Deshielo

Capítulo 16

“Jamás podría adivinar la mentira puesto que ni el propio emisor sabía de la poca veracidad de ella”

Catherine Halm

 

4 de febrero de 2016

 

El refulgir de las llamas baña el fino manto de nieve. Las lenguas de fuego acarician el suelo congelado convirtiéndolo en pocos segundos en charcos de grandes dimensiones. A pesar del imparable e incansable tormento de fuego en el que se encuentra el bosque invernal, todo está envuelto en la más plácida calma.

Los árboles permanecen altos e intocables en su esplendor, con las gotas de agua helada deslizándose por sus hojas como si se encontrasen refrescándolas por motivo del incendio.

No hay animales que huyen. Ni una sola ave cruzando el cielo buscando un lugar más seguro, ni un roedor intentando escapar del terror rojo, ni ciervos saltando las llamas corriendo veloces y audaces entre la maleza ardiente. Tampoco hay un castor refugiando a sus crías en su guarida sobre el riachuelo con la vana esperanza de que el agua frene el poco esperado final.

Pero no es eso lo que más me inquieta. No me da miedo el fuego que me envuelve amenazándome con sus soldados flameantes, no me da miedo el silencio que persiste bajo el crepitar de las llamas ni tampoco la ausencia total y completa de vida hace que lo único que desee con vehemencia sea echarme al suelo y temblar esperando al calor inminente.

Lo que hace que mi vello se erice, que mi boca apenas retenga oxígeno y que mi cuerpo niegue las órdenes de mi desesperado cerebro es la ausencia de los dueños del infierno en llamas. Los lobos. Esos seres imponentes y orgullosos que se mueven siempre entre los árboles, deslizándose como almas en pena, almas perdidas hace tiempo. Con sus ojos relucientes, aterradores y tentativamente atrayentes. Con sus anchos y altos cuerpos cubiertos de capas y capas de pelaje que ocultan lo que hay en el interior.

Los reyes del invierno, del bosque y de los cuentos de terror antes de dormir. Los dueños de mi más anhelante admiración.

Su ausencia destaca en el mar de maleza ennegrecida justo como destacaría la carencia de un brazo o una pierna en mi persona.

Me siento desprotegida cuando no los encuentro. No siento su aroma a tierra ni su aliento silbante.

Y es por ello por lo que cuando una silueta emerge entre el humo mi cuerpo se queda anclado al suelo, como un barco sin capitán, totalmente a la deriva en un mar de horrores.

Y es que no es una figura humana. Tampoco pertenece al reino animal. La silueta es grotesca, deforme e irreal. No huele a nada, no produce sonido ni siento su tacto cuando me roza la cara. Sólo siento la nada más pura y absorbente mientras el ser se yergue sobre mí y me envuelve en un abrazo frío y mortal.

 

⋆ᗬ⋆

 

Las pesadillas seguían sucediéndose noche tras noche. La mayoría de las veces tenían alguna relación con los Terian pero otras pocas ocasiones se mostraban confusas y liantes. Era como si una parte oculta de mí desease decirme algo, avisarme sobre algo de suma importancia y yo aún no tuviese las claves para descifrar el encriptado en el que estaban escritas.

Necesitaba respuestas, necesitaba dormir por la noche y sentirme segura. Y aunque parezca algo raro la única persona capaz de darme esta paz en este momento es la única persona de la cual debería alejarme lo máximo posible.

J camina a través de la puerta de la cafetería Greene’s con la misma actitud de siempre. Con los hombros tensos, la cabeza bien alta y un paso decidido que hace pensar que es el dueño del lugar. Sin apartar la vista de él revuelvo el café que he pedido mientras intento ordenar en mi cabeza todo lo que necesito oír y decir.

Busca por la sala hasta que nuestros ojos se encuentran. Se va acercando y cuando llega a mi lado, me saluda con un beso en la mejilla. A continuación, Jonas, que entra detrás de él, realiza el mismo gesto pero con una actitud más divertida y sin el gesto serio en la cara.

Ambos se sientan en frente mío dejando sus chaquetas sobre el respaldar de la silla. Se mueven con una delicadeza impresionante con movimientos fluidos que cuesta creer que pertenezcan a dos chicos de su tamaño.

—Hola, Jonas — saludo primero al pelinegro ya que es la persona que mejor se ha portado conmigo de la sala — J.

Responden a mi saludo y antes de que pueda empezar a hablar de nuevo, ellos deciden tomar algo. Mientras la camarera recoge sus pedidos y los prepara ellos comienzan una acalorada discusión entre ellos, dejándome a mí definitivamente fuera.

—Este invierno no ha sido muy largo — dice Jonas — no hemos tenido problemas para la caza y no creo que los tengamos hasta el próximo.

—Tal vez no tuvimos ese tipo de problemas — responde J — pero todavía queda invierno para que nos pase algo.

—¿De verdad? — la camarera le sirve el bocata —¿Qué cosas?

—No lo sé pero nunca podemos estar jodidamente tranquilos.

Ellos continúan con su charla manteniéndome al margen por aproximadamente veinte minutos lo que hace que comience a moverme en mi silla decidiendo si intervenir o no. Pero la poca regulación entre mi cerebro y mi boca responde primero por mí.




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