Derritiéndome por ti

32

El sudor resbalaba por mi espalda de forma lenta y húmeda, me sentía acalorado y empachado, pero eso al entrenador le valió tres enormes hectáreas de verduras. Dejó que Thomas se encargara de guiar el estiramiento, según él la flexibilidad era importante a la hora de saltar. Vaya dato inventado. No nos dejó tranquilos hasta que no vio a la mayoría hiperventilando, encharcados hasta en nuestras lágrimas y con los rostros colorados.

—¡A ver, ¿y la resistencia dónde está?! —se burló Thomas con su mayor expresión de seriedad—. ¿Se quedó de vacaciones o qué?

—¡Ay niños, no hicieron la tarea, pero se las dejaré pasar por hoy! —intervino el entrenador con un sospechoso suspiro—. En cambio, haremos examen sorpresa, saquen una hoja.

Las miradas extrañadas de todos se centraron en el entrenador por una muy obvia razón, ¿hoja de dónde y para qué? Al parecer el buen y medio raro humor del entrenador había vuelto, aún no nos acostumbrábamos a él, pero era mejor que verlo furioso. Ya lo comprobamos, sobrevivimos a ello y eso nos bastó para el resto de la vida.

—Ay pero que caras, es una broma… —se carcajeó, parando en seco y retomando la seriedad—. Lo de la hoja, no vayan poniéndose las pilas, más bien. Haremos una actividad de entrenamiento, si así esta su resistencia no me quiero imaginar cómo estará su puntería y las técnicas que con tanto esmero les he enseñado.

—¡Don Dramas! —murmuré.

—No has visto nada, mi amor —contestó Marcos a mi lado.

—¿Hay más?

—Veamos… Carlos, Antonio, Enrique y… —continuó el entrenador señalando a cada uno—. Andrés liderando este grupo, los que no tengan, pónganse el peto amarillo, pero para ya.

—Pero señor…

—¿Alguna queja, Toñito?

—No, señor.

—Eso pensé. —Miró en derredor una vez más con la expresión dura, esperando escuchar algún reclamo más—. Grupo dos, liderado por Edgar, estarán Sergio, Cristian y Alan, peto rojo. Y, por último, con el capitancito Marcos, todos los demás, peto azul. ¿Alguna queja, opinión, reclamo?

Todos, absolutamente todos en completo silencio y mirando a donde sea menos al entrenador. Por mi parte no estaba para más drama, menos con el temperamento tan cambiante del entrenador y con la presencia maléfica y burlona de Thomas acechando. Es que eran tal para cual, de tal palo tal astilla, solo que uno más joven y guapo. Y más peligroso, eso sí.

—Así me gusta —comentó con una sonrisa ladeada, alerta roja—. Cámbiense los que tengan que hacerlo, empiezan amarillo y rojo, quiero ver el trabajo en equipo, aunque se lleven como niñitas de prescolar.

—Esto no me gusta —suspiró Marcos, notando ambos la mirada ceñuda y venenosa de Edgar.

—Dímelo a mí, me tienen en su lista negra como miembro VIP —repliqué.

—Sobre mi cadáver te vuelve a poner un dedo encima —exclamó con vehemencia.

Nota, momento pasional y cursi por venir, si no es de tu agrado este tipo de contenido sigue al siguiente diálogo.

Tan solo su expresión de dureza y rabia lo hacían ver tan condenadamente sexy, que el saber la razón de todo ello no hacía más que darle esa aura fiera que me derretía por completo. Estaba cumpliendo su palabra, esta vez sí, no le importaba más nada, ni Edgar, ni sus supuestos amigos, solo yo. ¿Cómo no emocionarme y sonreír como idiota por eso? Tres meses, más de noventa jodidos días esperando esto, tenía derecho a emocionarme como colegiala enamorada.

Y ya era hora, por fin.

—¿Listos o les mando invitación? —exclamó el entrenado impaciente—. ¡A la cancha!

Con el ánimo por los cielos, pero la esperanza de salir ileso de eso por el infierno, caminé al centro de la cancha donde ambos capitanes, Edgar y yo por desgracia, teníamos la obligación de iniciar con el partido. Sí, cara a cara, y odié al creador del baloncesto por primera vez.

Las cejas bien depiladas de Edgar se juntaban con su profundo ceño fruncido, casi echando humo por la nariz como los toros en las caricaturas, de pensarlo de esa manera me causó una risilla que no pude detener, ganándome un gruñido de rabia del susodicho. Traté de disimular lo que mi cabeza se había imaginado en el peor momento, sin embargo, fue mejor y peor que eso.

Del otro lado, en las gradas esperando con los demás, se había ido Marcos a cambiarse de peto. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que lo vi sin camisa que, aunque ya lo haya visto como Dios lo trajo al mundo, no pude evitar quedarme como idiota mal disimulado viendo su delicioso abdomen. Tan moldeado, marcado y perfilado como solo él podía estar. Quería comérmelo a besos justo ahí, pero cierto aroma a toxicidad me llegó a la nariz.

—Dan asco —murmuró Edgar hirviendo de la rabia—, mejor busca motel, ya casi te lo comes con la mirada.

—¿Quieres hacerlo tú? —lo desafié, intuyendo cosas—. En serio, me da curiosidad que es lo que tanto quieres esconder tras esa carita de odio y desprecio, puede que hagas el efecto contrario a lo que quieres.

—¿Ahora eres psicólogo? —se burló, manejando demasiado bien sus emociones y confinando mis sospechas.

—No, pero sí necesitas uno —le contesté con una risilla.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.