Desde mi centro

“Del revés.”

 

 

Amar sin forzar.
Acompañar sin invadir.
Vivir sin depender.
          –Anónimo.

 

           -2 de enero, 2018. 3:48 a.m.

 –…Caminé con los pies descalzos esquivando vidrios rotos, sollozando del dolor por un fuerte golpe en la espalda. Caminé con los ojos hinchados de tanto llorar, algo mareada por tomar más pastillas de las que se debe en sólo una noche. Yo sólo caminé como puede, pero caminé. Sin equilibrio y tropezando conmigo misma, con un clima frío de esos que se sienten hasta en los huesos, con el cabello revuelto y medio vestida. Y luego corrí, corrí engañándome con que podía hacerlo. Por ver a lo lejos un patrullero corrí. Pero no en su dirección, sino en otra. Corrí evitándolos para no tener más problemas.

 Una vez escuché decir a alguien que quien no se mueve, no siente las cadenas, y que la verdad una vez despierta, no vuelve a dormirse. No sé con certeza de quiénes provenían aquellas frases, pero se quedaron en mi y me permitieron "escuchar mis cadenas" y "despertar mi verdad". 
 Por eso hoy vengo a contarles no sólo mi verdad, sino la de muchos que mueren en el olvido, en la ignorancia y producto de quien más aman.

 

  No puedo empezar esta historia así como así. Poco a poco irán notado que no fueron días buenos.
  Hasta el día de hoy me pregunto cómo alguien puede aguantar más de dos años y medio de daños y decepciones. Y cómo una persona puede romper en mil pedazos a otra, y con total normalidad seguir
llamándola "amor".
  Son cosas que aún no me quedan en claro. Aunque de todo esto sólo se muy bien una cosa y es que si en algún momento me encuentro en el mismo lugar en el que Kenya Moore con tan solo veintiún años estuvo, no sería tan fuerte como ella lo fue.
  Hace mucho tiempo atrás, Kenya ya había podido escapar de tanto dolor. Pero como la mayoría de luchadores de este tipo de guerras, fracasó en el intento.
 Su madre le aconsejó que asistiera a un psicólogo para poder re-ordena
r su cabeza y pensar mejor las cosas. 
 En aquella “nefasta, improductiva y fatídica” terapia (según Kenya), el profesional le pidió que durante un año llene un cuaderno con bitácoras (fragmentos, dibujos, relatos, historias, momentos, frases) para tener constancia de todo aquello que la ayudase a descargar emociones y sentimientos, y al acabar, se detallarían sus cambios emocionales y cómo le sirvió descargarse de esa forma, entre otras cosas.
  Lo cierto es que tenía una herida que costaba cicatrizar, seguía abierta, y para ella escribir "frasecitas de odio mi vida" no era un buen tratamiento. Talvez le funcione a alguien más, pero eso no es para mi, pensaba. Y al cabo de varios intentos, volvió a caer en el abismo de lo que ella relacionaba como una oscura cárcel. Es que quizás lo ignoraba o realmente no sabía que, siguiendo con su metáfora, su condena en realidad fue cadena perpetua.

 

           -2 de enero, 2018. 09:37 a.m.
  Su vida y todo en ella había cambiado. Las blusas coloridas fueron sustituidas por chaquetas de cuero. A las faldas y shorts los cambió por unos pantalones negros. Sus zapatos preferidos ya no eran tacones relucientes, sino que ahora eran unas zapatillas algo gastadas. Al té de las tardes lo cambió por café por las mañanas, por las tardes y por las noches, mucho más.
 Y aunque su vida dio un giro de ciento ochenta grados, le seguía costando dormir por las noches. Y por las tardes, cuando el fuerte viento azotaba las ventanas y las gotas de lluvia caían sobre las solitarias calles, creía que su vida estaría siempre así, del revés. 
  Seguramente se estarán preguntando qué le pasó, pero aún quedan un par de dudas y preguntas sin respuesta.
  Aunque se imaginen algunas cosas, creo que será mejor dejar que las palabras fluyan para poder saber de una vez qué y cómo fue sucediendo todo. Por el momento puedo contarles que nada sucedió porque sí, y que fue una serie de diversos sucesos que tuvieron como consecuencia una completa tragedia. 
  Mucho misterio ¿no es así? Créanme que todavía, hasta para mi, sigue siendo todo muy raro...


  Una tarde enero, un frío enero, llamó a su amiga Brett. No se veían hace tiempo, ya que a los nueve años su inseparable compañera fue obligada a vivir con su padre, porque fue él quien luego de largos juicios, dramáticas peleas, y pilas y pilas de demandas, ganó su tenencia y la de su hermano mayor.
  La ciudad de Nueva York estaba bien, era lo suficientemente lejos. Tenía que irse, quería escapar...
  En San Francisco, la ciudad en la que vivía, sólo tenía a su madre y su pequeña hermana Libia. De su padre sólo sabe unas pocas historias. Nunca preguntó mucho sobre el tema ya que ver a su madre llorar era lo menos que quería lograr.
  Las explicaciones que le dio a su madre temprano en la mañana no fueron precisas, no tenía mucho tiempo, tenía que empacar y lo único que les dijo antes de irse fue: "Gracias de nuevo por sacarme los boletos. Estoy devastada, tú sabes por qué. No quiero decirlo en voz alta, Libia aún es muy pequeña... Sólo puedo decir que me voy lo más lejos que pude. Las amo con todo el corazón, nos vemos pronto."
  A su madre no le bastó su "discurso preparado", no iba a convencerla así de fácil. Lo cierto es que ella sabía el horror por el que su hija pasó y que en su lugar también lo habría hecho.
  No obstante a ello trató de persuadirla para que se quedara, seguía siendo su pequeña por más cambiada que ahora estuviera. 
  La joven en una mochila guardó dos remeras, dos jeans y algo de ropa interior, no había tiempo para grandes maletas ni mucho menos dinero para pagar el exceso de peso que éstas podrían tener. Viajaba con lo justo, no fue una chica que vivió de lujos a pesar de que su madre trabaja tiempo completo de mesera en un restaurante. Pagar las cuentas, el alquiler del departamento y sostener a una familia no era fácil, el salario nunca era suficiente.




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