Desfase

Capítulo 9

Selene Bicker

Bailando entre un mar de miradas

Nunca había ido a un baile de este tipo, la extensa preparación que hay antes de colocarse el vestido, echar un poco de polvo sobre la nariz, pintar los labios de un intenso rojo y peinar el cabello negro; es demasiado trabajo para mí. El agua fluyendo por cada poro de mi cuerpo, el aroma de las flores, la lavanda tocando la punta de mi nariz más veces de lo imaginable; las burbujas tapando modestamente las partes del cuerpo que no deben ver y el enrojecimiento por frotar la piel durante horas o días.

La preparación para un baile es algo que nunca deseo volver hacer.

Cada paso que doy, cada dedo que estiro y cada mechón de cabello, está tan limpio y tan doloroso, que me siento como si me hubieran desarmado o armado en cuestión de nanosegundos. Me moldearon en pocas horas a lo que debía ser, como debía verme. Suspiro mirando con rencor a Meria, quien parece tragarse una sonrisa burlona ante mis quejidos. Cualquiera que diga que la belleza no duele, es un vil mentiroso; alguien, quien nunca ha estado en las manos de estas endemoniadas sirvientes, las cuales te frotan y aprietan para sacar lo mejor de ti. No saben lo que es el dolor.

—Señorita hunda la barriga—pide una de las sirvientes, mis ojos se aguan al escuchar esas palabras y la cabeza me da vuelta. Pero mientras jadeo y me quejo, el corset sigue siendo tensionado hasta el límite, consiguiendo una perfecta cintura marcada.

—No puedo más—gimoteo golpeándome la frente con el poste de la cama, dios, esto es una tortura.

Dejo que un chillido se escape de mi boca, y estoy a punto de rendirme, tirar al piso cada uno de mis planes y dejar que la historia se repita. Usar un corset es peor que morir, y ya he muerto una vez, he recibido más de una docena de balas; pero este maldito artefacto de tortura medieval, es mucho. Mucho peor.

—Un poco más, debemos alzar su pecho y acentuar la cintura—explica otra sirvienta, y creo que, por el tono de su voz, apenas es una niña. La menor de las cuatro mujeres que me atienden o cinco, realmente no sé cuántas son en este momento. La vista está borrosa.

—¡Meria! —Chillo exhalando el último aliento. Las lágrimas ruedan y las malditas mujeres solo limpian mis mejillas, dándole dos palmaditas a cada una. — ¡Me rindo! No puedo con esto—gimoteo, nuestras miradas se encuentra, pero ella no parece afectada ante mi dolor y las lágrimas que derramo—no iré a la fiesta, me casaré enseguida con él, dile que acepto—siseo dirigiéndole una mirada furibunda a quien ha tensado una vez más los cordones del corset.

—Señorita, usted dijo que quería ganarse el corazón del duque—una sonrisa pequeña y maliciosa se desliza por sus labios—debe verse hermosa en este baile, para conseguirlo. Dudo que ese hombre se conmueva con facilidad, será un trabajo difícil.

Cada palabra que sale de su boca, son dichas desde una posición donde nuestras miradas no se encuentren. Meria huye de mis ojos cada vez que observo hacia donde ella está,  me esquiva sin mucha vergüenza.

—Hemos terminado con el corset, toca el vestido—susurra con miedo una de las sirvientes, aquella de voz infantil y estatura pequeña. Enfoco a la joven mucama entre el mar de lágrimas de mis ojos, abro y cierro los párpados, pero aun así su imagen se sigue viendo borrosa.

—Tome, señorita, para sus ojos—concede otra sirviente dejando un pañuelo en la palma de la mano. Lo tomo sin cuidado, limpiando apresuradamente las lágrimas que aún siguen rodando.

No tiene caso estar llorando si no las voy a cautivar.

—Es hermoso—la voz de Meria se alza sobre los murmullos de las demás sirvientas. Desvió la mirada hacia lo que mantiene su atención, encontrando un vestido espeso en color azul; un tono similar al de mis ojos.

Un azul profundo, caótico y tormentoso. El color del mar tranquilo o de un cielo alumbrado por los truenos. Un tono cautivante, el cual hará resaltar el color pálido de mi piel. Las capas de telas caen una sobre la otra, con elegancia, casi como si fueran delgadas y delicadas como el pétalo de una rosa; la última capa del vestido es brillante y traslúcida, casi podría decir que está reflejando la luz, por los otros colores que se ven en ella.

El busto es sencillo, pero al mismo tiempo posee un toque sensual y atrapante; el escote es abierto, en un v perfecta, la cual desencadena en las mangas pomposas.

—Venga, señorita—pide una de las sirvientas, camino sin quitar la mirada del escote del vestido y las pequeñas flores que lo decoran.

—Trate de no moverse mientras lo colocamos, la tela de encima es delicada, cualquier rasguño y se dañara—explica Meria ayudándome a entrar por la falda del vestido.

El vestido se desliza por mi cuerpo, con la misma facilidad de un guante, cada medida es perfecta; se adhiere a mi cintura y busto a la perfección. Sin embargo, la presión del ajustado corset ayuda que encaje en la prenda, encajo tan bien que es asfixiante.

—Listo—anuncian al atar el último cordón azul.

Deslizo la mirada desde mis pechos, los cuales parecen desbordar, y en cualquier momento escapar del pronunciado escote; hasta la falda abultada que cambia de color cuando doy una vuelta, la luz en ella parece un hechizo. Una obra de magia.

—¿De qué está hecho la tela traslúcida? —cuestiono tocándola con la punta de los dedos, con miedo a dañarla.

—Es seda dorada. La telaraña de la araña dorada, es blanca como la nieve y bajo los rayos del sol tiene los colores del arcoíris. También es resistente como el acero si se le hace un proceso, el cual tarda un año—explica Meria casi con duda al final.

Inspecciono la tela con nuevos ojos, sería una maravilla que tuviera mayor resistencia del acero. Al estar bajo un proceso químico, la composición molecular y física de la telaraña dorada cambiaria, destruir y unir enlaces era algo, lo cual considere que estaba alejado de esta época. Sinceramente, al ver esta tela hay cosas que no encaja, muchas cosas se salen de contexto o están adelantadas a la línea cronológica del futuro.




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