Capítulo 16:

   --No muy tarde hoy, Scott --bromeó el profesor Meyer--. Sigue así.

   Seguido por la fría y odiosa mirada azul de Tylson. Se sentó en su silla de siempre, en la esquina más alejada y silenciosa del aula. Scott lo miró mal, y se cruzó de brazos ¡Qué insoportable! ¡Parecía un crío recoroso ese chico!

   Sacó su cuaderno de Química y una biróme negra cualquiera.

   El profesor dió los ejercicios teóricos y prácticos en el pizarrón después de su explicación, los jovenes comenzaron a copiar y realizarlos, cada quién a su ritmo, compitiendo graciosamente entre ellos por quién lo hacía bien y mejor que el otro, o con calma, haciéndo la letra bonita y prolíja, o ni los hacían algunos ¡Lo normal!

   Una clase tranquila y sin apuro, dedicada a reforzar conocimientos anteriores y sacar dudas de los alumnos ¡Le venía de diez a Scott! El profesor siempre estaba dispuesto a explicar incluso mil veces, de cien maneras diferentes, para el que buscaba aprender.

   Pero algo, no está bien, así lo sentía Scott, algo comenzaba a molestarle en sobremanera, y no, no era la infatíl mirada de su compañero.

   Scott parpadeó con fuerza repetídas veces, los ojos le hormigueaban, tal vez era al ver tantos átomos y fórmulas "básicas" juntas ¡Tenía que ser eso!

   Aunque desvió su vista un rato de la hoja, aun cuando pasó con suavidad un pañuelo por sus ojos, cuando los frotó molesto. Seguían molestando demasiado.

   Su cabeza pronto empezó a doler, fuertes punzadas como clavos calientes hundiendose en su cráneo.

   Comenzó a mordisquear nervioso su birome negra, casi podía sentir el sabor de la tinta en su boca, mientras masajeaba sus sienes.

   Sentía que el corazón se le subía a la garganta, latiendo con rapidez, como si estuviera corriendo un maratón eterno, su respiración se volvió agitada, casi a la par.

   Sus manos se sentían cada vez más frías, como si les hubieran quitado todo calor y sangre, como si estuvieran congeladas.

   ¡¿Qué estaba pasando?! ¡¿Un ataque de pánico?!

   --No... no puede ser --frotó su frente.

   Nunca se había sentido tan angustiado y asustado, ni siquiera cuando le diagnosticaron narcolépsia, ni cuando le negaron que la tenía y que podía ser algo más grave, se había sentido temeroso.

   Sus compañeros charlaban y discutían, murmurando y a los gritos, cada quién en lo suyo. Nadie lo observaba, nunca lo hacían ni lo harían tal vez, pero esta vez, por primera vez, deseó que lo vieran.

   El barullo del curso cada vez se hacía más lejano, perdía fuerza en cada cerrar de ojos, su cuerpo temblaba de frío y nervios, a la vez que sentía que el mundo se desboronaba a su alrededor, llevandolo consigo.

   --Scott, trae tu carpeta para que vea tus ejercicios hechos, muchacho --lo llamó el anciano profesor.

   Su voz fue como un susurro en los oídos de Scott, muy bajo e inaudible.

   --¿Estás dormido otra vez? --volvió a hablar, esta vez más fuerte, no enojado ni preocupado, más bien cansado.

   Él no contestó, una nueva punzada en la nuca, le hizo cerrar los ojos y apretar los dientes.

   --¿Scott?

   ¡Definitívamente no era un ataque de pánico! ¡No dolía tanto!

   --¡Scott! ¡Llamen al preceptor!

   Un par de manos viejas y arrugadas, pero muy heladas lo tomaron por los hombros con fuerza, su cuerpo se entremeció aún más.

   --¡Tranquilo, Scott! ¡Ya pasará! ¡No te asustes!

¿Qué este tranquilo? ¿Qué pasará esto? ¿Qué no tenga miedo?

   Y de repente, todo se terminó de desboronar, todo se desvaneció.

   Ya no había silla ni banco, nada lo sostenía verdaderamente, Scott sintió que flotaba, como si estuviera tumbado en una nube.

   Solo se escuchaba su respiración calma, el latido suave y traquilo de su propio corazón.

   No había fuente de luz.

   Solo una profunda oscuridad, agradablemente fría, y un poco melancólica.

"- ¡Al fin me alcanzas, tonto! ¡Creí que tendría que correr para siempre!"