Desde la ventana

Capítulo 10: Rubí

Llegué a la mansión como de costumbre; mis horarios nunca han sido fijos, así que debo estar a la hora que me soliciten, y a la cual yo acceda, (por supuesto), esta vez me conviene estar aquí, pues uno de mis mejores clientes está de regreso en la ciudad; y de todas las mujeres que él pudiera tener, me ha elegido a mí.

     —Debes estar contenta. —Inquirió Darío.

     —Nunca estoy contenta.

     —A menos que estés conmigo. —Su sonrisa me desarma; y más cuando sus dedos me tocan, como justo ahora que me acaricia el rostro—. Pensarás en mí, ¿verdad? —No respondí, pero la verdad es que siempre pienso en él, excepto cuando... La voz de Camila me hizo salir de esos pensamientos que querían apoderarse de mí.

     —El señor C.R., quiere verte ya, está desesperado. —Asentí, y entonces Camila nos dejó solos otra vez.

     —Antes dame un beso, Scarlett. —Odio que haga esto cada vez que voy a encontrarme con alguien, sabe que no puedo asistir «mallugada» a mi primera cita con el hombre más rico e importante.

     —Conoces las reglas. —Frunció el ceño y se mostró herido—. Yo no pido lo mismo cada vez que vas a encontrarte con Laura. —Rio.

     —Esa mujer acepta lo que sea, ni siquiera se daría cuenta; y si lo hace, no es nadie para decirme algo. Soy su todo. —Dijo con orgullo; y sí, Darío con frecuencia es el todo de muchas, incluida yo—. ¿Y entonces? —Presionó.

     —Laura no es el señor C.R. —Puso los ojos en blanco—. Él sí se da cuenta de muchas cosas.

     — ¿Y te importa?

     —Es quien paga mi apartamento. —Lugar que últimamente me gusta mucho.

     —Por cierto, no conozco ese lugar desde que te mudaste hace más de un mes. ¿Me llevarás algún día?

     —Tengo prohibido llevar hombres. —Enarcó una ceja, nada contento—. Es una de las condiciones.

     —Se está adueñando de ti, y ni cuenta te estás dando, estúpida. —Fruncí el ceño y le dediqué una mirada inquisitiva, detesto que se porte así conmigo y me hable de esa manera. Sin más, salí de la habitación privada para reunirme con el señor C.R., quien ya me espera en la habitación de siempre.

     Al entrar, lo encontré repasando la misma obra que cuelga de la pared; le gusta mucho, y siempre que está aquí la observa, a veces pienso que le trae viejos recuerdos.

     —Buenas noches. —Dije para hacerlo girarse hacia mí. Él volteó y me sonrió, debo confesar que el título de señor le queda por así decirlo «grande», pues es un hombre bastante joven, y por lo que sé, sigue sin casarse; pero su dinero y su estatus en la sociedad ya le hacen llevar el título de señor como si habláramos de algún título real.

     —Señorita Scarlett. —Que me trate de esta manera siempre me hace reír internamente; no me burlo de él, sino de la situación.

     — ¿Querrá lo mismo de siempre?

     —No. —Asentí, ya que muchas veces cambia ciertas cosas—. Acérquese, por favor. —Lo hice. Él tomó una caja que estaba puesta sobre el buró, me la dio—. Es un regalo para usted. —Tomé la caja dorada y la abrí, encontrándome una hermosa gargantilla de oro con un rubí en el centro.

     —Gracias.

     —Se lo pondré. —Me giré para que lo haga—. Sabía que vendría vestida de negro como de costumbre, y realmente le queda muy bien; pero aprécielo usted misma. —Me observé en el espejo, realmente es una joya preciosa.

     —Muchas gracias, caballero.

     —Me complace complacerla, usted sabe que es parte de mi excitación mimarla. —Y es evidente a mis ojos.

     —Lo sé, caballero.

     —Antes de empezar, quiero charlar. —Ambos nos sentamos en el sillón; él sirvió un poco de vino para ambos—. Lo traje de Rusia, espero le agrade.

     —Es delicioso. —Sonrió complacido.

     —Y dígame, ¿ha disfrutado del apartamento? ¿Le gusta la zona?

     —Sí, señor, es maravilloso. —Sonrió con cierta timidez.

     —Me alegra; y dígame, Scarlett, ¿ya pensó en lo que le propuse la última vez?

     —Usted conoce la respuesta desde el mismo instante que realizó la pregunta, caballero. —Sonrió y se pasó una mano por el cabello; sé que no le agrada que lo rechacen, pero él sabe que solamente le pertenezco el tiempo que pague por mí, y no más.

     —Pensé que después de un mes habrías cambiado de opinión.

     —Llevo más de diez años en esto, señor, y no he cambiado de opinión, ni cambiaré.

     —No serás joven y hermosa toda la vida, algún día el brillo de tus ojos negros se apagará, y la luz blanca teñirá tu cabellera negra, Scarlett.

     —Y antes de que eso suceda, caballero, usted ya me habrá tirado a la basura sin ningún patrimonio.

     — ¿Y eso es lo que te importa?

     —Por supuesto.

     —Existen los bienes mancomunados.

     — ¿Y estaría dispuesto a ello, señor?

     —Contigo sí. —Y sé que lo haría, y de verdad lo que sucedería después me sería peor que quedarme pobre y acabada... O quizá no.

     —Existen los matones, el envenenamiento camuflado de enfermedad, balas disfrazadas de robos que salen mal, los cuerpos de mujeres o partes de ellas abandonados en contenedores de basura, ríos, fosas y cementerios. Nadie se preocupa por una ex prostituta, mucho menos la policía. — Él comenzó a reír sutilmente.

     —Creo que lees muchas historias, Scarlett.

     —Sí, señor, leo mucho; también veo noticias, y estos casos son su pan de cada día, así como usted y otros son los míos. —Lo vi apretar los puños cuando le mencioné que no es el único, y sé que eso es lo que lo molesta; quiere hacerme exclusiva para su ego machista, para presumirme como la belleza estúpida que solamente sabe ganar dinero con su cuerpo, ¡y soy mucho más que eso!, aunque a él y a cualquiera le parezca todo lo contrario; lo vi ponerse de pie y dirigirse al lado de la cama, justo frente al buró, del cual sacó una caja roja rectangular; ya sé lo que guarda ahí, (lo mismo de siempre). Me puse de pie y me acerqué a él para presentarle las manos, me observó en cuanto se giró a mí; veo que está molesto, pero también sé que no me hará más daño del necesario.



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En el texto hay: obsesion, secretos, amor

Editado: 14.09.2022

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