Como yo era muy malo en esos asuntos, Natalia se encargó de ponerle nombre de nuestra hija. Se llamaría: Voz. Déjeme explicar el nombre... Bueno, no hace falta.
Nuestra Voz nació un domingo a las 7 de la noche. Era más pequeña que mi brazo y estaba con los ojos cerraditos, como cansada aunque acabara de nacer. Me alegré al ver que era idéntica a su madre, salvo los piecitos, tenía piecitos de patito.
Así mantuvo los ojos cerrados, hasta que conoció a su hermano. Entonces, los abrió como él al nacer y puso la sonrisa más bella.