Descifrando a Mr. Phoenix (en Edición)

Capítulo 10111 - El indiscreto Maddox Hunter

MADDOX HUNTER 

Dicen que en tiempos de guerra, cualquier hueco es trinchera, y ese dicho me lo estaba tomando muy a pecho. 

Escuchar sus gemidos fue el combustible que energizó mi ser para seguir aferrándome a su cuerpo. 

El placer se mezclaba con la culpabilidad de disfrutar de esta mentira. Pero no me desagradó seguir adelante, regalando un amor fingido a quien solo era una pieza más en este jueguito de investigación. 

Al alcanzar la saciedad, me aferré de su cuerpo, le abracé tras la espalda, y pensé en quien fue mi esposa y en lo mucho que la extrañaba. Sin embargo, descaradamente follaba con alguien más. 

La risa de mi acompañante me trajo de vuelta a la realidad. 

—Charlie, ¿estás bien? —preguntó Esteban, uno de los más allegados a Rebecca Glitch—. Te siento tenso. 

—Joder, acabo de terminar, no esperes que esté relajado —respondí con incomodidad al despegarme de él. 

Esteban se lanzó a la cama y se dio la vuelta para darme la cara y observarme muy sonriente. 

—Sigues tenso —repitió—. ¿Estás nervioso porque conocerás a Becca? 

—Es posible. Me has hablado mucho de ella, tanto que siento que tengo que darle una buena impresión —expliqué, aunque en realidad, no temía, de hecho, moría por conocerla. 

Esteban adoptó un gesto dudoso, arrugó sus delgadas cejas y habló con un tono divertido:

—Bueno, pues… olvidé contarle que eras medio cascarrabias —sonrío, y de nuevo, allí me encontré con el sentimiento de culpabilidad. 

—Debiste haberle advertido entonces —bromeé y busqué mi cigarrillo que descansaba sobre la mesa de noche—. Anda, ve a lavarte. 

—Cierto, estamos tarde —dijo exaltado antes de ir corriendo hacia el baño. 

—¡Esto fue tu idea! ¡No me culpes! —grité y con una carcajada él cerró la puerta, dejándome en su habitación. 

Cuando estuve a solas, me mantuve sentado en la cama, fumando un poco, preguntándome si acercarme tanto había sido una buena idea. Pero de que había funcionado, lo había hecho y mejor de lo que esperaba, pues no solo conocería a Rebecca, sino que también me adentraría a la propia casa del señor Phoenix. 

 

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—Entonces, ¿vamos para la mansión de los Phoenix? —pregunté mientras conducía, apretando el cigarrillo con los dientes, fingiendo que no sabía mucho de quién coño era toda esta gente.

—Sí, espera a que veas el lugar, da una vibra extraña, no sé cómo explicarlo —mencionó Esteban mientras fijaba su vista a la ventana. 

—¿No te gusta el lugar, o qué? —indagué.

—Es un sitio muy bonito, pero todo es raro, tanto el jefe como sus empleados domésticos —explicó Esteban cabizbajo, con la cabeza recostada al cristal—. Hasta Becca se ha vuelto un poco rara y triste desde que está allí metida. —Realmente le importaba esta niña. 

—No entiendo mucho de qué va la cosa. Pero si ahora esta muchacha tiene dinero, ¿por qué comparte su hogar con el señor Phoenix?  No sé tú, pero yo me compraría mi propia puta mansión —medité al observar la imagen flotante que mostraba que íbamos en la dirección correcta. 

—Pues sí, yo pienso lo mismo —agregó Esteban—. Pero, ¿sabes que? Creo que pasa algo más  y ella no me ha querido decir qué.

—¿Qué? ¿qué andan cogiendo? Según lo que hablas de ellos no me parece que ocurra otra cosa más ahí. 

—No, no, no seas así. —Esteban, quien estuvo a punto de reír, se contuvo—. De hecho, entre ellos hay algo, pero la forma de ser de él la está afectando a ella directamente. Y me preocupa —concluyó y volvió adoptar un gesto acongojado. 

—¿A qué te refieres?

—Yo no lo entiendo muy bien. Algunas veces hasta pienso que ella me oculta cosas.

—Vaya… —respondí, pensando en que el hecho de que ella le escondiera también cosas a su amigo no me convenía—. Deberías buscar que se abra contigo, eres su amigo, supongo que eso la hará sentir mejor. 

—Pues sí, ¿sabes?, trataré de compartir más con ella, a ver si se sincera. —Esteban frunció los labios en respuesta a mi idea. 

—Es por su bien. —«Y por el mío», pensé. 

Conducía por un camino boscoso, y sabía que estaba cerca de mi destino, pues el panel del auto comenzó a emitir un pequeño zumbido que se acrecentó conforme nos íbamos acercando. 

Al pasar los portones fue impresionante ver lo inmenso de aquel lugar. 

—Si por suerte damos con el reptiliano, vas a comprender por qué ella no se ha ido, es guapísimo. 

—¿Ajá? —Enarqué una ceja, fingiendo celos, como si aquel chiquillo me importara algo. 

—Pero no es mi tipo —aclaró y adoptó un ligero rubor justo antes de virar la cabeza y evitarme. 

—Vamos, llama a tu amiga —propuse, cambiando el tema para que el muchacho no se sintiera incómodo. 

Él procedió a hacerlo, sin embargo, al cabo de un rato adoptó un gesto preocupado.




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