¿En serio le creíste a un Kaster?
Aparto la mirada del Bugatti La Voiture Noire que hace segundos casi me atropellara para detallar el titánico edificio de color marfil. Sin embargo, mi mente no deja de proyectar a los hermanos que mi subconsciente les pone una advertencia roja sin conocerlo.
No desviar de mis objetivos.
Pasar desapercibida.
No perder la beca.
Respiro hondo. Los nervios vuelven a surgir y al ver la hora en mi teléfono empiezo a correr por cada pasillo en el inmenso recibidor donde no me topo ni con una mosca.
Escucho ladridos pero sigo subiendo las escaleras hasta el tercer piso. A la derecha no hay nada y a mi izquierda escucho risas. Por el camino me arreglo el cabello de espantapájaros antes de llegar al grupo de chicos que se callan al verme.
Todos me miran de arriba a abajo menos el chico que tengo al frente y me da la espalada.
—Disculpen, ¿podrían decirme la dirección de la dirección?
¿La dirección de la dirección? WTF, Marshall, en un segundo ya quedaste como estúpida.
Todos parecen darse cuenta de mi cagada menos el que no me da la cara.
—¿La dirección de la dirección? —el tono de voz me enchina la piel.
No de una forma agradable.
Decide darse la vuelta para encararme y unos impresionantes ojos azules me bajan el interruptor de inteligencia.
Mierda.
Es Keegan Kaster.
Me saca dos cabezas de altura, parezco un fideo quemado a su lado por la palidez de su piel en comparación a la mía. Los labios se le curvaron de forma que me pareció maliciosa, tentadora y hasta psicópata.
—Soy nueva —mantengo la frente en alto mientras sus ojos recorren mi cuerpo.
Kaster volvió a sonreír, como si le fascinara la idea de que no tuviera ni fruta idea de nada. Mire con recelo la mano que sin ningún pudor colocó en mis hombros.
—Claro. Déjame te guio —pero no di ni un paso cuando se dispuso a enseñarme. Gire el cuerpo sutilmente para quitar su mano de ahí.
De inmediato lo tache como playboy.
—Con la indicación basta.
Los demás chicos terminaron por explotar en risa que no pareció gustarle. Yo lo había rechazado, y Keegan no parecía ser de esos que estén acostumbrados a que lo contradigan. Sus ojos azules estaban fijos en mí, sonriendo de forma rara, y con un natural aire de burla y superioridad.
—Intente ser amable, eso no lo hago con nadie —murmuró entre dientes.
Por un instante me acojone, y yo no era de intimidarme.
Solo quiero hablar con el director, avisarle que llegue y que me de las sucias llaves de mi habitación.
—Keegan —masculló un chico detrás de él.
Este, a diferencia del tal Keegan, era un poco más bajo, con abundante cabello marrón oscuro igual al mío y cejas poblabas que no disimulaban su regaño. Me sorprendió que le hiciera frente después del relato que me dio Usui.
—Tú sigue de largo hasta que veas unas escaleras, el primer piso. La cuarta puerta a la izquierda — anunció Keegan.
Joder, tengo que volver a bajar.
—Gracias.
—Un placer —hace una reverencia con la cabeza.
Camino apurada, buscando las escaleras de mármol y pasillo de cristal que me generan vértigo. Llego al primer piso de la torre con los ojos cerrados y la lengua afuera. Me paro frente a la puerta que me indicó Keegan. El corazón me retumba emocionada por iniciar esta fase tan importante de mi vida.
El discurso de mi padre me hace sonreír, la promesa de mi hermano me motiva a apoyar la mano en la perilla y cuándo abro la puerta lo primero que veo son penes, si, de colores y tamaños tan distintos que me dejan paralizada en estado de shock.
En el primer segundo fue como si todo se hubiese detenido. En este momento empecé a envidiar mucho a los avestruces, también a odiar a Keegan Kaster cuando los veinte pen… ¡OJOS! voltearon hacia mí. Pocos tuvieron la decencia de subirse el pantalón antes de salir corriendo del baño de hombres.
Las mejillas me arden, los ojos se me empañan de la impotencia, de la vergüenza extrema.
Ni ganas de buscar y patear al infeliz de Keegan tengo; prefiero venir mañana y que el director me coma viva por dejarlo plantado, que la recepcionista o alguien decente me ayude de verdad.
Me limpio los ojos buscando la salida, logro llegar a la puerta principal encontrándome al chico antes, al que regañó a Keegan.
Es de mi altura, compartimos la misma estructura de nariz y tez bronceada, aun así, me recorre como quien observaba a una cucaracha patas pa’ arriba y le tiene compasión.
—¿Viste algo que te asustó?
Prefiero no contestar. Paso por su lado decidida a pasar la noche en un motel, pero su voz vuelve a sonar:
—Quinto piso, mano derecha. Es la última puerta del corredor.
—No pienso volver a subir las escaleras —protesto—. Casi cago por la boca.
Echó un vistazo hacia atrás, mirándome con el ceño fruncido y algo desconcertado.
—Puedes ¿cagar por la boca? —rodé los ojos. negó con la cabeza para continuar—. Puedes usar el ascensor.
El…
¿Qué?
Mis ojos ruedan por el piso y la mandíbula me llega al suelo cuando la puerta de uno de lo que pensé era una mini aula se abre dándole paso a una chica y su perro.
—Hasta esta noche —se despide.
No consigo responder por el estado de emburramiento en que encuentro.
A rastras y con la cola entre las piernas, subo al ascensor hundiendo con rabia el maldito numero en el que quiero poner a Keegan para meterle una motosierra.
El ambiente del corredor cambia y las paredes solidas pasan a ser cristales que me lanzan una punzada en el cuello por la altura. Hay unos sillones de terciopelo café a cada lado de la puerta con la placa con el nombre del director.
Dejo a un lado el sentimiento ácido que me corroe para abrir la puerta y chocar con el pecho de alguien.