Varios años después, ya nuestra Voz caminaba por la casa con sus pies de patito, incluso más que nosotros, hasta más que el viejo Bruno.
Yo dominaba el lenguaje de señas como si siempre lo hubiera usado y, como me gustaba mucho, prefería eso o los poemas que hablar.
En casa no se escuchaban palabras, salvo las de nuestra Voz, de vez en cuando. En un tiempo donde estuvimos especialmente callados, los vecinos me llamaron al teléfono para preguntar:
Vecino, ¿cuándo van a volver de sus vacaciones? ¿Por qué no nos avisó?