Ten una canasta peluda, amiga.
Edificio 7.
Habitación 98.
—En el último piso —susurró mi miedo a las alturas.
No hay timbre para entrar, así que meto la primera llave entrando al vestíbulo de mi nueva vida que me es recibida con un grito agudo y comida china voladora.
—¡Maldición! —se quejó una voz chillona tras el impacto.
Seguido de un quejido de dolor que deseé que me tragara la tierra cuando vi al hombre tirado en el suelo bañado de refresco.
—¡Lo siento! —ayude al hombre con uniforme.
—¡Mi sushi!
Me giré, donde vi que había un vaso de Pepsi derramado por mi culpa. Pensé en disculparme, pero me fue imposible decir algo con la chica que tenía enfrente.
Su cabello era una cascada castaña atiborrada de algas y arroz, caía sobre los hombros delgados para descansar en la curva de su cadera. Sus ojos eran vivaces y amenazantes, de color azul tormentoso y llenos de odio en estos momentos. Una naricita pequeña, con una pizca de pecas sobre una piel blanco y cremosa.
Pecho pequeño cubierto por un top blanco. Cintura diminuta. Piernas largas en una minifalda roja y estrecha, cubiertas por botas de terciopelo blancas hasta la rodilla.
Era hermosa. Es hermosa. Tanto que no parecía real. Era como esas chicas despampanantes y angelical de Pinterest que te bajan el autoestima. Parece como si tuviera Photoshop natural en la cara que la hace ver perfecta.
—Te vas a arrepentir, perra —me agarró del brazo clavándome las uñas.
—Suéltame, si no quieres terminar con un ojo morado —mascullé.
Se dio la vuelta yéndose echar una furia, y en el peor de los momentos, mis ojos cayeron en su trasero, pequeño y redondo.
Agite la cabeza sacándome los pensamientos extraños.
Mucho dinero para tan poca ropa. La sociedad se fue al carajo en el momento que vestir como prostituta barata se puso de moda.
Respire hondo.
—¿Se encuentra bien? —me enfoque en el repartidor.
—Yo sí. No debió hacer eso, señorita.
—Fue un accidente, no sabía que hubiera…
—Me refiero a desafiarla, amenazar a Kara Kaster es arriesgado, sobre todo si también estudiaras en Basset.
¿Ella era Kara?
Pues… ¿qué le dieron de comer de pequeños que todos son unos desgraciaditos?
—Me sé cuidar sola.
Tome el elevador contrario en el que se montó Kaster y apreté el último piso, donde debería estar mi habitación.
Ese hijo de…
Esa hija de…
Esos hijos de…
¡HIJOS DE MIERDA!
Estrello la puerta de la habitación de un portazo. No me importa si mi supuesto compañera este aquí o durmiendo, pero lanzo las maldiciones que me callé.
Mis maletas ya están aquí, en la cama blanca perfectamente extendida que no puedo evitar comparar con la negrura al otro extremo de la habitación. En el medio hay una isla de crista que nos divide frente a una pequeña cocina con todos sus implementos, estufa, nevera, lavaplatos, todo. Imagino que las dos puertas a un lado de los armarios son los baños privado.
Me tiro en la cama, tragándome el chocolatito de la almohada para quitarme el mal sabor de boca que he tenido todo el día. Pero el timbre suena acabando con los pocos segundos de paz, obligándome a caminar y abrir la puerta.
—Hola, mi nombre es Levy Mortos, sucesora de embutidos Mortos y presidenta del concejo estudiantil. Tengo el honor entregarte tu canasta de bienvenida a Basset University.
Parpadeo atónita con la Pitufina de ojos café.
—¿Canasta de bienvenida? —ya para cuando me decido a agarrar la cesta, un perrito saltó de ella para correr y ladrar por todo el departamento—. ¿Y esa cosa?
—¡Es un Basset! Icono de la universidad y cada estudiante tiene uno —muestra una radiante sonrisa—. Nos demuestra que cuando pienses que todo va mal, siempre habrá alguien esperándote, amándote y creyendo en ti, aun cuando tú no puedas. Pues no hay nada más fiel y confiable que un Basset.
—Me imagino lo haarta que debes de estar de ese lema.
—¿Tanto se nota?
Ahora si es ella. Con una cara tan cansada y normal como la mía.
—Trata de no sonreír demasiado, mucho entusiasmo te hace ver como una psicópata.
—Gracias, en fin, que disfrute del perro e intenta mantenerlo vivo.
—¡Espera! No creerás que me quedare con eso ¿o sí?
—Te repito el lema, amiga —se puso el antifaz tan rápido que me dio asustó—. El Basset nos demuestra que cuando pienses que todo va mal…
—Okey, está bien ¡Esta bien! Me quedare con esa cosa —me rendí, dejando la canasta de comida en la isla con la bestia mordiendo mi pantalón—. Aunque no me gusten los perros.
—Pero ¿qué clase de ser humano horripilante eres tú?