Cuando Fusno se mudó con nosotros, no cabía en mí mismo de alegría. Le pedí a Lucy que viniera, pero ella se resistió. Prefería estar con los médicos. Eso sí, debíamos ir a visitarla todos los días. Accedí con gusto.
Se adaptó muy rápido a la casa. No era un niño que hablara mucho, entonces no le molestó el silencio. Quien se sentía un poco triste era Natalia, que no podía comunicarse con él.
A Fusno le costaba mucho hablar con señas o escribir poesía, pero se esforzaba en aprender. En cambio, con Voz se entendía sin comunicarse. Ella encontró un compañero de caminatas, él a alguien que veía igual el mundo.
Ella caminaba con sus pies de patito, él con sus pies de Fusno.