Desfase

Capítulo 16

Selene Bicker

A los bastardos hay que cazarlos sin piedad. Que empiece la caza.

Su cuerpo pegado al mio, el calor de él mezclándose con el mio. Su aliento haciendo cosquillas en el costado derecho del cuello, sus manos recorriendo con aspereza mis muslos, apretando y dejando marcas a su paso. Los dedos escabulléndose más allá del límite de lo correcto. Pero aquel límite lo superamos hace mucho, desde el primer beso, desde la primera palabra subida de tono. Desde el momento que decidí terminar el matrimonio con Williams y este perdió la cabeza. En ese instante la línea de lo socialmente aceptable desapareció.

Puede que la nueva obsesión de Williams sea mi culpa, yo lo lleve a esto. Sabía que el juego que estábamos desarrollando era malo, perverso. Y un hombre como él, un conde del siglo XIV, no sería capaz de detenerse y mantener sus manos alejadas. Saber cuándo era la hora de acabar, porque para él; para su mente cavernícola posee el poder absoluto. Es el hombre perfecto según la sociedad de Oblitus y que lo haya rechazado ha menguado y herido su orgullo.

No obstante, ¿dónde me deja a mí esta situación? Si para Williams aplican aquellas demandas, para mí son peor. Me coloqué delante del cañón y lo jalé con cada toque, beso y palabras provocadoras. Fui una idiota que decidió jugar con fuego y quemarse.

El entrenamiento que recibí durante años no sirvió para nada, porque el ser humano es curioso e insensato. Mis superiores muchas veces dijeron que no jugara con el oponente, que no se debe provocar y lo mejor es acabar con ellos de un solo golpe. Pero ese es el destino de un militar, deben decir en un segundo si tirar del gatillo o no hacer; si es una amenaza o un aliado. La vida no es tan fácil como la mentalidad de los militares, lo sé, pero aquellos pensamientos funcionan a la perfección, hasta que decides no hacerle caso.

—No lo hagas, Señorita Stein. No te vayas con el duque, Anna—súplica contra mi oído. Un tono bajo y desesperado. Una petición que deja ver la profundidad de sus sentimientos.

Su frente apoyada contra el lateral de la cabeza; el agarre de las manos, ajustándose con cada segundo, hundiéndose dolorosamente en la carne sensible y dispuesta por atención; la respiración agitada y mi cuerpo deseoso se une a este mar de locura. A este momento incorrecto y desgarrador.

—No ruegues, ya he tomado una decisión.

Williams gruñe, una de sus manos sujeta la barbilla, tirando de ella hacia arriba y a él, directo a su boca, la cual se encuentra fruncido con rabia y desde. Sus labios reclaman los mío con celos, con un deje de amargura que provoca un delicioso ardor en cada una de las terminaciones nerviosas. Gimoteo contra sus labios, arqueado la espalda y buscando la unión de nuestros sexos. Cada roce nos enloquece, perdemos la cabeza cayendo presas de las sensaciones. La erección punzante y gruesa se restriega contra las faldas alzadas del vestido, buscando su lugar entre el calor de los muslos. Williams continúa besándome con abandono, sus labios me marcan, dominan e intenta grabarse en profundidad en mi ser. Reclamarme como solo un hombre puede hacerlo. Como él intenta hacerlo.

Pero su plan tiene errores, muchos.

No hay hombre en este mundo que pueda dominarme, doblegarme ante sus deseos y conseguir la esposa servicial que necesita. Una mujer sumisa y dispuesta a todo. Aquella mujer nunca existió, ni en el pasado ni ahora.

— ¿Que tiene el duque que no tenga este conde? Dime, Anna. Que debo hacer para que consideres volver a mí, para que seas mi esposa, solo mía. Maldición mujer, estoy perdiendo la cordura y el simple hecho de verte correr hacia los brazos de aquel hombre me destruye, me llena de celos e ira—gruñe, con la cabeza gacha y los hombros tensos. Durante todo este tiempo permanezco pegada al arbusto, con la cara casi enterrada en el arbusto.

—Acaso golpeé tu orgullo masculino, Williams. Lo siento—murmuro con sarcasmo, la voz se ha entrecortado por los gemidos. Y en el momento en que él gruñe alejándose unos centímetros, sé que he cometido un error.

He dejado que el conde saque sus garras y decidía usarlas sobre mí, la máscara de cordura y razonamiento ha caído. Su voz ha cambiado y por un momento temo lo peor, que he traído al verdadero asesino a flote y me encuentro con la cara enterrada en un arbusto e indefensa. El corazón comienza a latir desbocado, los oídos me pitan y en un momento dejo de sentir las manos de Williams, las hojas raspando mi rostro y estoy en un desierto.

En el desierto del golfo. La boca está seca, la garganta me pica; las fosas nasales protestan con cada respiración que doy, cuando el aire caliente y rasposo del desierto entra a las vías respiratorias; la cabeza se encuentra empañada y solo soy capaz de sentir. De experimentar el dolor, desconocimiento y el desorden que ha provocado la resiente explosión. El miedo de morir y que las heridas, las cuales apenas logre tapar, se vuelvan abrir.

Jadeo y entre lágrimas, el miedo desenfrenado y gemidos de súplica recuerdo que no estoy en el golfo. Que hace años salí de él y sobreviví. Fui una sobreviviente y acabé con quienes me habían herido de tal manera que me marcaron a nivel psicológico y físico. Al salir de aquel desierto mi ser pedía guerra, sangre y violencia. Justicia por la agresión que había vivido. Pero no estoy en el golfo.

Parpadeo recordando donde estoy y que está intentando hacer Williams. Mi cuerpo ha dejado de responderle y lo que hace un momento se sentía como una lujuria voraz y desenfrenada se ha acabado. Cierro los ojos maldiciendo a todos los dioses, maldiciendo mis decisiones y la voz que varias veces escuché en el pasado en los momentos de mayor locura vuelve a mí. Pidiendo lucha, pidiendo que le muestre quién es Selene Bicker a este hombre, a este posible agresor y asesino.

Escucho el sonido inconfundible de la tela abriéndose, de un cierre bajando y el aire caliente roza la desnudes de mis nalgas. Recordando cuan vulnerable me encuentro, cuanta deshonra puede traer este momento a la casa del Conde Stein si Williams hace lo que está planeando. Los segundos corre, siento el contacto de piel con piel; los dedos se sumergen en mi interior, encontrando resistencia y un gemido adolorido ahogado se escapa de la garganta; la espalda se arquea y sigo escuchando las demandas de aquella vocecita mientras soy consciente de los movimientos de Williams, como intenta prepararme para su polla.




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