Capítulo 13
C
“Mi voluntad no parecía ser relevante y volaba arrastrada por las distintas facetas del viento”
Catherine Halm
27 de enero de 2016
El mismo bosque con el mismo riachuelo vuelve a aparecer. Ya no está cubierto de nieve como la última vez. De hecho, multitud de brotes luchan por salir en el aún gélido suelo, conquistando el invierno.
Por mis visitas anteriores ya tengo claro lo que debo hacer: buscar a la manada. Recorro cada milímetro del bosque, cada piedra, cada huella y cada hoja caída. Ni rastro, han desaparecido.
Cuando voy a darme la vuelta, ya rendida, un ruido a mis espaldas hace que gire anhelante.
El lobo avanza hacia mí amenazadoramente. Avanza con lentitud, como si tuviese todo el tiempo del mundo y se desliza entre los árboles, en silencio, clavándome una mirada aterradora y penetrante.
Unos ojos incoloros me transmiten una infinidad de emociones. Sentimientos que no tienen nombre.
“Catherine”
La palabra suena muy diferente viniendo de él. Suave, delicada e importante.
Intento responderle, hacerle saber que le escucho pero no consigo que ningún sonido salga de mi garganta. Él ya está frente a mí. Nuestros alientos chocan y siento como sus ojos llegan a lo más profundo de mí.
Y, en ese instante, me atraviesa. Pasa a través de mí como si yo fuera una voluta de humo y clava su atención en otra figura. Una figura muchísimo más imponente que la mía.
El pelaje del felino es completamente moteado, característica que hace que sus ojos azules resalten con clara facilidad. Es grande, mucho más que el lobo negro. Y mucho más aterrador también.
El jaguar mira al lobo. El azul más intenso contra el color más incoloro. El jaguar enseña sus dientes, largos y afilados, útiles hasta para acabar con el hueso. Entonces pone su atención en mí y me llama.
“Cath”
De alguna forma me siento atraída hacia el aterrador animal y hacia su forma de pronunciar mi nombre. Dura, tajante y apremiante.
⋆ᗬ⋆
—¡Cath!
Me sobresalto, levantándome rápidamente de la cama con la respiración agitada y el corazón bombeándome a mil.
—Un sueño, ha sido todo un sueño. —me auto convenzo.
Mi respiración va calmándose poco a poco mientras le hago caso a mi madre y me preparo para volver al instituto. Primero me doy una larga ducha que logra relajarme, me visto con ropa menos abrigada, ya que hoy parece que habrá buen tiempo, y realizo las típicas acciones cotidianas que realiza todo ser humano. Al menos los seres humanos higiénicos.
Bajo las escaleras a demasiada velocidad, hecho que me hace resbalar en un momento.
—Cath, te he dicho muchas veces que no corras —me regaña mi madre.
Agito la mano en respuesta quitándole importancia y me como el desayuno. Tostadas con mermelada. Qué pena que no tenga tiempo para saborearlas. Cuando lucho con tragarme la tostada, mi móvil vibra indicándome que el autobús saldrá en cinco minutos.
—¡Mamá, me voy!
Salgo por la puerta sin esperar una respuesta de su parte y cierro con suavidad. Aún con una tostada en la mano bajo las escaleras del porche con la vista puesta en éstas para no caerme.
—Tardas mucho.
Al hablar hace que me tropiece con el último escalón y caiga de rodillas al suelo. Menos mal que mi madre se empeñó en poner césped.
— ¿Enserio? —me lamento.
J me mira con una sonrisa ladeada, seguramente aguantando la risa por mi caída. Lleva puestos unos vaqueros y una camisa parcialmente cubierta por su chaqueta de cuero. Se encuentra apoyado en el BMW que le vi en la fiesta de Beth.
—¿Qué haces aquí? —pregunto.
— Llevarte a clases.
Le miro a él y al vehículo repetidas veces, recordando su amenaza.
—Lárgate de mi casa, no quiero que te me vuelvas a acercar.
—¿Tienes miedo? — pregunta con burla.
—Que te den.
J enarca una ceja para instantes después adoptar una pose más amenazadora.
—¿Tienes acaso opción, Catherine?
Tiemblo ante su voz. Eso de subirme a un coche con el chico que ha sido galardonado con la medalla “loco psicópata paranormal” no me hace ninguna gracia. Camino con la barbilla alta hacia él y entro en el coche.