Derritiéndome por ti

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Andrés

Quisiera evitarles la cháchara de dolor continuo y procedimientos médicos, igual muchas de esas cosas ni las escuché porque el dolor que sentía me consumía por completo. Aun así, luego de la inyección de morfina, dulce droga para mi sistema nervioso, medio alcancé a escuchar las indicaciones del doctor después de colocarme ese aparato del infierno. Algo así como que no me moviera demasiado los próximos dos días, incapacidad por una semana, no bañarme y tratar de no matarme. O tal vez no, no sé.

Mi cabeza estaba mareada, moviéndose entre la dolorosa conciencia y el dulce alivio de la muerte. Bueno, no tanto así, pero era lo que quería. Me dieron el alta al día siguiente, más por demora de papeleo que por otra cosa. La fractura no era tan severa, gracias al cielo, aun así, dolía como el mismo infierno. Si hubiese tenido cabeza para algo más, todo lo que aprendí viendo CSI y Mentes criminales me hubiese servido para armar un super plan y desvivir a alguien, adivinen a quién.

Ya en casa, los reclamos de mis padres por lo sucedido me atormentaban. Claro, ¿qué esperaban, que me rompieran un brazo y no sospecharan que algo más pasaba? La suerte nunca ha estado de mi lado, no se sorprendan. Y ese fue el momento de Emma para brillar, porque soltó toda la sopa, desde lo de Marcos hasta Edgar y a ellos no les gustó nada nadita.

De todos modos y para sorpresa de todos, mi mamá dudó mucho de la versión de Marcos contada por Emma; notó, por obvias razones, mucho rencor en sus palabras y obstinación de mi parte. Y por ello, por tratar de defenderlo, me vi obligado a abrir el hocico. Conté lo que pasó ese día, como terminé en el suelo llorando como niña y como Marcos le partió su madre a Edgar. Por primera vez vi a Emma extrañada, dudando de sus propios pensamientos, pero seguía reacia en darle el beneficio de la duda.

—No pueden culparlo toda la vida por cada cosa que Edgar haga, tampoco puede amarrarlo, ¿sabes? —reafirmé por quinta vez—. Ese mastodonte no le hace caso al entrenador que mide como tres metros y fue militar, ahora le hará caso a él, por favor.

—Me vale tres hectáreas, es su culpa y punto —me rebatió Emma.

—Eso ya parece personal contra él, mejor cógela con Edgar que es el verdadero culpable —le reñí.

—Y tú deja de lamerle el culo a ese… Metafóricamente hablando, cochino —se apresuró en aclarar.

—No he dicho nada.

—Lo vi en tu cara.

—Un día de estos me encantaría hablar con ese Marcos, a ver si todo lo que dice Emma es cierto —intervino mi mamá—, de lo contrario… ahí vamos viendo.

—Gracias, madrecita —le sonreí.

—Ya sé de dónde salió Andrés —se quejó Emma, recibiendo un almohadazo de mi madre, ojalá hubiese sido la chancla.

Esos días de vagancia, traté de hacerle caso al doctor. No crean, sí me bañé, solo no debía mojar la férula y ya. Fernando y Gustavo trataban de visitarme todos los días, me llevaban sus apuntes de las clases y les pedían a otros compañeros los de las clases que ya no compartíamos, como los buenos amigos que son y que a veces me sacan de quicio, porque sí, el favor no era gratis. Los escuché quejarse de Marcos una y otra vez, incluso el cómo disfrutó Fernando golpearlo el mismo día de mi accidente. Me contuve, no dije nada, eso hubiese desatado una quinta guerra mundial en mi casa.

Los analgésicos me ayudaron a pasar el dolor solo los primeros días, después de eso ya no me hacían efecto más que drogarme y ponerme más pendejo de lo que ya era. Me las tomaba ya porque mi mamá casi me obligaba, pero efectos como tal no hacía, el mínimo movimiento me arrancaba lágrimas de los ojos. «¡Maldito Edgar, te odio!»

Esperé y no esperé el fin de mi incapacidad, quería volver a clases para poder ver a Marcos. Al parecer la universidad era el único lugar donde podía hacerlo, y su casa, pero en mis condiciones salir era imposible y que viniera él a la mía... Quería verlo con vida, mantenerlo así hasta viejitos y a Emma en libertad, no encerrada en la cárcel.

Para cuando regresé a clases, el morral era un completo martirio, aunque la mayoría de las veces tenía a alguno de los chicos ayudándome a llevarlo. Sin embargo, ya no era primer semestre y no estábamos en todas las asignaturas, por lo que un par de veces al día me veía solo y sufriendo por ese morral. Aun así, a quién quería ver no aparecía por ninguna parte. Ya empezamos, hijo, y mal.

—Hola.

La sorpresa me invadió cuando, con cierta vergüenza en sus rostros, los tres mosqueteros se acercaron a mí de forma tan civilizada que no parecían ellos mismos. Sergio, Antonio y Cristian estaban frente a mí con intensiones desconocidas. Todas mis alertas se activaron.

—¿Qué quieren? —indagué sin rodeos.

—Solo queremos saber cómo estas —dijo Antonio con calma.

—Enyesado —dije alzando mi brazo, para luego lamentarme—, ya pueden irse.

—Y también queríamos disculparnos —intervino Sergio.

—Por todo lo que hicimos y lo que no hicimos también —confirmo Antonio.

La reacción de mi parte al parecer no era la que esperaban, por lo que permanecieron observando mi cara por un buen rato hasta que la sorpresa me dejó hablar. Aunque tampoco sé que esperaban, ¿el viento de la rosa de Guadalupe?




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