Cuelgo mientras pienso en que hacer en lo que queda de tarde. La última semana de trabajo ha sido devastadora. Pero he conseguido lo que quería. Por fin expondré mi ropa en París.
¡París! Es increíble como el tiempo pasa. Hace cuatro años me encontraba en mi casa llorando por la pérdida de mi trabajo. Y ahora, estoy cumpliendo uno de los sueños de mi vida, ir a Francia para enseñar a todos lo que una mujer de veinticinco años, con esfuerzo y varias noches en vela, puede hacer.
No hace falta que diga lo orgullosa que estoy. Pero sé que el próximo mes será peor que la última semana. Solo de pensarlo me entra un dolor de cabeza terrible aunque nada comparable con la alegría que me invade al ver mis obras hechas realidad.
—Venga Sheila —me llama Lauren—, debes descansar. Hoy no dejaré que seas la última en salir, se que te quedas trabajando. No te preocupes más. Acabamos de conseguir lo que soñabas. Vete a descansar y no regreses en una semana.
—Eso es mucho Lauren, aunque gracias por preocuparte.
—De lo que me preocupa es que el trabajo esta consumiendo tu tiempo para ser la joven que eres —me riñe.
—Como quieras. Ahora voy a dormir y mañana pasaré todo el día en casa, ¿contenta? —paso por su lado y le doy un beso rápido en la mejilla mientras la oigo suspirar.
—Adiós Sheila.
—Adiós Lauren.
Salgo y enseguida me invaden los sonidos y ajetreo de Atlanta (Estados Unidos). La ciudad es muy bonita, aunque echo de menos el calor de Miami, mi ciudad natal.
Me meto en el coche y conduzco hasta mi casa, un piso pequeño que comparto con mi amiga Elizabeth, en medio de la ciudad.
Cierro la puerta al llegar a casa y me meto en mi habitación. Tengo treinta minutos de libertad antes de que llegue Elisabeth y empiece a contarme todos los cotilleos de la temporada.
Mi amiga es presentadora en un programa de corazón. Somos amigas desde secundaria, y, de alguna manera, siempre he sabido que iba a acabar en alguna parte donde no se hiciera más que hablar. Aunque eso no significa que no sea buena en su trabajo, al contrario. Su belleza pelo rubio y ojos marrones, hace que todos se queden escuchando su voz melodiosa cuando empieza a hablar.
Aunque a mí nunca me honra con esa virtud, siempre me informa gritando, indicio de que esta emocionada, aunque eso no es culpa de mis oídos, que son los que suelen sufrir.
Cojo algo de la nevera y me siento en el sofá a ver dibujos animados...
Sí, dibujos animados. Una obsesión tonta que tengo desde que empecé a diseñar. En mi defensa diré que los muñequitos son adorables, tontos, pero adorables.
Media hora después, acerté en el cálculo, llega Elizabeth. La miro fijamente cuando sólo llega a mí y me da dos besos en la mejilla.
—¿Por qué me miras así? —me pregunta recelosa.
—Porque aún no has empezado a hablar —contesto.
—Ya sabía yo que te gustaba que te dijera todo lo que ocurre en el programa.
—¿Qué? No —digo rápidamente.
Ella se sienta a mi lado y coge de mis patatas fritas de bolsa.
—Hoy no he ido a trabajar —su voz suena apenada.
—¿Por qué? —pregunto curiosa.
—He roto con Alex y no quiero verlo.
—¿Qué? —vuelvo a preguntar sorprendida.
—Se ha acostado con Valeria —murmura.
Valeria es su principal rival desde que entró en el canal. Creo que la belleza de Elisabeth la enfada. Y qué este saliendo con el más guapo y caliente de los presentadores, claro. Aunque ahora no sabría si decir que salen aún...
—¿Qué sientes? -pregunto para que me cuente todos y se quede tranquila.
—Siento rabia, ¿por qué Valeria? Él sabe como la odio. ¿Es que lo ha hecho a posta? No lo entiendo. —coge un cogín y entierra la cabeza en él. Sin embargo, yo sé que no va a llorar.
—¿Y tú? —me pregunta después de un rato.
—Expondré en Francia el mes que viene —digo alegre.
—¿En serio? —asiento y ella me abraza—. Felicidades. Sabía que lo conseguirías.
—Gracias —sonrió con gratitud.
—Vamos a irnos por ahí —propone.
Yo accedo y me levanto. Voy a mi habitación y cogo uno de mis vestidos. Últimamente casi toda la ropa que tengo es de mi firma. Hay que reconocer que el ser diseñadora tiene sus ventajas. Recuerdo mis principios con el vestido que cojo. Hace cuatro años. Despedida y sin trabajo. Hasta que mi madre me recordó mi pasión a lo que hago ahora. Antes era una simple afición. Aunque empecé a tomármelo en serio cuando mis estudios no me bastaban para conseguir trabajo. Al principio empecé a diseñar pero no conseguía gran cosa. Dos años siguieron así pero intente no rendirme. Mi madre y Elisa me aconsejaron vestir mi ropa. Y así lo hice. Me hace modelo de mis propios vestidos. No fue difícil, pues a los dieciocho iba a ser modelo, pero mi familia en ese entonces me lo impidió justo cuando me daba a conocer. Ahora, cuando recuerdo eso, no lo siento como una gran pérdida de un sueño, pues era uno de adolescente.