Desde Italia con amor... | Bilogía Complejos ll | En proceso

1 Mala hermana

Analí

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No es fácil admitir cuando cometes errores, pero trabajo en ello.

Siempre fui una persona horrible, pero no físicamente, sino en mi interior; egoísta, pretenciosa, embustera y soberbia.

De qué me sirve ser una persona con diversos talentos como la música; el arte, el baile..., si mi carácter opaca todo lo bueno que tengo.

Tuvieron que pasar años para darme cuenta de que Irene no era mi enemiga, ni me quería quitar el amor de mis padres, y ahora vivo con el constante remordimiento de que hice las cosas mal, la hice sufrir y la lastimé a propósito.

Aun así, ella me defendió.

Sacó las uñas por mí que siempre la traté mal, la humillé, la insulté e inclusive me burlé.

Y yo sigo siendo una cobarde a la que le cuesta disculparse.

Me dejé influenciar por Carlos, y eso no justifica mis decisiones porque soy consciente de que yo permití esa manipulación.

La psicóloga me repite constantemente que nunca es tarde, lo hace como si quisiera que en verdad no se me olvidara, pero es lo que más me cuestiono... ¿En verdad no es tarde para redimirme? El problema es que yo aprenda a reconocer abiertamente todo lo que hice mal.

Muchas personas ya me odian, y reconocer mis errores frente a los demás hará que me odien más.

Estos últimos meses viviendo con mamá, me doy cuenta de que mi vida pudo ser distinta.

Irene ahora vive con Asher, y Peter pasa mucho tiempo con nosotras que prácticamente vive aquí. No es algo que le importe a mamá, ni a mí. Nos gusta tenerlo aquí, él alegra nuestros días.

Y me es claro que no quiere robarme a mamá, porque él también me incluye en su vida. Algo que no pudo ser mejor, porque solo pensar que hubiera conocido a esa Analí que hacía lo que Carlos le ordenaba, me pone mal.

―Estás muy pensativa, hija ―Mi madre me entrega un vaso con batido de mango con leche; me encanta―. ¿Pasa algo?

―No, mamá. No pasa nada, solamente me pongo a reflexionar en las cosas que nos han pasado últimamente ―respondo al ver que se sienta.

―Ha sido un buen aprendizaje ¿No lo crees?

―Sí. Lo ha sido... ―La puerta al cerrarse interrumpe nuestra conversación.

Ambas volteamos y nos encontramos a Peter; tiene los ojos rojos y una expresión en su rostro que muchas veces vi en Irene.

―Peter, cariño ¿Qué sucede? ―pregunta preocupada mamá en el lenguaje del chico.

«Yo solo quería que me notara, y ellos..., ellos» ―responde con sus manos temblorosas. No continúa y corre escaleras arriba.

Mamá y yo nos miramos confundidas.

Entiendo que algo malo le pasó, y a juzgar por su expresión, creo saber qué es.

Mamá se levanta de su silla preocupada, pero me adelanto para calmarla.

―Tranquila, yo iré a ver qué le sucede ―menciono, y ella asiente.

—Le prepararé algo que lo hará sentir mejor —dice retirándose hacia la cocina.

Cuando subo a buscarlo, me asomo por la puerta entreabierta; está sentado en la cama llorando y le pregunto por el angosto espacio que la puerta me permite:

―¿Puedo pasar? ―asiente y me atrevo a sentarme junto a él―. ¿Qué sucedió?

«Unos chicos se burlaron de mí» ―responde emitiendo sollozos, tratando de controlar sus temblorosas manos al hacer las señas.

―¿Por qué lo harían?

«Le escribí una carta a una chica, ellos la descubrieron y la robaron. Gritaron que se lo dijera de frente... Yo no puedo..., ellos se burlaron» ―Tan pronto como termina de gesticular, se desmorona y llora sin parar.

―¿Ella te gusta? ―Él asiente―. ¿Al menos leyó tu carta?

«A ella le causó gracia que ellos se burlaran»

―Peter... Entonces no es una buena chica ―menciono y siento como si me diera una bofetada a mí misma; esa chica parece ser tan..., yo.

«Es una chica linda» ―señala para después limpiar sus lágrimas.

―Sí, eso no lo dudo. Y muchas veces ser una chica linda, no es sinónimo de ser una buena persona ―confieso con vergüenza, porque me estoy describiendo tal cual―. Pero tú te mereces mucho más que eso, Peter. La chica que se burle de tu condición, no te merece.

«Creí que yo le gustaba, ella me sonreía»

―Las apariencias engañan, muchas veces.

«No debería sentirme así»

―Por supuesto que no. Y es por eso por lo que no deberías derramar tus lagrimas por alguien que no vale la pena. Pero yo tengo el mejor remedio para eso ¿Quieres de mi delicioso batido de mango?

«No sé si tenga ganas»

―Vamos, Peter. ¿Vas a rechazarlo? ¡Tiene leche! ¿Alguna vez has probado el mango con leche? ―Él sigue cabizbajo, así que lo abrazo y lentamente bajo mis manos a sus costados para hacerle cosquillas.

No se resiste y reacciona riendo.

En un respiro que le doy, acepta por fin bajar por ese batido.




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