Eira
Volví a leer el email de ANK que me había llegado en la mañana. Ellos cerrarían el bar por refacciones durante todo un mes, por esto los empleados contaríamos con un mes de descanso y eso no afectaría nuestro sueldo. Parecía irreal, puesto que era una generosidad extrema y poco común en estos tiempos.
Además, hacía tiempo que no me tomaba vacaciones, ni siquiera unos pocos días. Estaba segura de que a muchos esto les resultaría gratificante, y yo también debería sentirme así, pero no era el caso. Más bien, la idea de no hacer nada era como un peso sobre mis hombros.
¿Qué haría durante un mes? Me hacía esta pregunta una y otra vez y no lograba ninguna respuesta satisfactoria. El trabajo era mi refugio, mi excusa para mantener la mente ocupada y no pensar demasiado en todo lo que prefería dejar enterrado. La rutina diaria, aunque agotadora, tenía ese efecto anestésico que tanto necesitaba. Ahora, enfrentar un mes entero de inactividad significaba quedarme a solas con mis pensamientos, y eso era lo último que deseaba.
El sonido de una notificación de WhatsApp me terminó de traer a la realidad. Era Galia.
>Recibiste también el mail? Estamos de vacaciones!
Así parece<
>Vayámonos a algún lado.
Iré a pasar unos días con mi abuela; al regreso, vemos si queda tiempo, quizá me quede todo el mes<
>Eira, a veces eres tan aburrida!!
>😒(emoji inconforme)
Es que hace tiempo no la visito, aprovecharé el tiempo para ayudarla en sus cosas<
>😒(emoji inconforme)
Abrí el chat con mi abuela.
Tati, iré a pasar unos días contigo, tengo un mes libre por refacciones<
Ella no respondió y no esperaba que lo hiciera. La conocía demasiado bien, como para no saber que ella con suerte agarraba el móvil una vez al día, a veces ni eso, puesto que, aunque le había recomendado infinidad de veces que lo mantuviera cerca, siempre lo dejaba olvidado en algún rincón de la casa. Asumí que ya vería mi mensaje más tarde, cuando se le ocurriera mirar. No me molestaba; estaba acostumbrada a su ritmo pausado y a su manera despreocupada de lidiar con las cosas.
Sin darle muchas más vueltas al asunto, tomé la decisión. No lo pensé dos veces antes de dirigirme al armario y sacar la valija. El ocio nunca había sido para mí, nunca lo había tolerado bien. Definitivamente, no era algo que formara parte de mi naturaleza, y la sola idea de pasar las horas en blanco me resultaba sofocante. Prefería cualquier otra cosa antes que quedarme inmóvil, atrapada en mis pensamientos.
Una vez que tuve todo listo, hice un repaso mental de todo lo que debía llevar y también de aquello que podía necesitar eventualmente. Luego, cerré las ventanas, el gas, apagué las luces, me aseguré que la casa estuviera segura y emprendí la marcha.
Me metí en mi automóvil y tomé el camino que salía del pueblo. Ese tiempo en la ruta me resultó un gran alivio. Un par de horas después estaba en su puerta.
— ¡¡Taty!! — la saludé en medio de un fuerte abrazo.
— Mi niña, hacía tanto que no venías, ¡qué sorpresa!
— No me regañes, solo han pasado un par de meses — sonreí mientras nos mirábamos tomadas de las manos.
— ¿Y esto a qué se debe, dejaste el trabajo?
— Ay, Tati, te mandé un mensaje... Han vendido el bar y ahora tiene nuevos dueños. Están haciendo refacciones.
— No entiendo cómo no te cansas de trabajar allí, con todo lo que tú sabes hacer.
— Me gusta y tengo amigos, es relajado y sobre todo seguro. Además, solo estoy allí hace muy poco, no sé por qué iba a cansarme.
— Cinco años no me parece muy poco, pero lo importante es que te sientas bien. Y no me dejes ese coche aparcado ahí, mételo al garaje, si aquí no lo usarás hasta que te vayas.
Ella se metió en la cabaña y yo hice lo que me pedía. Puse en marcha el automóvil y entré por el camino principal lentamente, las ruedas crujieron sobre la gravilla al rodear la casa. Apagué el motor y me quedé sentada allí un momento, respirando el maravilloso aire fresco y oxigenado del bosque que circundaba la cabaña. Fui en busca de mi abuela a paso lento, saboreando cada instante de mi estadía en este lugar. El sol pleno brillando sobre mi cabeza, la brisa suave que acariciaba mi piel, el rumor de las hojas que eran movidas por el viento...
Dejé escapar un suspiro apesadumbrado y lleno de añoranza. Cuánto extrañaba correr de manera salvaje entre los árboles. Anhelaba la sensación de libertad que me daba mi parte lobuna...
— ¡Ay, no! Ya te veo otra vez esa cara de melancolía. Confía en los augurios de tu Taty, esto es solamente una etapa.
Ella me abrazó por los hombros para meterme en la cabaña y yo no pude evitar sonreír, aunque mi sonrisa no podía ocultar el hueco que había en mi pecho. Era sabido que cuando la pareja destinada rechazaba a los lobos, su parte salvaje moría. Si bien había casos en que sucedía exactamente lo contrario y era la parte humana la que moría. Mi loba había desaparecido por completo, dejando en mi interior un vacío devastador.
— Una etapa de más de cincuenta años...
— Bueno, pero no has venido aquí para deprimirte, ¿verdad?
— Claro que no — sonreí. — Vine por tus comidas, abue.
— No me llames así, que no estoy tan vieja, si apenas cuento con quinientos y pocos más.
Nos reímos y entramos en la casa. Era cierto, además de que no era vieja, se veía de unos cincuenta o poco más, su espíritu seguía siendo joven y lleno de vitalidad. Su cabello era entrecano, dándole un aire de madurez, pero su piel sorprendentemente tersa no tenía las marcas del tiempo propias de la edad. Sí había ganado un poco de peso en los años que llevábamos en esta zona, pero su ritmo activo no había decaído para nada.