Capítulo 0111- El implacable señor Phoenix

Llegar al trabajo acompañada de este hombre fue una pesadilla para mí. Todos mis compañeros me observaron confundidos mientras el señor Phoenix me guió hasta mi escritorio. 

Es decir, era sabido por todos que «a Becca no le gusta que la ayuden», así que llegar con él se convirtió en la comidilla de la mañana. 

Esteban era uno de los que me laceraba con la mirada al verme pasar. 

—Cuéntame todo —pude leer de sus labios, pero negué con la cabeza dejándole saber que no había nada particular, aunque era mentira, moría por hablar con alguien. 

—Que tenga un buen día —El señor Phoenix dijo muy cerca de mi oído, con una voz tan serena que provocó que un escalofrío recorriera mi espalda. Mientras, dos chicas que se encontraban en la sala de espera, llegaron a observarme con recelo. Sí, daba toda la pinta de que me había acostado con este hombre la noche anterior. 

A Phoenix no pareció importarle las miradas de los presentes y tras dejarme allí siguió de largo, se encontró con un grupo de hombres trajeados para dirigirse a la sala de reuniones. 

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Llegar a trabajar sin William, se sentía raro para mí. Un vacío me invadía, ya que no tenía idea de qué pasaría el resto del día. 

Comencé a recibir llamadas de amigos lejanos del señor preguntando si era real aquel asunto de su muerte, y confirmarlo resultaba doloroso con cada conversación. 

Mientras tanto veía a la junta de directivos que iban cada uno de ellos hacia la sala de reuniones, entre ellos Duncan, nuestro vicepresidente. 

Como siempre, el señor Duncan Morris, antes de hacer cualquier cosa, me dejó el típico vaso de café. 

—Confío en que todo saldrá bien hoy, deséame suerte, Becca —pidió, tras lanzarme un guiño, a lo que respondí con una tiesa sonrisa. 

Por la expresión de su rostro, podía asegurar que estaba más que cómodo por como se estaban dando las cosas y que la muerte de William le importaba en lo absoluto. 

—Buena suerte, señor Morris —dije a duras penas, y procuré no mirarlo—. Lo están esperando, entre ellos el hijo de William y sus abogados —advertí, recordándole que las cosas no se le harían tan sencillas. 

Al escuchar la mención del señor Phoenix, Duncan susurró algo casi inaudible, se acomodó las mangas de su traje y se alejó. 

Era un poco difícil trabajar con todo sin tener con quién consultarlos, así que seguí los trabajos como pude, aquello que él había dejado a medias. 

Las horas se hacían largas y la junta pareció ser eterna. Cerca de la hora del almuerzo, llegó Esteban buscó una silla y se sentó frente a mí. 

—¿Y eso? ¿Por qué llegaron juntos?  ¿Y por qué tan maquilladita? No me digas que...

—Fue un favor, solo me dio un aventón, nada más, no pienses mal —sonreí, y negué con la cabeza repetidas veces. 

—Oye y, ¿qué crees que pase ahí dentro? —Esteban se impulsó hacia el frente, cruzó los dedos y me observó con interés. 

—No lo sé. Yo solo no quiero que nos quedemos sin empleo. —Encogí los hombros, mientras organizaba aún los documentos restantes en el computador.

—Buen punto, pero ya que conoces más a ese caballero, ¿crees que podría llenar los zapatos del padre? 

—No lo sé, conociste a William tanto como yo, sabes que era un excéntrico, ¿cierto? pues su hijo no se queda atrás —comenté.

—Pues, como tú misma dices, lo importante es conservar lo que tenemos. Que sea lo que Dios quiera —comentó al ponerse de pie—. Mientras tanto, vayamos a comer algo.

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Salir con Esteban fue un alivio, conversamos un rato de cosas insípidas,  y discutimos asuntos más serios como mi desconfianza con Duncan.

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Al regresar, llegamos a la conclusión de que había terminado la reunión y por lo que vimos asumimos cuál fue el final de la misma. Un grupo de hombres se estrechaba las manos y subían al auto con el señor Phoenix. Por otro lado, Duncan subió al suyo refunfuñando, como un niño al que le habían quitado un dulce.