Desfase

Capítulo 15

Selene Bicker

Veamos si le gustan los salvajes, Señorita.

Con aquellas últimas palabras el duque se aleja, Damián no permite que vuelva a hablar y termina la conversación con la misma tenacidad que se niega aceptar la mano que le he ofrecido. Sus pasos son pesados, con la espalda arqueada, aunque se siente cohibido e incómodo en este lugar, intenta con todas sus fuerzas mantener la barbilla en alto y mostrar esa imagen de guerrero salvaje, fuerte e intocable; el diablo que muchos dicen que es. La imagen del duque alejándose me transporta a una época que ya no recuerdo, una donde veía una espalda igual de formidable y fuerte caminando delante de mí, una espalda que me protege en momentos de peligro. En momentos que yo no era suficiente.

El verlo alejarse, despierta la necesidad de correr detrás de él y detenerlo, pero no porque sea Damián, no, nunca lo haría. Aquel deseo viene encadenado a la persona que perdí hace años, a esa persona que dio su vida para que pudiera salir de aquel hueco. Desde aquel momento, cuando veía a un hombre con las mismas características, el añoramiento me dominaba, el querer correr y tomarlo en brazos, rogarle que nunca me deje. No obstante, aquel hombre ya no existe, y Damián no lo es. 

A veces el despertar en esta época, en este tiempo, después de haber sido embaucada por aquel asesino, se sentía como un milagro, una oportunidad para mi alma. Pero otras veces, cuando me pesa los pecados del pesado, cuando no encuentro la fuerza para seguir adelante, creo que es mi infierno, el purgatorio que había creído pagar con sangre y dolor. Las decisiones de la vida tienden hacer irrazonables e ilógicas, el destino le gusta reírse de mi sufrimiento que no fue suficiente cuando era niña, no, tuvo que alargarse hasta mi muerte. 

—Anna—susurra una voz masculina, agitada y demandante. Alzo la mirada encontrándome común par de ojos caóticos y dolidos. 

Williams se encuentra a mi lado, sus manos apretadas en puños decolorando los nudillos; la expresión en su rostro es una combinación de turbulentas emociones predominadas por los celos, aquella mirada oscura se mantiene fijada sobre mí, demandando mi completa atención y afecto. Williams solo es un hombre necesitado de afecto, un hombre que desea la atención de quien consideraba su mujer; no es el asesino que con tanto empeño me he dedicado a creer. Cuando lo observo de esta manera, caótico, desequilibrado y emocional, aquella teoría se cae a pedazos. Sin embargo, no importa las sensaciones que provoque su cuerpo contra el mío, sus labios sobre mí y las lujuriosas palabras que declarado cuando está profanándome. No hay reacción o acción suficiente para hacerme bajar a guardia y dejarme ir. Aceptar aquel matrimonio que será mi final. 

—Anna.

—No, Señorita Stein, Conde. Recuérdelo, ya no somos una pareja comprometida y si sigue llamándome por mi nombre alejará a la persona qué deseo atrapar. 

El rostro del conde se oscurece, la mirada cae por unos segundos; la mandíbula se tensiona y una vena salta en el mentón. Williams deja escapar un gruñido, sus dedos rodean mi muñeca tirándome contra su cuerpo; nuestros pechos tocándose delante de un mar de aristócratas que aún esperan que volvamos a estar juntos. Las risas de las mujeres, baja y aguda, provocan que este momento parezca cada vez más surreal. 

—No recuerdo que me pidieras espacio cuando te toe en mis brazos, cuando tu cuerpo se derretía por mis caricias—susurra contra el oído, su aliento caliente, rozando la piel expuesta del cuello y jugando con el lóbulo—. No recuerdo que hayas pedido espacio, cuando tus manos estuvieron sobre mí, cuando me besabas con aquella arrebatadora pasión. No recuerdo escuchar las palabras, no de tus labios, cuando me dejabas conocer tu cuerpo, Señorita Stein. 

— ¿Cree que es el único hombre que le he dado aquella oportunidad? ¿Piensa que el duque no ha probado mis labios y susurrado aquellas mismas palabras de las que se jacta, mi señor? —suelto con malicia, con la mirada entrada en los ojos de Williams. Aquellas palabras se deslizan fuera de mis labios, con la misma familiaridad del nombre de un amante; como si estuviera suplicando por un poco de atención. 

Pero el motivo es completamente diferente. Lo único que quiero provocar con aquel ataque es herir a Williams y hacerlo retroceder; por un momento creo que ha funcionado, porque el conde parece caer en una volátil de dolor y sufrimiento. Un gruñido áspero se escapa de sus labios y sonrió con triunfo; pero aquella sonrisa desaparece ante la mirada posesiva y el fuerte agarre que me aprisiona. 

—Lo soy—asegura confiado—. Soy el único que ha tenido el privilegio de besar, tocar y degusta tu piel de porcelana. Si hubiera otro hombre lo sabría, Señorita Stein. 

— ¿Está seguro?

—Lo estoy. Soy el único que ha recibido en su casa, habitación y a quien ha llevado los jardines cuando la luna está en lo alto, cuando nadie más puede vernos—una carcajada se escapa de mis labios, sonora y desaliñada. 

—El duque Damián, ha estado en el condado Stein, ha paseado en el jardín. Y hemos tenido conversaciones que lastiman sus delicados oídos aristocráticos—murmura bajito, en un tono suave y aterciopelado; como si le estuviera halagando—. Damián es más hombre de lo que usted alguna vez podría ser, mi señor. No me interesa las delicadezas de la alta sociedad, la suavidad de un amante delicado y la devoción de un buen hombre—Williams se tensiona, sin embargo, mantiene el agarre sobre mis brazos; me mantiene a su lado, presa de los comentarios de los demás nobles—. ¿Sabe qué tipo de hombre me gustan, Conde? No, no lo sabe. Me gustan salvajes, fuertes, grandes y dominantes. Esos hombres que son dueños de ellos mismo, pero parecen ser parte de la naturaleza. Me gustan los soldados como el duque. 




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