Desfase

Capítulo 25

Selene Bicker

Futura duquesa de Gorh.

Williams se aparta, sus ojos caen sobre la pequeña y filosa daga. Aquella mirada recorre con sorpresa el filo del metal, viéndose reflejado en el dorso limpio y brillante que amenaza a su corazón. El deseo abandona sus rasgos, la sorpresa se mezcla con el miedo y veo como la manzana de adán tiembla. He visto tantas veces aquella expresión, como la sorpresa se convierte en miedo y cuando descubren que están a punto de dormir. El mango de la daga es frío y ligero entre mi mano libre de callos, la aspereza del metal es un constante recuerdo de mi pasado, del pasado como Selene Bicker y no como Anna. No soy Stein, no realmente, soy una militar, una detective y una asesina.

Así que cuando impulso la daga hacia delante, rozando la costosa tela de la chaqueta y clavándose ligeramente entre las capas de telas, rozando superficialmente la piel pálida y suave del hombre, no retrocedo. El corazón no me tiembla, ni me estremezco de pánico ante la idea de quitar una vida. No es la primera vez, y no será la última.

Una voz aguda y gutural, susurra en el oído, que lo mate. Mátalo, clava la daga, hazlo sangrar. El acelerado pulso golpea cada palabra, estando de acuerdo con la resolución de unir la punta de la daga y ver la sangre fluir fuera de su cuerpo; pero no sucede.

Clava la daga, sangre… Hazlo sangrar, lo necesitamos.

La mirada asustada de Williams no se despega de mis ojos, me ruega en silencio que me detenga, abnegado ante su prematura muerte. El hombre parece no comprender que la mujer delante de su nariz no es realmente Anna Stein, su frágil y dulce prometida que se ha doblegado al inocente amor que siente por Williams Vinscord.

No te detengas, mátalo… Acábalo, clava la daga.

Aquella voz aguda e infantil sigue presionándome, la cordura se escapa de mis manos y el control que he adquirido a lo largo de años de entrenamiento va desapareciendo. Caigo en las garras de mis demonios, vuelvo hacer esa pequeña niña que escuchaba la voz de su cabeza y complacía, hacía todo lo que pedía.

Mátalo.

Esa simple palabra es una melodía engatusadora y dulce que se repite insaciablemente. Las razones de porque debería acabar con Williams Vinscord se enumeran en mi cabeza, como una antigua manera de proteger la preciada cordura que he construido a mi alrededor. Todas son justificables y ciertas; válidas para acabar con la vida de Williams, aun así, no es suficiente para ceder. No lo es.

Mátalo. No piense, hazlo.

El estallido de campanadas silencia la voz de mi cabeza, la mirada de Williams se aleja mirando sobre mi hombro. Aquellos ojos recuperan su habitual color y el miedo va desapareciendo de los suaves rasgos masculinos. La daga cae al suelo, mis dedos perdiendo fuerza sobre la empuñadura. Ambos observamos la pequeña y letal arma a nuestros pies.

—Anna.

Susurra Williams intentando volver a tocarme, su mano se detiene en el aire, dudando de cuan seguro es ahora mismo el tocarme. Sostengo el escote del vestido contra mis pechos, la tela se amontona sin forma y fluye libremente, dejándome desnuda ante los ojos curiosos.

— ¿Qué intentabas hacer?

—Señorita Stein.

Aprieto el corcel y los finos tirantes del vestido ignorando las preguntas de Williams, mientras mantengo la mirada clavada sobre el mango de la daga a nuestros pies. Esperando que Williams haga el menor movimiento, me incite a sacar su compañero de juego y enterrarla en la yugular mientras se agacha. La imagen de su garganta cortada de un tajo se mantiene estática en mi mente, la sangre fluyendo y el grito ahogado del conde al dar su último respiro, antes de morir ahogado.

— ¿Qué ibas a hacer, señorita Stein?

—Detenerte—respondo recogiendo la daga, el cuerpo del conde se tensiona, retrocediendo un paso corto y medido.

— ¿Detenerme?

—Detenerte—confirmo alejándome, dejando a un hombre sorprendido parado sobre sus inestables piernas.

Las carpas de campaña que hace unos minutos estaban organizadas tan hermosamente, ahora son un desastre de cuerpos amontonados, objetos regados por el suelo y un grupo de nobles rezando entre lágrimas a sus dioses. Las campanadas continúan sonando una detrás de otra, los guardias se mantienen rodeando el perímetro de una carpa, pero ellos no parecen menos atemorizados que la población civil.

Se escuchan gritos desgarradores, llamados de piedad y al final, a lo último, puedo entender como la vida ha escapado de aquel cuerpo que rogaba por clemencia. La sangre ha sido derramada y no sangre de animales, no, ahora el evento de caza se ha convertido en un verdadero campo de batalla. La presencia de la muerte, eriza cada bello en mi cuerpo y los nervios se mantienen a flor de piel, esperando con amargura el primer intruso que invada la seguridad de la zona central.

Los segundos pasan lentamente, uno detrás del otro y el espantoso silencio que les persigue no hace más que acelerar los latidos en mi pecho. Me aferro al mango de las dagas sobre las capas del vestido, sintiéndome segura al sostener el metal; confianza en poder terminar con la vida de un enemigo si es necesario.

—Oh, por los dioses—exclama una llorosa mujer, dos intrusos corren hacia la zona central, desarmados y con la sangre chorreando de sus cuerpos.

Los hombres encapuchados avanzan con pasos apresurados, tambaleándose sin fuerza hacia delante, huyendo sin mirar atrás. La sangre se escapa de ellos, las maldiciones fluyen con facilidad, mezclados con súplicas. Piden piedad a su verdugo. Entre los arbustos espesos del bosque, del mismo lugar donde salieron los dos atacantes; una figura alta, robusta e imponente emerge con espada en mano y limpiándose la sangre del rostro.

Damian Gorh, emerge del bosque alzando una última vez su espada. Los ojos oscuros se fijan en la espalda de los intrusos, trazando el recorrido que hará a continuación. La escena que se desarrolla ante mis ojos no tiene precedente.




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