Desfase

Capítulo 10

Selene Bicker

Los celos son el detonante de una lengua sucia.

Williams se queda callado a medida que avanzó hacia delante, apartándome de su lado. Miro a las personas que me rodean, las cuales hasta hace un momento estaban fijas en nosotros, si seguimos encontrándonos y dando de qué hablar; nunca podre alejarme del conde. Williams parece encaprichado en quedarse a mi lado, todo lo que pueda en la velada. Nuestras manos se rozan cuando se detiene cerca de mí y nuestras miradas parecen buscarse en el mar de individuos. Aunque, la atracción que estoy desarrollando por Williams es palpable y estremece cada parte de mi cuerpo; no está bien. No importa cuánto grite mi interior por estar sobre y con Williams, nunca sucederá.

Suspiro notando la mirada pesada y maliciosa, la cual me ha estado vigilando desde hace minutos. Cuando me alejo de Williams, esa mirada parece disminuir, casi olvidándose de mi presencia. Me escabullo entre las personas, camuflándome y ocultándome a la vista de Williams; acercándome aún más a un hombre de apariencia oscura, el cual está recostado en una columna de mármol sujetando una copa de vino con desdén e indiferencia. Sonrió apreciando el porte de Damián Gorh, la mirada oscura, la cual parece difícil de descifrar; un perfil filoso y puntiagudo, el cual está ligeramente bañado por la luz de la luna y la sombras producida por el techo y sus ondulaciones.

Me detengo al lado del duque, sin borrar la pequeña sonrisa, la cual se deslizó en mis labios hace unos segundos cuando nuestras miradas se encontraron. Damián, tienen una forma de mirar, la cual me estremece de pies a cabeza, haciendo que sea consiente de cada movimiento suyo. Como si no pudiera evitar estar preparada para cualquier reacción de este tosco hombre.

Nunca había estado tan consciente de un hombre.

—Buenas noches, duque—saludo en voz bajo, suave y melosa. Tratando de atrapar a este hombre en una manta de suavidad e inocencia.

—Buenas noches, señorita Stein—su voz ronca arrastra el apellido de una manera un tanto obscena, el carraspeo al final y el engrosamiento en el tono de voz, me atrapa con la guardia baja. Damián se mantiene con la mirada fija hacia delante, viendo sin interés a las parejas que bailan.

Paso saliva, mi garganta se ha secado y mi pulso parece querer estallar en cualquier momento. Esta es la primera vez que hablamos, que escucho el noto grave de su voz y la ligera ronquera; como sus palabras parecen estar acompañadas por la habitual jerga de las cantinas o el distrito rojo, aunque son frases cortas y educadas. Inclino la cabeza hacia él, olvidándome de las demás personas que nos rodean y centrando toda mi atención en el duque.

—Duque, debería invitarme a bailar—sugiero saliendo de la inicial sorpresa, aunque realmente es una orden. Sin embargo, Damián parece pasarlo por alto, como si mis palabras no fueran importantes. — ¿Cómo esperas conseguir una esposa si ni siquiera es capaz de sacarme a bailar? —cuestiono en un tono bajo y cargado de veneno, el cual queda oculto en una suavidad falsa.

Su mirada cae sobre mí, sus ojos me analizan con atención, tratando de descubrir si solo estoy jugando con él o lo digo en serio. La copa de vino es llevada hasta los labios del duque, Damián toma un trago aun con la mirada puesta en mí; la manzana de adán se agita dejando pasar el líquido y la copa vuelve a descender. Su cuerpo está ligeramente girado, inclinado hacia delante y acorralándome entre un lado de la columna y su pecho. Damián es alto, casi dos metros de músculos macizos y firmes, los cuales me están intimidando en este momento o eso es lo que están tratando de hacer.

Sin embargo, el duque no logra intimidarme por completo, todo lo contrario. Mis ojos vagan por las ondulaciones de su pecho y brazos, perdiéndose entre la silueta bien contorneada que deja ver la camisa negra. No puedo evitar quedarme con la boca seca y una mirada con una pisca de deseo, la cual examina al duque sin vergüenza.

—Se veía cómoda bailando con el conde Vinscord, debería seguir bailando con él. Es lo mejor para usted, señorita Stein.

Esa molesta frase se repite una y otra vez, cada vez que una de sus cartas llegaba estaban aquellas palabras; como si el duque conociera a la perfección lo que es mejor para mí. Me irritan que las personas, consideren que es lo mejor. Como si no pudiera tomar mis propias decisiones. Sonrió, forzando que las comisuras de los labios se eleven y guarden toda la irritación e ira que me recorre. Dejaré pasar una vez más esa frase, pero no siempre será tan fácil.

—Solo me interesa un hombre en esta sala, y es usted duque Damián—sonrió con sutileza, los ojos negros como la obsidiana de Damián brillan, salvajes e incoherentes. —No me interesa lo que considere mejor, solamente me importa lo que deseo. Y Williams no está en la lista.

Se aclara la garganta, un carraspeo bajo se escapa de él y trata de disimularlo tomando un poco de vino. El brillo desafiante en los ojos, se ha apagado una vez más y ahora nada más queda la máscara dura y desinteresada.

—Aprecio sus palabras, Señorita Stein—creo que está tratando de sonreír, una esquina de su boca se alza ligeramente, aun así, no llega hacer una sonrisa—debería reconsiderar sus gustos, pero si su deseo es que le invite un baile lo haré.

La copa es deja en la mano de un sirviente, el cual se aleja corriendo del duque como si fuera un demonio o el ser más poderoso de la tierra. Los ojos de Damián son firmes y no titubean, los labios vuelven a estar en una línea recta inexpresiva y su rostro, el cual, tiene algunas cicatrices, la más notable cruzando su ojo derecho desde la frente hasta el comienzo de la mejilla; se mantiene relajado. Tranquilo. Extiende una mano enguantada hacia mí, postrándose, y en cada momento de la reverencia su mirada permanece sobre la mía, desafiante.




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