El bosque de acebo que se cernía ante Megan era oscuro a pesar de que la luna
llena irradiaba un esplendor magnífico. La primera vez que vio aquel bosque
plagado de acebo, maravillosos pinos y robles, fue la noche que llegó con John y
sus hombres. Allí se despidió de su buen amigo para nunca más saber de él.
« ¿Qué habrá sido de su vida?» , pensó mientras caminaba junto a lord Draco, su
gentil y cansado caballo, que John, aquel fatídico día, se acordó de rescatar.
Lord Draco era un caballo viejo, de color pardo y ojos cansados que
revelaban sus veinte años de edad. Pero Megan lo adoraba. Nunca olvidaría el
día que sus padres se lo regalaron. Tenía seis años, poco menos que ahora Zac,
por lo que ambos crecieron juntos, y juntos habían vivido muchos momentos
buenos y malos.
Aquella noche, tras salir sigilosamente de su casa, Megan llegó hasta donde
los feriantes acampaban y no se percató de que unos ojos divertidos e incrédulos
observaban todos y cada uno de sus movimientos.
Con sigilo, Megan se acercó al carromato donde la rolliza Fiona y su marido
dormían. Con rapidez, echó algo que llevaba en las manos dentro de un recipiente
de barro. Tras aquella acción, con la misma tranquilidad y sigilo con que llegó, se
marchó.
Duncan, que había estado esperando su aparición durante un buen rato, se
quedó maravillado al verla. La joven había irrumpido ante él vestida como un
muchacho. Nada de vestidos, de cabellos al viento, ni delicadeza al caminar.
Ahora, aquella joven llevaba unos pantalones de cuero marrón, una camisa de
lino, una vieja capa oscura y unas botas de caña alta, que facilitaban sus
movimientos, mientras que su pelo estaba recogido en una larga trenza bajo un
original pañuelo. Duncan, con la boca seca, observó desde las sombras sus
controlados movimientos y no pudo dejar de reír cuando vio que ella derramaba
algo dentro de la vasija. Al verla desaparecer entre los árboles, se puso en
marcha. Tenía que alcanzarla.
—¿Qué hace una muchacha andando sola por el bosque a estas horas?
Al escuchar aquellas palabras, Megan se paró en seco.
« Maldita sea. ¿Qué hace éste aquí?» , pensó Megan volviéndose hacia él.
Su aspecto era inquietante. Ahora estaba limpio y aseado. Incluso se le veía
guapo. Su bonito pelo castaño se mecía por encima de los hombros desafiando al
aire, mientras sus penetrantes ojos verdes la escrutaban. A punto de soltar un
suspiro, sin saber por qué, llevó su mirada hacia su sensual boca, la cual, según
había oído a las mujeres, era una boca cálida y suave para besar. Realmente,
aquel hombre era una auténtica provocación. Pero ¿qué hacía allí mirándola con
aquellos ojos inquisidores?
—Estaba dando un paseo con mi caballo, señor —aclaró tomando con fuerza las riendas de lord Draco, que resopló al sentir compañía.
—¿Vestida de muchacho? ¿Y echando pócimas en el agua de los demás?
—Pero ¡bueno! ¡Qué desfachatez! —se enfadó Megan cambiando de postura
—. ¿Me has estado espiando, miserable gusano?
Sus ojos se agrandaron como platos al darse cuenta de cómo había hablado al
laird McRae, a El Halcón, y comenzó a preocuparse por las consecuencias que
aquello acarrearía a su familia. Levantando las manos a modo de disculpa, habló:
—Oh… Dios mío. Disculpad mis palabras, señor. Tengo el horrible defecto de
hablar antes de pensar.
—¿Por qué no me sorprende? —Levantó una ceja divertido—. Tranquila, no
te preocupes. Pero por experiencia te diré que las cosas se tienen que pensar
antes de decirlas.
Al escucharle, ella suspiró.
—Tenéis razón, señor —asintió provocándole una sonrisa al mostrar una
expresión de estupor y bochorno.
—Yo no diré nada, si tú prometes no hacerlo también. No quisiera que la
gente perdiera el miedo que me tiene —respondió acercándose más a ella,
dejando latente su increíble estatura y su porte de guerrero.
—Os lo prometo, señor —asintió dándose la vuelta. Agarrando con fuerza las
riendas de lord Draco, comenzó a andar—. Buenas noches, laird McRae.
—Duncan —solicitó asiéndola del brazo—. Mi nombre es Duncan y no sé por
qué extraño juicio has decidido seguir llamándome de otra manera.
—¿Otra vez con lo mismo? —protestó mirando al cielo de modo cómico—.
Creo, señor, que os expresé lo que pensaba sobre ello.
—No pienso como tú, muchacha —aclaró maravillado por el desparpajo y
gracia de ella—. Y si me permites, te acompañaré hasta tu casa.
—No necesito protección, señor. Y no os lo toméis a mal, pero no os lo
permito —rechazó su oferta mordiéndose el labio inferior.
Él sonrió clavando su inquietante mirada verde sobre ella.
—¿Piensas rebatir todas mis órdenes? —insinuó apretándole el brazo.
—Por supuesto. No soy ningún guerrero —respondió dando un tirón para
soltarse.
« Ay, Dios. Otra vez» , pensó Megan tras decir aquello.
Duncan, al ver de nuevo aquel gesto preocupado, dijo:
—¿Sabes? No tengo ganas de discutir. Te acompañaré —insistió, resuelto,
caminando junto a ella.
Tras rumiar por lo bajo, cosa que hizo gracia a Duncan, ambos pasearon en
silencio hasta que la oy ó susurrar.
—¿Has dicho algo?
—Hablaba a lord Draco —respondió sin mirarle.
—¿Lord Draco es tu caballo? —preguntó extrañado por el nombre.
—Sí —asintió cerrando los ojos—. Fue el nombre que elegimos mi padre y
y o.
—Curioso nombre lord Draco —reflexionó observando los gestos
avergonzados de ella—. Nunca había conocido un lord de esta especie.
—Laird McRae, vuestro caballo es impresionante —dijo para desviar el tema,
mientras le entraban ganas de reír por la absurda situación que estaba pasando.
—Duncan —corrigió señalándola con el dedo—. Y antes de que desates esa
lengua viva que tienes, déjame decirte que me quedó muy claro que eres pobre
y decente, pero también quiero que te quede muy claro que no te obligaré a que
calientes mi lecho, ni nada por el estilo. Sólo quiero que me llames por mi
nombre, como yo a ti te llamo por el tuyo. ¿Tan difícil es decir Duncan?
« ¡Qué bonita es!» , pensó el highlander.
—De acuerdo —sonrió dejándole sin aliento—. Duncan, vuestro caballo es
una preciosidad.
—Dark es un buen caballo —respondió tocando el testuz del caballo, que a
modo de agradecimiento frotó su hocico contra su mano—. ¿Sabes? Hoy me he
dado cuenta de que mi caballo y tú tenéis el mismo color de pelo.
—¡Por san Ninian! —dijo ella al escuchar aquello—. Me han dicho muchas
cosas, pero nunca que mi pelo era como el de un caballo.
—No he dicho eso —se defendió divertido al escucharla—. Sólo que tu color
de pelo y el de Darkes el mismo.
—Pues ¿sabéis lo que os digo? —replicó Megan cogiendo su trenza para
ponerla junto al caballo—. ¡Qué tenéis razón! —Tras sonreír preguntó—:
¿Lleváis muchos años juntos?
—Tantos que nos entendemos a la perfección.
—Entiendo —asintió más relajada—. A mí me pasa lo mismo con lord
Draco: a veces con mirarnos nos comprendemos. Incluso me ay uda cuando
otros caballos se ponen tercos.
—¿Cómo?
—Mi abuelo se encarga de los caballos del clan McDougall —explicó
mirando las estrellas—. Por norma, cuando nos traen un caballo nuevo, es él
quien lo prepara, pero, cuando uno sale rebelde y salvaje, me lo deja a mí. —
Retirándose con la mano un mechón de pelo continuó—: Mauled y el abuelo
dicen que y o hablo con los animales, y en cierto modo tienen razón. Les miro a
los ojos, les hablo con cariño, y al final hacen lo que yo quiero con la ayuda de
lord Draco.
—¿Lo dices en serio? —preguntó con una leve sonrisa.
—Totalmente en serio —asintió mirando aquella sonrisa que él se empeñaba
en ocultar—. Lord Draco y yo somos un buen equipo.
—Eso me indica que lleváis mucho tiempo juntos.
—Sí —asintió cambiando el gesto—. Mis padres me lo regalaron cuando cumplí seis años. Con él aprendí a montar y…
—¿Y? —Duncan enarcó la ceja al ver que ella cortaba la frase.
—Nada…, nada. —Negó con la cabeza. Recordar era doloroso.
—Angus y Zac comentaron que tus padres habían muerto.
Recordar a sus padres aún le dolía.
—Sí. Hace años. Por eso vinimos a vivir con el abuelo.
—¿Dónde vivías antes? —preguntó intentando ver hasta dónde era capaz ella
de contar.
Pero la reacción a esa pregunta fue desmesurada. Se revolvió contra él y, con
la cara contraída por el enfado, le dio tal empujón que lo desconcertó. Sin ningún
miedo se le encaró como pocos rivales habían osado hacerlo.
—¿Qué queréis saber exactamente? O mejor dicho: ¡ya lo habéis oído!
¿Verdad? —gritó mirándole con rabia.
—No sé de qué estás hablando —mintió al ver el dolor en su mirada—. Sólo
intentaba ser amable contigo.
—¡Oh, sí que lo sabéis, laird McRae! —gritó haciendo que la sangre de
Duncan se espesara—. Yo vivía en una casa muy bonita, pero asfixiante, lejos de
aquí, donde los lujos eran parte de mi vida, como no lo son ahora. Pero os diré,
señor —prosiguió señalándole con el dedo—, que por muy humilde que sea este
hogar, ¡mi hogar!, con los ojos cerrados lo prefiero por muchas razones que
nunca nadie llegará a comprender.
Duncan no pudo resistir. Tenerla tan cerca era una tentación. Estaba
acostumbrado a que las mujeres se le echaran encima, aunque las rameras con
las que él estaba acostumbrado a tratar no tenían ni la suavidad, ni la mirada
retadora, ni el aroma de ella. Sin saber por qué, la atrajo hacia él y tomó sus
labios vorazmente.
Megan, al sentirse rodeada por aquellos poderosos brazos y ver cómo Duncan
tomaba su boca, intentó apartarse. Pero el desconocido deseo que sintió por él
hizo que se dejara besar.
Los labios de Duncan eran exigentes y calientes. Su lengua hizo que Megan
abriera la boca, donde él entró y exploró sin miedo, percibiendo un sinfín de
sensaciones que hasta el momento nunca había experimentado. ¡Era deliciosa!
Tras un intenso beso, el hocico de lord Draco dio en el hombro de la mujer,
tray éndola de nuevo a la realidad. Y dándole un empujón con todas sus fuerzas,
consiguió desprenderse de su abrazo con la respiración entrecortada y los labios
hinchados por aquel apasionado beso.
—Lo siento —se disculpó Duncan con voz ronca, atontado por lo que su
cuerpo había sentido al tomar entre sus brazos a aquella mujer. Al abrazarla
había notado que ella se refugiaba en él y eso le había provocado una ternura
hasta ahora desconocida—. Te pido disculpas, Megan; no pretendía hacerlo. Pero
no sé qué me ha pasado.