede llamar amigo —recalcó, caminando poco a poco a la salida—. Cuando hagas eso, verás como más de un problema desaparece.

—Sí, eso mismo pensé. —Con cuidado, se fregó los ojos tratando de despabilarse un poco—. Por cierto, esta es la última semana de clases, parciales en realidad, termino unos cuantos exámenes y entrego un par de trabajo, y es todo por este semestre.

—Más te vale rendir, un corazón roto no justifica una mala calificación en esta casa.




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