Deseos Prohibidos

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Una vez más, un día más en el que me levantaba sobresaltada, aterrizando de nuevo en la dura realidad. Me levanté molesta de la cama y me detuve a mirar la hora en el reloj de la pequeña mesa de noche.

2:30 AM.

El reloj marcaba esa hora, y mi respiración se volvía cada vez más agitada. Me miré en el espejo; las ojeras en mi rostro eran evidentes. Últimamente, no dormía como solía hacerlo. Me mordía los labios de coraje conmigo misma, siempre despertando con susurros de él en mi mente. Era Niccolo, maldita sea. Persona prohibida, sueños prohibidos, deseos prohibidos... mil maneras de prohibición.

El padre de la iglesia tenía que ser el hombre con el que soñaba. ¿Por qué siempre tenía que soñar con ese hombre? Sin darme cuenta, mis puños se apretaban contra el espejo.

Escuché cómo la puerta del cuarto de mamá se abría. Rápidamente, me dirigí hacia la cama, tratando de disimular, por si ella quería entrar o cualquier cosa.

─ Aurora, ¿estás bien? ─ preguntó mi madre, Guilla, con un tono de preocupación.

Me quedé en silencio un momento antes de responder:

─ Sí, mamá, no pasa nada ─ dije, mirando al espejo. Estaba roto; lo había golpeado con demasiada fuerza.

La voz de mamá sonó preocupada, pero sin insistencia, mientras me pedía que volviera a dormir. Yo no le respondí, solo me quedé callada.

La imagen de la Virgen María estaba frente a mí, en la mesita de noche. Me tensé al sentir que, de alguna forma, pecaba al desear a ese hombre. Me volví a acostar, nerviosa, sabiendo que al amanecer mamá vendría a despertarme para que la acompañara a la iglesia. Hoy era domingo, el día en que se suponía que tenía que ir. Algo que no quería hacer.

Mis creencias eran fuertes, pero ahora no podía pisar la iglesia, ni quería hacerlo. Solo pecaría con la mente.

Cerré los ojos poco a poco, deseando quedarme dormida, incluso si fuera por meses o años.

La alarma sonó y los pasos de mi madre resonaban por el pasillo. Pasé mis manos por mi rostro, levantándome e yendo al baño. Lavé mi rostro, pero me sentía un poco sucia, así que decidí darme una ducha para quitar esa sensación. El agua caía por mi cuerpo mientras pasaba las manos por mi cabello.

Salí de la ducha un poco más tranquila que cuando había entrado. Abrí la puerta del baño y me topé con Leo, sentado en mi cama. Me detuve a mirarlo, un poco confundida.

─ ¿Qué haces aquí, Leo? ─ pregunté, dudando de cómo diablos había entrado.

Él giró para mirarme, dándose cuenta de que estaba observando el espejo.

─ ¿Qué le pasó al espejo, Aurora? ─ preguntó, serio.

“¿Qué crees? Estaba molesta por no poder controlar mis sueños y deseos”, quise decirle, pero solo hice una pausa.

─ Se me cayó mientras intentaba poner unas cosas encima de él ─ mentí. Obvio que no era tan débil como para dejar caer algo, pero sí lo golpeé como si fuera un saco de boxeo.

─ Vístete, mamá dijo que fueras con ella a la iglesia. Ahora anda en la tienda ─ dijo, levantándose de la cama.

Quise negarme, pero él solo dijo que no fuera rebelde. Mala mía estar así.

Después de que Leo salió de la habitación, cerré con llave. Me vestí de manera particular, aunque no tan peculiar. Quería que mi madre, al verme, dijera que no iría a la iglesia por tal vestimenta.

Así que cogí un top de mi clóset, sabiendo que me quedaba ajustado al cuerpo. En la parte inferior, solo me puse una simple falda negra. Aunque mi estómago rugía, no bajé a desayunar; estaba demasiado ocupada cambiando el espejo y poniendo otro. Mi mano tenía un pequeño corte que apenas notaba.

Después de hacer todo en mi habitación, bajé a la cocina, donde mamá ya había regresado. Ella estaba como siempre, con su vestimenta cotidiana, atuendos que llegaban por debajo de la rodilla. Al sentir mi presencia, se dio la vuelta para verme; por unos segundos, no dijo nada, solo repasó mi cuerpo. Me sentía victoriosa al saber que había notado mi top, y que ese top no era tan decente.

─ Siéntate a desayunar, que luego nos iremos ─ dijo, rompiendo finalmente el silencio.

Mis esperanzas se desvanecieron en segundos al ver que no le prestó mucha atención a mi vestimenta. No dije nada, solo me senté y cogí una manzana del comedor, ignorando lo que hizo para desayunar, mientras mi mente rogaba para que mi cuerpo no tuviera esas reacciones que últimamente me provocaba la voz del padre.

─ Hoy vi a Rick en la tienda ─ Comento mi madre, volviendo a romper el silencio.

─ ¿Qué te dijo? ─ pregunté, mirándola.

─ Nada, solo que últimamente no te había visto ─ respondió, mientras colocaba algunas flores en la mesa.

No respondí, solo la miré a medias y luego me levanté para salir por la puerta.

─ Aurora, te veo en la iglesia, espero no faltes ─ las palabras de mi madre me hicieron detenerme, pero luego seguí.

Caminé hacia la tienda del pueblo. Casi no había gente, pero logré notar algo, o más bien a alguien. La figura de un hombre con una túnica negra de espaldas y ese perfume que conocía demasiado bien entró en mi mente, gritando que no me liberaría de él.

─ Padre Niccolo, esto es una ofrenda. Ya sabe, últimamente me andan esos dolores y no puedo ir a la iglesia ─ las palabras de la señora de la tienda me dejaron casi muda.

«Niccolo», ese nombre me seguía a donde fuera.

─ Gracias, no se preocupe, Doña Bianca, yo lo llevaré ─ la voz de él hizo estremecer mi cuerpo.

Tragué saliva y recuperé la compostura para preguntar sobre lo que buscaba. Camine hacia donde estaba la señora Bianca, donde el hombre de mis deseos prohibidos estaba.

─ Disculpe, Doña Bianca, ¿tiene candelabros? Es que no los encuentro ─ pregunté, ocultando mi nerviosismo.

Niccolo se movió de su lugar para mirarme; una sonrisa gentil se dibujó en su rostro, mientras la señora Bianca se alejaba para ir a buscar el candelabro.

─ Aurora, tanto tiempo sin verla en la iglesia ─ dijo, sin borrar su sonrisa.



#1068 en Otros

En el texto hay: sacerdote, amor prohibio

Editado: 04.11.2024

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