Descifrando a Mr. Phoenix (en Edición)

Capítulo 100001 - Intimando con el señor Phoenix

La habitación se encontraba a oscuras. La luna llena brillaba en todo su esplendor. Un singular y tenue rayo de luz entraba curioso entre las cortinas creando una línea muy  frágil que alumbraba cerca de la puerta. 

Su pregunta me había tomado desapercibida, tanto que parecí quedarme sin habla. 

—Desconozco si mi planteamiento es lógico o no. Pero luego de los acontecimientos, no saber de usted por largos periodos de tiempo me desconcierta. No es una actitud normal, lo reconozco —advirtió, y dio un paso al frente, acercándose un poco—. Es comprensible si mi errático comportamiento le incomoda. Si es así, solo pídalo y daré la vuelta—. Su mirada iba perdida, como si tuviera miedo de sus palabras, justo como se había portado rato atrás. Hablaba rápido y descolocado, como si estuviera a punto de  perder la cordura. 

Se dio la vuelta, parecía dispuesto a salir corriendo, sin embargo, no iba a seguir precipitando las cosas, no luego de lo ocurrido en aquel cuarto de hospital. 

—Señor Phoenix, acompáñeme esta noche —ordené con un ápice de vergüenza—. Luego de todo lo que ha pasado, no quisiera estar sola. —No mentía. Aunque no había sido lastimada físicamente por el Gato, me aterraban las constantes intervenciones de él en mi vida, y como tenía el control hasta de mis comunicaciones. 

—Muy bien, señorita Glitch —respondió. Evan caminó hasta una de las sillas de madera, la colocó al frente de la cama y dándole la espalda a la pared, cruzó los brazos y me observó con detenimiento. Apenas se movía, parecía complacido por estar solamente allí. Subí la vista en su dirección, y él estaba quieto, mirando, sin hablar, sin nada más. 

Hice el intento de enredarme en la sábana, dejarlo ser sí mismo y permitirle que me cuidara a su manera. Pero estar enterada de su presencia y tenerlo allí observando, era demasiado incómodo. 

Algo no estaba bien en él, como si en el hospital hubiera desbordado su humanidad y de repente esta se hubiera disipado. Como si mostrar los sentimientos estuviese mal y él buscara la forma de guardárselos. 

Pero si mis presunciones eran ciertas, ¿qué conocía un hombre así sobre el amor? Si ni su propio padre lo había querido lo suficiente, como para ocultarlo del mundo. 

—¿Se quedará ahí toda la noche? —pregunté—¿Así es como me hará compañía? 

—Técnicamente cumplimos con el acto de acompañarnos. Estamos coincidiendo en este espacio y en el mismo momento, además, recuerde la vez en que usted… 

—Evan…cállese, venga a la cama y actúe como lo haría un hombre normal —solté, interrumpiéndolo, tras desesperarme por la intensidad de sus ojos y su velocidad al hablar. Él tenía razón, había comenzado a actuar distinto, como si dos partes de su personalidad lucharan por salir a flote.

Mi corazón corrió nervioso cuando él se puso de pie y dio un paso al frente hacia la cama. 

—¿Desea que actúe como un hombre normal? —preguntó, removiéndose su corbata y luego dio otro paso. 

—Sí —respondí con timidez, ansiosa por cómo se pudo haber tomado mi respuesta.  

Inhalé profundo cuando vi que él tomó velocidad en su andar, hasta llegar a la cama, inclinarse y deslizarse hasta acercarse a mí. Él apoyó uno de sus brazos del colchón mientras sus delgados dedos rozaron mis mejillas y me entregó un tierno beso en los labios. 

En medio de la oscuridad, también le busqué. Sus labios exploraron mi rostro como yo también lo hice con el suyo, dándonos pequeños besos que fueron cada segundo cobrando más impetuosidad. Sus manos estaban frías, y apenas podía sentir su respiración, como si nuestros besos le hicieran olvidar por completo algo tan básico como eso. 

Él se detuvo por un instante, guardando mi barbilla entre sus dedos. 

—¿Me permite hablar? —preguntó muy serio. Al parecer se había tomado muy a pecho mi orden de que se callara. 

—Por supuesto —titubeé mirándolo a los ojos. 

—Estuvo llorando. ¿He hecho algo para provocar su malestar? —preguntó, ladeando su cabeza, observándome con esa curiosidad tan suya. 

—Para variar, hoy no fue su culpa. —Le regalé una débil sonrisa—. Pero ya estoy bien, no se preocupe. 

—La distancia entre sus cejas se ha reducido —señaló, mientras guiaba sus dedos por mi rostro en esas determinadas áreas—. La comisura de sus labios ha bajado ligeramente, su barbilla se ha elevado un poco. Sigue triste —susurró, y tenía la razón. Eran tantas cosas: la vieja herida que abrió el Gato con el recuerdo de mi padre, los secretos de mi madre y los de su padre, las palabras de Esteban. Aquello era demasiado. 




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