Desconfianza del corazón.

Prólogo.

No puedo creer que todo el dinero que me robó, mi dulce corderito, haya terminado en esta pocilga decrépita, con las paredes descascaradas y las ventanas que crujen incluso sin viento. Creí que al abandonarme sería más inteligente, pero la entiendo.

Es reconocida por sus libros. Nadie imaginaría que vives en una casa moribunda, escondida entre sombras, como si pudieras borrar mi recuerdo con una puerta cerrada.

Fue fácil encontrarte. Tal vez con tu nuevo disfraz pensaste que no te reconocería. Pero yo sé quién eres incluso con los ojos cerrados. Conozco el ritmo de tus pasos, el ángulo exacto en que se curva tu sonrisa, el temblor diminuto de tu mano izquierda cuando mientes.

Maquillaje, pelucas, nuevos nombres… no sirven de nada. Podría reconocerte entre mil cadáveres.

Lo bueno de todo esto es que puedo verte. Te cambias de ropa como si nadie te observara, como si esas paredes pudieran protegerte de mí.

Te lo advertí antes, mi lindo corderito: no puedes escapar. Siempre te encontraré.

Ahora me temes, porque crees que traté de matar a tu madre. Pero tú y yo sabemos que no es verdad. Te lo demostraré.

Me acerqué en silencio, los pies apenas tocando la tierra húmeda, hasta la ventana de tu habitación. Qué suerte que la casa fuera de un solo piso. Tan fácil colarse en tu vida como volver a un sueño repetido.

Te observé.

Pero no estabas sola.

¿Con quién estabas, mi corderito? ¿Quién se atrevía a tocarte? Vi cómo te empujaban suavemente hacia la cama. Me tensé, lista para intervenir… hasta que lo vi: te estaba besando.

Un momento.

¿Mi corderito… se está acostando con un hombre?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.