Derritiéndome por ti

30

—¡Andrés! —me llamaron a lo lejos.

Por un segundo la esperanza empezó a palpitar en mi pecho, con la idea de que mi increíble y deseada casualidad se haya hecho realidad. Ver a Marcos acercarse de la forma más poética y cursi posible, con su amplia sonrisa de fuckboy y ese pelo rubio-fresa que me encanta. Pero no, para mi eterna desgracia la mala suerte estaba de mi lado. Me bastaron un par de segundo y risillas muy mal camufladas para darme cuenta de quién era en realidad. Quienes, a decir verdad.

—Mis antenitas de vinil están detectando la presencia del enemigo —dije para mí mismo con un suspiro de resignación.

—¡Mira nada más! —Su sonrisa burlona acercándose fue todo lo que necesité para levantarme de un salto—. La sorpresita de año nuevo que nos encontramos, ¿muy solito sin tu noviecito?

—¿Tanto me extrañabas que no pudiste esperar a regresar a clases, Edgarina? —respondí como debí desde un inicio.

—¿Alguna vez te han dado un buen puñetazo un diez de enero a las ocho de la noche con un clima tan fresco como este? —Tres pasos más y su cara estaba casi pegada a la mía, tan roja y llena de rabia que casi me asusto.

—¿Alguna vez has salido de tu cueva sin tu séquito de orangutanes para hacerte la del macho alfa? —Y sí, mis instintos suicidas estaban encendidos como el arbolito de navidad que aún no quitaban de la sala de mi casa.

—Estas cavando tu tumba, niño, no sabes con quien te estás metiendo —refunfuñó dándome empujones con su pecho.

¿Se podía ser más troglodita que eso? Mientras él se las daba de alzado empujándome con su musculado tórax lleno de esteroides, sus amiguitos lo rodeaban mirando en con nerviosismo a los alrededores, notando como la gente se iba dando cuenta de la escenita que se producía. Como siempre, los muñequitos estaban adornando.

—Con un niñato insufrible que no se ha dado cuenta que ya es un jodido adulto al que pueden echar de la universidad si no se comporta como tal —dije de corrido, sin aire ni pausas.

—¿Acaso eso fue una amenaza?

—Edgar, no empecemos, mejor vamos a otro lado —intervino Antonio, colocando sus manos en medio de ambos y evitando que avanzara más hacia mí.

—Por fin intervienen, creí que eran decoración —me burlé.

—Me gustabas más cuando no hablabas, en serio —expresó Chris molesto, ayudando a Antonio a aguantar al gorila de su amigo.

—¿Por qué podían hacer lo que quisieran? —inquirí con falsa duda.

—Porque no empeorabas la situación, idiota —me recriminó.

Tal vez, solo tal vez y un poquitico más, había la posibilidad de tener razón. Pero, ¿qué más daba? Si hablaba o no siempre habría el mismo resultado, moretones y golpes. Me cansé de eso, así que, si el resultado es el mismo siempre, mejor cambio los factores o por lo menos el mío.

—Avísame cuando haya posibilidades de mejorarla, ¿quieres? —ironicé.

—Si quieres te mejoro la cara de un puñetazo, mariquita —rezongó el gorila.

—No creo que funcione, a Thomas no le sirvió contigo, sigues igual de feo. —No sé en qué estaba pensando.

—Hijo de…

—Si no quieres más problemas mejor cállate —amenazó Antonio, más preocupado que molesto, tratando a duras penas de detener a Edgar en su intento por embestirme cual toro.

—Ustedes son los que no pueden verme porque todo se convierte en un mierdero —exploté, era ridículo que me culpara por todo—, ¿qué culos les hice? Déjenme en paz.

—Desde que apareciste no hiciste más que ser un fastidio —gritó Edgar con tanta rabia que empecé a retroceder—, ¿no entendiste el desprecio a los golpes o es que acaso te gusta que te peguen a lo maldita sea?

—¿Es que acaso tu mamá no tomó ácido fólico durante el embarazo o de verdad crees que yo inicié todo esto? Te recuerdo que el primero en iniciar esto fuiste tú y tu amiguito favorito, yo solo quería jugar baloncesto, no quitarte tu preciado puesto de… ¿de qué? Ni siquiera eres el capitán, Marcos lo es, pero claro, el idiota estaba pegado como garrapata a ustedes, lo imbécil se contagia al parecer.

La gente empezaba a aglomerarse alrededor con su respectiva distancia, incluso algunas madres con sus niños pequeños parecían tan preocupadas por la escena que estaba clamando por llamar a seguridad, o quizá a la policía. La cosa se estaba saliendo de control, pero tampoco podía dejar mi brazo a torcer. Ya había llegado lejos, ¿por qué retroceder?

—Vuelve a llamarme así y te pondré en tu lugar a golpes —volvió a gritar.

—Hablando de eso, ¿sabes a quién pusieron en su lugar recientemente? —expresé burlón, viendo las caras de comprensión de los demás sobre lo que venía.

—No te atrevas, hijo de… —murmuró Antonio atónito, pero me valió hígado.

—A ti —señalé a Edgar con énfasis—, nada más y nada menos que el verdadero «rey» Thomas, ¿no te bastó?

—Esta te la ganaste… —dicho y hecho, Edgar se abalanzó sobre mí.

Pese a los intentos de sus amigos por detenerlo, Edgar logró escabullirse de sus brazos para lanzarse hacia mí con puño en alto. Sin embargo, algo que le agradecería eternamente, era el haberme entrenado en esquivar y potencializar mis reflejos. Fui rápido, esquivando su puño y saliendo de su alcance de un brinco. Y de forma casi automática, respondí con el mismo movimiento dándole un golpe certero en la mejilla.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.