Desfase

Capítulo 6

Selene Bicker

Veneno y el corazón de un noble

"No sabía que poseía una boca tan sucia, señorita Stein, fue toda una sorpresa leer su anterior carta. Aun así, tenemos diferentes opiniones, no existe nada, ni nadie el cual me haga cambiar de opinión.

Agradezco su oferta, pero ambos deseamos cosas diferentes y nuestros caminos nunca se podrán cruzar. Yo deseo una esposa y un heredero, no una prometida por contrato, y a menos que usted pueda darme ambas cosas, es difícil que lleguemos a un acuerdo.

Damián Gorh"

Él tiene razón en este momento no puedo darle lo que desea, ni estamos en los mismos caminos o vivimos en las mismas situaciones. Él es el general de un ejército, tiene bajo su mando a cientos de hombres, los cuales morirán si el duque lo ordena, y yo. Soy solo una dama que le ha propuesto algo vulgar y decadente. Aunque me ha rechazado dos veces, no puedo dejar de insistir, una parte de mí quiere ver un sí en una de esas cartas. 

Lo peor es desear algo que nunca podrás obtener, la obstinación y terquedad, la cual se apega a ese deseo. Es un pecado y delirio, el cual te hace andar por caminos los cuales nunca traerán nada bueno. Sin embargo, la puritana idea de la maldad en mi criterio no entra, mis ojos han visto demasiadas cosas para dejarse llevar por la frágil moralidad de esta vida. Hay algo que me enseño el valerme sola, ese deseo enfermo de conseguir todo en algún punto debes darle cese de una u otra forma. Y yo decido cumplir mi capricho. 

Esquivo la mirada alarmada de Meria, ella parece a punto de sufrir un ataque cardiaco, sus mejillas están de un febril color rojo y el tono de piel moreno ha bajado de intensidad; ciñéndose a un matiz blanco casi pálido. Sujeto el cordón de cuero, jalando de cada extremo hacia delante ajustándolos al contorno de la cintura, la tela áspera y desgastada de los pantalones cafés roza cada parte de mis muslos al caminar. La camisa de lino blanco, la cual ha pasado por mejores días, tapa cada curva de mi torso escondiendo de una forma maravilla y la cual creía imposible, mi pecho.

—Señorita—susurra la sirvienta, en un hilo de voz apagado. Encuentro su mirada a través del espejo, esos ojos cafés oscuros casi negros están agobiados y cargados de miedo. 

—Nada malo va a suceder, Meria—anuncio con seguridad, colocando la capa sobre los hombros con un ágil movimiento de manos. El gorro cae hasta la mitad del rostro, escondiendo los ojos azules y la coleta de cabello negro. 

—Pero—niego con una sonrisa, tendiéndole uno de mis vestidos; el más pequeño que poseo en el ropero. Meria parece a punto de tirarse al piso y rezarles a todos los dioses para que perdonen su osadía. 

—Vamos vístete, tenemos que aprovechar la oportunidad—ordeno caminando hacia el ventanal y el lugar donde escondo dos espadas pequeñas, alargadas y finas. 

El mango decorativo del puñal es liviano y fácil de sostener, la hoja no pesa y la apariencia del arma la hace ver como una simple decoración o juguete, pero este pequeño juguete en las manos adecuadas es un arma potente y letal. Balanceo ambas espadas lejos de la vista de Meria, las muevo en el aire y ondeo dejando que un leve sonido se escuche al romper el aire; pesan menos que una pistola automática. 

—Estoy lista señorita—interrumpe la voz de Meria, guardo los puñales a los costados de la cadera asegurándome que no se caigan en el camino por un descuido. 

Sonrió hacia ella, jalando de la capucha de la capa hacia delante, ocultando por completo mi rostro, Meria tiembla avanzando fuera de mi habitación, sus pasos son torpes y lentos. Posiciono una mano en su espalda baja, dándole leves empujones para que camine más rápido, ella murmura palabras las cuales no llegan a mis oídos, pero estas se detienen cuando doblamos por un pasillo al mismo tiempo que otro sirviente. Meria masculla una maldición en voz baja, sus hombros se tensionan y la respiración se vuelve pesada y sonora.

—Relájate—murmuro, atrayéndola hacia un abrazo apretado, dando la ilusión que está en los brazos de una amante. Veo por el rabillo del ojo como el sirviente corre apresurado alejándose de este lugar con las mejillas sonrojadas. —Vamos—pido jalando de la muñeca de Meria, arrastrándola por los infinitos pasillos hasta llegar a los establos. 

—Señorita, yo nunca he montado a caballo—murmura en un hilo de voz observando la entra del establo con miedo, el rechinar de un caballo se escucha desde el interior ambientando sus palabras. 

—No tiene nada de que temer, yo sé montar a caballo. 

—Señorita, sé perfectamente que usted monta a caballo, pero yo no—había mentido, nunca en mi vida he estado sobre el lomo de un caballo, pero la Anna original sabía montar perfectamente. Estoy apostando a favor de la idea que el cuerpo conserve en la memoria muscular como hacerlo. 

—Yo te llevaré—aseguro con confianza, adentrándome en el establo. Los caballos relinchan y bufan, un sonido algo agudo y estridente. 

Camino alrededor de los caballos, juzgando a cada uno con ojos analíticos y calculadores, recorro desde la cabeza hasta la cola, la cual se agita con energía. Aunque analice cada pequeño detalle de ellos, no consigo descifrar cuál caballo es el más dócil y manejable, estas bestias tienen la misma aura; todos se ven igual de terribles y capaces de mandarme a la mierda con un rápido movimiento. Llego hasta la puerta trasera notando a un semental negro, su melena es larga y cuidada, atendida con delicadeza y mucho esmero. 




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