Derritiéndome por ti

34

Marcos

Por más que el temor de lo que diga mi madre al enterarse de todo, en especial de esa matricula condicional que tanto había evitado, lo único que cruzaba mi cabeza al salir de aquella oficina era Andrés. Las ganas de ir corriendo a la enfermería me desesperaban, pero ya no había impedimentos para eso, iría sin importar nada.

—… ¿Solo porque tú lo dices? —exclamó Antonio molesto.

—Sí, así ha sido siempre y así seguirá —replicó Edgar.

—Pues ya no más, nos cansamos de que nos metas en tus cagadas solo porque quieres llamar la atención —intervino Sergio—. Esto no va más y no insistas, no somos niñitos que puedes controlar.

Aquella discusión me devolvió a la realidad, al final del pasillo se encontraban todos ellos reunidos como en los viejos tiempos, pero esta vez no planeaban como atosigar a la siguiente víctima. Aun así, nada de eso me importaba, a esas alturas del partido ellos podían hacer lo que se les diera la gana con o sin Edgar, solo si eso no incluía a Andrés en la ecuación. Con eso me bastaba.

Sin embargo, no pude evitar soltar un gruñido de fastidio al verlo allí, con su horrible cara amoratada llena de frustración y con ganas de volver a recibir otra tanda de puñetazos. Pero me contuve, el papel en mi mano me recordó que debía ser lo todo paz y paciencia. Y con eso, las miradas de todos se centraron en mí, incluyendo a ese idiota.

—¡Imbéciles! —exclamó Edgar hecho una furia, saliendo casi corriendo fuera de mi alcance.

Emprendí mi camino sin mirar a más nadie, esperando claro está tener una distancia prudencial entre ese idiota y yo. No quería cruzármelo de nuevo, solo quería saber cómo estaba Andrés.

Pasé de largo, al parecer ellos esperaban algo de mi, algo que no estaba dispuesto a seguir dando.

—Marcos…

—No se molesten, no me interesa hablar con nadie —dije sin siquiera mirarlo, escuchando sus pasos apresurados tras de mí.

—Solo queríamos dejar algo en claro —expresó Antonio interponiéndose en mi camino, con los demás a su lado—. Ninguno de nosotros seguirá con esto, también estamos hartos y…

—Felicidades —le interrumpí—, pero yo me voy.

—Pero Marcos, espera y escucha —replicó Sergio.

—Déjenme que les aclare algo a ustedes —hablé con firmeza y mirada fija en ellos—, así como lo dije antes, lo reitero, no quiero tener nada que ver con ustedes, esté o no Edgar presente, este grupito se acabó.

Sin esperar más nada de ellos, simplemente me marché con mayor rapidez, el tiempo era oro en ese justo momento si quería estar con Andrés.

Llegué a la enfermería y solo había murmullos, estudiantes curiosos caminaban por los alrededores mirando hacia, pero seguían de largo. Algunos enfermeros iban de regreso a su oficina, pero no había rastros de Andrés por ningún lado.

—¡Disculpe! —llamé a uno de los enfermeros—, el chico que trajeron hace poco herido, ¿dónde está?

—Se lo acaban de llevar en la ambulancia —contestó—, cinco minutos antes y logras alcanzarlo.

—¿Sabe a dónde lo llevan?

—No, eso lo iban a decidir en el camino con sus padres —se encogió de hombros—, lo siento.

—¡Mierda! —susurré.

Caminé por todo el campus, en especial por los bloques de ingeniería esperando poder ver a alguno de sus amigos, Gustavo si era posible. En ese momento no me apetecía toparme con el Fernando, las posibilidades de un nuevo enfrentamiento dada la situación eran demasiado altas y no estaba para perder el tiempo así. Emma tal vez, tendría que aguantar un poco sus arrebatos, pero era la más allegada a él y, por ende, quien más posibilidades de saber donde lo llevarían. Sin embargo, ninguno de los tres apareció.

Opté por una posible solución, mensaje de texto aprovechando que me había desbloqueado. «¿Dónde estás? Necesito saber de ti», enviado, sin respuesta.

Por más que esperé, la inquietud y el desespero se estaba apoderando de mí, no llegaba respuesta alguna de Andrés y tampoco deba señales de haber leído el mensaje. Era de esperarse, en realidad, en su estado lo que menos esperaría era contestar mensaje de texto. Aun así, la esperanza de que contestar en algún momento dado se mantenía.

Me senté un segundo respirando profundamente, pero la ansiedad por no saber de él me estaba ganando. Cerré mis ojos con fuerza, necesitaba tranquilizarme a como de lugar y salir corriendo como loco sin rumbo fijo. Por ello, no lo vi llegar, tan solo el golpe en mi mejilla y el empujón que la fuerza provocó me espabiló. Frente a mí, un furioso Fernando trataba de volver a lanzarse a mí con los puños apretados, si no fuese por Gustavo quien hacía lo posible por detenerlo.

—Eso, imbécil, es por el brazo de Andrés —gritó, forcejeando con Gustavo—, por tu culpa está en el hospital, ¿ya estás contento? ¿Esto era lo que querías o esperas hacerle más daño?

Como pude me levanté, limpiando de mi boca el hilillo de sangre que empezaba a salir. El golpe había sido fuerte, y aunque no me lo merecía, lo sentí un poco justo por todo lo anterior. Después de todo, le arrebaté la oportunidad de estar con Andrés y no me arrepentía de nada.




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