Derritiéndome por ti

29

¿Recuerdan esa escena de Luna Nueva donde Bella tenía horribles pesadillas, se mantenía apática a las cosas, los meses le pasaban por la cara sin siquiera inmutarse y todo fue tan rápido que casi no se notó? Bueno, antes me pareció un poco absurdo o hasta estúpido todo aquello, más aún viendo cómo fue retratado en la película. Sin embargo, mi yo actual deseó con cada célula de su cuerpo que estos meses de vacaciones pasaran igual de rápido. Claro está, sin el resto de síntomas de lo que ya sabemos era depresión, aunque eso venía incluido en el paquete por desgracia.

Mi versión más personal de Bella fue muy similar, podía pasar horas viendo por la ventana desde mi habitación esperando que Marcos entrara por esa puerta; soñé tantas veces que llegaba y corría a buscarlo para arreglar de una buena vez todo este meollo; ni se imaginan cuantas veces desperté con el rostro empapado en lágrimas por verlo solo en un sueño. Me sentía tan estúpido, tan insatisfecho y decepcionado con mi propia vida que no podía simplemente ocultarlo.

Traté por todos los medios no caer tan profundo, sacármelo de la cabeza siquiera por un par de horas al día y distraerme con cualquier cosa. Salí de casa un par de veces con Sol y Sebastián para pasar el rato, fuimos al parque, al cine y a patinar, lo que sea me venía bien. Pero on cada cosa que hacía, con cada chiste que decía o cualquier emoción que afloraba en mi me hacía querer compartirlo con él, y todo eso me desesperaba aún más.

Me di cuenta que lo quería de verdad porque no solo lo echaba de menos en los momentos de soledad, sino también cuando algo bueno pasaba y eso era peor.

Dos semanas habían pasado, y ni rastro de él. La última noche de mi estancia en casa de Sol había llegado y mi esperanza se había esfumado casi por completo, y con ello, mis ganas de dormir. No podía despegar la mirada de su casa aun sabiendo que no llegaría, mucho menos a esas horas de la noche. El nudo en mi garganta se triplicó, se intensificó y me hizo estallar. De tantas noches, esa fue la primera que lloré, pero tampoco fue la última.

—Cada día te ves peor, ¿sabes? —suspiró Fernando.

Había ido de visita a casa de Sol para tratar de hacer algo diferente, salir al parque siquiera, tener alguien más con quien conversar tal vez hiciera la diferencia. Aunque claro, eso no implicaba que pasara por alto mi cara de espanto. Ojeras, cansancio, ojos hinchados, un completo desastre.

—Me quiero morir, no me den más razones para hacerlo, porfis —repliqué, tirándome al suelo con la vista en el amplio cielo—. Me encantaría ser una nube ahora mismo.

—¿Para poder ir lejos a ver a Marcos? —se burló Sol en un vano intento por hacerme reír.

—Babosa, caes mal —le reclamé—. Las nubes no tienen preocupaciones, solo quiero eso, y fluir por el cielo hasta morir.

—No sé si preocuparme o preocuparme —suspiró Fernando, tan dramático como yo—, y por si no quedó claro, me preocupas, Andresito.

—No te lo has tenido que aguantar dos semanas, no te quejes —vociferó Sol.

Si tuviese las energías, la hubiese empujado o pellizcado, pero me contuve. Ni ánimos, ni ganas ni nada.

—Cuéntame tus pesares, aunque ya se por donde van, pero aja, siempre hay algo nuevo en el chisme —dijo Fernando con tono cómico.

—No creo que sea muy adecuado contarte a ti eso…

—Tranqui, bombón, antes del despecho está el chisme, así que escúpelo —insistió, esta vez con suaves risas.

—¿Seguro? ¿No querrás burlarte de mi dolor?

—Tú dale, ya lo superé y lo superarás también.

—Sospechoso, demasiado sospechoso.

—Sospechoso tu iniciativa de venir —intervino Sol una vez más.

—Tú cállate, soplona. —La pellizqué esta vez, pero me fue devuelto por Fernando, una vez más sospechoso.

—No me trates a la niña así, habla de una vez.

De cierto modo aquella conversación sí me estaba quitando un poco el pesar de encima, no porque me solucionen la vida, sino porque me estaba dando otras cosas en que pensar. Esos dos, por ejemplo, algo se traían muy escondido y no querían decirlo. No de momento, no mientras no trate de sacarles el chisme a punta de patadas, si era necesario, recargaría la batería para hacerlo.

Mientras tanto, no tuve de otra que desahogarme, tal vez así me diera cuenta de cuan estúpido sonaba toda la situación y solo la dejara pasar. Como debía, ¿no? Salir del hueco.

—Te cogió bien feo, entonces —exclamó Fernando—. Si tanto se quieren, pues ya háganlo oficial, esta vez hablando seriamente, ¿entiendes? Con seriedad, sin besuqueos, o no hasta que esto este solucionado. Ten autocontrol, como mínimo.

—¿Y a qué crees que vine, animal? —me quejé por el insulto.

—¿No que no, traidor? —se quejó Sol lanzándome briznas de pasto en la cara—. Sabía yo que tanta insistencia era por algo y no por mí.

—Ya lo sabías, cállese. El problema está en que muy posiblemente con mis reclamos pues… —hice una pausa tragándome el nudo en mi garganta—. Se haya aburrido y decidiera alejarse, cosa que me dijo y cosa que me jodería mucho porque, ¿sabes cuántas veces se lo pedí? Pero claro, el hijueputa tiene doctorado en llevarme la contraria. Ahora que quiero hablar con él, sin esos idiotas merodeando, con toda la seriedad del puto mundo, el imbécil decide visitar a papi. Lindo él, si aparece lo reviento.




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